J. A. M.
Valladolid
Jueves, 27 de junio 2024, 06:55
Se tiende a pensar que futbolista estrella es aquel fichaje que viene de lejos con fama internacional y el modesto, el que siempre estuvo aquí, el que suma cada día, el que se lleva las broncas del público o las tarjetas de los demás. Los intangibles. En el fútbol de 1984, cuando en los cines ponían Top Secret o Karate Kid aún era así, pero en el Pucela de aquel año había uno que era ambas cosas: el modesto y la estrella. Una paradoja. Ese tipo era Jorge Alonso.
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Los compañeros decían a los nuevos que si había problemas en el campo, levantaran la cabeza y buscaran a Jorge, que estaría solo y presto a recibir. No llegó de muy lejos, vino de Puente Castro, pero Jorge es como ese médico que ha salvado muchas vidas y que hoy le miras a los ojos y parece una persona sencilla, el discreto conserje de un ministerio, por ejemplo. Aún dice de sí mismo que es un poco raro, tal vez porque era (y es) un tipo tan humilde que en su momento no parecía ni futbolista.
En aquella Copa de la Liga Jorge no era el más mediático. Lo eran más Yáñez, Eusebio, Da Silva o incluso aquel resplandor fulgurante de Fortes, pero Jorge fue uno de los héroes de aquel torneo aunque no brillara especialmente en la final.
Cuando, a los 63 años, le dices que lo recuerdas como un centrocampista talentoso te responde que solo era uno más. Un currante. Y el caso es que a la grada no le daba esa sensación pero a sus compañeros, sí. Nunca se situó bajo los focos aunque, por ejemplo, nos salvara de un descenso en Sevilla cuando estaba ya cojo y había pedido el cambio, justo un año después de alzar al cielo nuestro único trofeo. Lo que nos ocupa aquí.
Cuando hablas con alguno de sus coetáneos, como Gail y Juanjo Aragón, te dicen que Jorge y Borja eran los mejores de aquella «prole». A Aragón, el más parecido a Jorge de su quinta, lo retiró una lesión y a Borja, igual. En este contexto, dice Jorge que en el fútbol hay que tener suerte y él la tuvo porque no sufrió ninguna lesión grave y llegó a 1984 en uno de los mejores momentos de su carrera.
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Con 15 años estuvo a prueba en la Cultural y comenzó a jugar en el Atlético León. Su padre Lucio, el Pana, jugó en la Cultural durante la temporada 49/50. También fue culturalista su tío Pito Mantilla (le apodaban cabeza de oro porque iba extraordinario de cabeza) y su hermano Lucio, que dice que era mejor que él. En aquel tiempo, cuando Jorge tenía 17 años, el Real Valladolid vigilaba de cerca todo el fútbol próximo a Valladolid y Jorge no se escapó. Un día llegó a casa y vio el cochazo de Ramón Martínez en la puerta. Esperaba eso desde crío y se dijo: «ya están aquí, vienen a por mí».
Era casi un adolescente cuando llegó a Pucela, pero ya entonces hablaba poco. Recuerda que vivía con otros siete chavales en un piso. «Dormíamos en literas, es cuando mejor me lo he pasado en mi vida». La verdad es que no te lo imaginas de juerga pero si él lo recuerda así, no hay nada que discutir. Enseguida hizo buenas migas con Gail y ambos se repartieron efemérides. Esta pa ti y esta pa mí. Gail fue el último en marcar en el viejo estadio y Jorge el que quitó el precinto al marcador del nuevo.
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Ambos cuentan una anécdota respecto al último gol en el coliseo del Paseo Zorrilla. En ese partido postrero ante Osasuna, había una minicadena musical en juego que ofrecía un hipermercado para el que echara el telón goleador al viejo recinto y para quien inaugurase el marcador del nuevo. Jorge pudo llevarse las dos porque estuvo a punto de ser el último goleador pero cuando iba a marcar en los últimos minutos, casi a puerta vacía, llegó por detrás un argentino de la época (Alí Navarro) y derribó a su compañero. «Nos fuimos al suelo y la gente se reía, fue cómico», recuerda. Aquella cadena musical que regalaba Continente y que Gail tiene funcionando impecablemente en su bodega, Jorge se la regaló a su hermano.
Era un gran jugador y, como tal, pudo ir a un equipo grande. Jorge «Maradona» le llamaba la prensa en aquella época cuando hacía alguna de las suyas y eso que todavía no había aprendido a currar tanto como hizo después, en su madurez futbolística. Fue a hablar con Gonzalo Alonso cuando ofrecieron 70 millones por su fichaje. «Dijo que si llegaban a cien me vendía, pero nunca llegaron», recuerda Jorge. Ese club en cuestión era el Atlético de Madrid.
