Cuando una temporada futbolística empieza mal, con dimisiones, derrotas inexplicables y ceses, el desenlace final suele ser una catástrofe con descenso incluido.
El inicio de la campaña 1983-84 empezó a torcerse con la dimisión del presidente que había ganado las elecciones para suceder a ... Manuel Esteban Casado, que había presentado su renuncia a continuar en el puesto al concluir la temporada anterior. El periodo electoral se saldó con el triunfo de un personaje sin relación con el mundo del fútbol –Pedro San Martín– pero avalado por una desahogada situación económica que convenció a la masa social para reforzar su candidatura.
La tranquilidad, sin embargo, apenas duró tres meses, justo el tiempo que Pedro San Martín necesitó para darse cuenta de que la dirección de un club de fútbol profesional superaba con mucho su buena voluntad. Mal asunto el de la renuncia del presidente cuando apenas había comenzado la Liga, aunque el anuncio de la vuelta de Gonzalo Alonso tranquilizó la zozobra de la masa social.
Claro que lo del cambio en el sillón presidencial fue una simple anécdota comparada con los problemas deportivos de una plantilla aparentemente solvente, que se metió en una peligrosa dinámica de resultados adversos que, lógicamente, pusieron en la picota a José Luis García Traid, entrenador que había conseguido la permanencia en primera división la temporada precedente.
Tener en la plantilla a estrellas de la categoría de Pato Yáñez y Polilla Da Silva y una formidable aportación de la cantera con Eusebio, Fonseca, Jorge, Minguela, Díez, Gail y Sánchez Valles no fueron argumentos suficientes para enderezar el rumbo de un equipo seriamente tocado que desembocó en la destitución del entrenador después de sufrir una paliza en el Nou Camp y perder en casa contra el Atlético de Madrid.
Ramón Martínez, que entonces llevaba las riendas del club en la parcela deportiva, convenció a Gonzalo Alonso de que el relevo en el banquillo era inevitable y que la mejor solución venía dada por el retorno de un hombre de la casa, Fernando Redondo.
Después de un valioso empate en el Luis Sitjar frente al Mallorca, el equipo fue poco a poco sacando la cabeza hasta terminar en el puesto 14, con siete puntos de ventaja sobre la zona de descenso. Después de tanto sufrimiento y tal como había arrancado la temporada, los seguidores blanquivioletas se daban por satisfechos con haber salvado la categoría, sin intuir siquiera que lo mejor estaba por llegar.
La Copa de la Liga fue un invento para que los equipos más modestos mantuvieran la actividad y las taquillas una vez concluido el campeonato de Liga, hasta el 30 de junio. El Pucela salvó con holgura la primera eliminatoria a costa del Zaragoza y quedó exento en la segunda, para emparejarse después con el Sevilla y el Betis, a quienes eliminó con sendas prórrogas que sirvieron como una buena dosis de autoestima para un equipo que había cambiado radicalmente y se permitió el lujo de llegar a la final frente al Atlético de Madrid, que había sido cuarto en la Liga y partía como favorito indiscutible para hacerse con esta competición.
Tras el 0-0 en el choque de ida en el Vicente Calderón llegó la noche inolvidable del 30 de junio de 1984 en la que el Real Valladolid derrotó al Atleti en una colosal prorroga por 3-0, que sirvió para conquistar el único trofeo oficial en la historia del club y ganar el derecho a participar por vez primera en una competición continental, la Copa de la UEFA.
Los negros presagios del comienzo de temporada, la dimisión del presidente y el posterior cese del entrenador no desembocaron en el desastre final que muchos veían venir, sino todo lo contrario. En contra de lo que dice el refranero, a veces lo que mal empieza bien acaba.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.