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El enfrentamiento frente al Elche de este último fin de semana nos deja la llamativa impresión de una defensa conceptual a ultranza.
Un concepto, que no seré yo quien discuta ya que es difícil entender el triunfo sin basarnos en una defensa firme, que, a ... su vez, venga equilibrada con un ataque lógico como garantía de éxito colectivo. Algo que como ocurre en la Medicina, donde se describen los trastornos por exceso y déficit de un elemento, en el fútbol se replica de igual forma.
El viejo aforismo futbolístico del 'todo el equipo ataca y todo el equipo defiende' venía a decirnos de forma expresa que es tarea común del grupo atacar y defender en base a repliegue y despliegue de hombres y zonas de ocupación.
Para mejor entenderlo, baste decir que un central realiza maniobras de ataque sacando el bloque hasta la línea divisoria, y que un delantero centro defiende cuando se repliega hasta la misma línea quedando por delante del balón. En ambos casos hablamos de 'juntar líneas' y 'ajustar marcas'.
Ello, obligatoriamente, nos lleva a colegir que si los atacantes defienden con orden y disciplina táctica, no es necesario aumentar el número de defensores para conseguir un mejor logro. ¿Y por qué? Pues simplemente porque desequilibramos el equipo; del mismo modo que si aumentamos el número de atacantes en detrimento de los defensores. No parece muy difícil de entender.
Y entonces, ustedes se preguntarán porque los entrenadores somos tan proclives a generar esa situación. Mi impresión es sencilla… ¡por miedo!
Hoy en día, con las mejoras físicas y nutricionales de los futbolistas, amén de las famosas rotaciones, se me hace raro pensar que no se pueda exigir ese rol de trabajo a todos ellos. O por decirlo de otra forma, que ellos no estén concienciados en realizarlo…. ¡sabiendo lo que se juegan!
Por tanto, no alcanzo a comprender que este Real Valladolid, pensado y orientado para un más que necesario ascenso de categoría, se encuentre en estos momentos en una situación de vacío legal de juego y en plena crisis de pánico escénico ante la derrota.
Y es que el miedo y la obsesión caminan de la mano y generan disfunciones, que en el caso deportivo que nos ocupa lleva a ese cambio de personalidad grupal que ha experimentado el equipo.
Aquello de que «por el análisis a la parálisis», hoy en el Pucela se puede traducir en un comportamiento táctico anómalo que no garantiza –ningún sistema lo hace– el no encajar gol, y sí por el contrario produce el efecto adverso de minimizar el ataque. Conclusión: el equipo se vulgariza convirtiendo en ramplonas y casi nulas sus prestaciones goleadoras.
El futbolista, como el aficionado, quiere ganar porque en el triunfo está la gloria y la mejora personal y del grupo, amén de la ilusión del seguidor; por ello, todas estas restricciones atacantes generan desasosiego por entenderse como nocivas de cara al triunfo.
El jugador no cree en la necesidad de los empates –que de darse mal te abocan a la derrotas– sino en la de las victorias que de no producirse te dejan un punto. Y para ello, el himno 'salimos a jugar, ¡ánimo a ganar!, luchando en buena lid…' nos deja las tres claves de este asunto.
Es muy mala deriva la que ha adoptado este cuerpo técnico buscando compulsivamente, y a costa de perder cuota de ataque, la forma de defender.
Se está tan equivocado con aquello de que 'la mejor defensa es un buen ataque', como cuando éste se reduce a un delantero… para defender con el resto.
La mejor defensa es una buena defensa, junto a un buen ataque. Pero ¡ojo!, los once en ambas tareas.
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