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Sus «slalom» con el balón cosido al pie no los prodigó en la final de la Copa de la Liga pero si habilitó a Fortes para que el catalán brillara. Solo en el tercer gol el número 4 apareció en el área para un pase en profundidad en la jugada que acabó con el tanto de Minguela. Hay que recordar que Jorge jugaba con ese dorsal a la espalda desde que Paquito lo decidió así. Cuando el árbitro pitó el final, Jorge acababa de robar un balón, le dio un punterazo y agachó la cabeza. Ni un solo gesto de celebración.
El de Puente Castro fue internacional juvenil, y en ese combinado coincidió con Zubizarreta, el primer portero que recogió un balón del fondo de las redes en Zorrilla. Su trayectoria blanquivioleta fue impecable hasta que un año no renovó por falta de acuerdo en la duración del contrato. Después le ofrecieron más, tres temporadas, pero él ya había dado su palabra a otro club y se fue.
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A aquel verano del 87 se llegó sin traspasos y Jorge recibió una oferta a la baja. La rechazó porque no se sintió valorado, dio la mano a Ramón Martínez, el mismo que había ido a buscarle a su casa cuando era un imberbe y ahí se cerró un círculo. Se marchó al emergente Logroñés de Lotina. Más tarde, Salamanca, Avilés y Avila. Nunca marchó lejos de casa porque es muy familiar, su mujer y sus hijas eran lo prioritario y no quería alejarse de Valladolid o León.
Era un jugador de una calidad inmensa, ni sus compañeros a veces sabían si era zurdo o diestro. Modeló su pierna mala, la izquierda, pegando patadas al balón contra una pared durante horas. «Un día mi compañero Ito se sorprendió al verme tirar un penalti con la derecha porque pensaba que era zurdo», relata.
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Su debut oficial ya había sido curioso porque un Pucela con una mezcla de acné, bigotes y melenas eliminó al Espanyol de la Copa en un encuentro con varios juveniles que eran desconocidos para algunos de los profesionales y los llamaban por el número.
Todavía más curioso fue su debut en Liga. La grada empezó a cantar «Jooorge, Jooorge», pidiendo su salida al campo en un partido ante el Rácing de Ferrol. El entrenador (Pachín) preguntó qué decía la gente. A los cinco minutos, Jorge estaba en el campo y antes de que Pachín pestañeara ya había metido un gol.
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Defendió la blanquivioleta nueve temporadas en las que acumuló 205 partidos y 53 goles. Hoy regenta una tienda de alimentación junto a la Catedral y cuando le hacemos la foto trata de no sonreír mucho porque «si sonrío la gente va a pensar que no soy yo», ironiza.
Son múltiples los factores que deben concitarse para que un club humilde como el Real Valladolid, a años luz en presupuesto de los grandes transatlánticos del fútbol español, conquiste un título nacional. Y todas esas circunstancias confluyeron hace cuarenta años para hacer realidad el que hasta la fecha sigue siendo el único trofeo oficial de la entidad blanquivioleta en sus 96 años de historia. Aquella imagen icónica de Pepe Moré levantando la Copa de la Liga, que hubo de pasar por los líquidos de revelado para ser publicada dos días después, continúa en el imaginario de los aficionados más veteranos. Y con esa foto acaparando la portada, El Norte lanza el sábado día 29 de junio un Suplemento Especial para recordar de la mano de los protagonistas todos y cada uno de los detalles que rodearon aquella gesta.
Una temporada irregular en lo deportivo, en lo que a la liga doméstica se refiere, que acabó en celebración gracias a una plantilla que se nutrió de la cantera y que hubo de sobreponerse a un cambio de entrenador. El relato de cómo se llegó a conquistar el título, las múltiples anécdotas que dejó el proceso para llegar a levantar el trofeo, y las vivencias de los jugadores que pasaron por aquel vestuario forman parte del Especial que publica El Norte de Castilla. También una conversación entre el director deportivo (Ramón Martínez) y el entrenador de aquel equipo (Fernando Redondo), que cuarenta años se han vuelto a encontrar para repasar, ya con la perspectiva y el poso que deja el paso del tiempo, todo lo que rodeó y acompañó a aquel éxito deportivo.
Un suplemento que es una pieza de coleccionista para los aficionados más veteranos del Real Valladolid, y que se entiende también como una lección de historia para los más jóvenes que no disfrutaron de aquel hito y que solo lo conocen por boca de sus padres y abuelos.
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