Si algo me llamó tácticamente la atención en el partido del domingo frente al Oviedo, no fue otra que la presencia del jugador balcánico, junto a la ausencia de ese inútil tercer central que solo nos conducía a la desesperación por la pérdida de un ... jugador cada domingo.

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Y acompañando a esa decisión acertada de Pezzolano de fundir el trabajo defensivo del tercer central al de carácter ofensivo de ese medio centro en la figura de Stanko Juric, el croata aprovechaba la oportunidad para dar una interesante lección acerca de las prestaciones que sostienen esa demarcación.

El entrenador uruguayo, aunque muy joven afortunadamente, sabe por la historia de 'La Celeste' que en aquel mítico equipo que protagonizó la gesta del 'maracanazo' el 16 de julio de 1950 ante 173.850 espectadores en Río de Janeiro, aparte de Alcides Ghiggia autor del gol del triunfo o Juan Alberto Schiaffino -un crack auténtico- y autor del primer tanto en esa final, el verdadero líder dentro del terreno de juego era Obdulio Varela, el capitán, perteneciente a Peñarol y el más veterano de aquel equipo.

Y conoce, de igual manera, que Obdulio Jacinto Muiños Varela 'el negro jefe', como se le conocía en aquella selección, con su 1,78 metros y el 5 a la espalda era el motor de aquel plantel jugando como cabecero de área. Por tanto sabe bien de lo que hablamos cuando a esta figura táctica nos referimos. Y el domingo en el Carlos Tartiere la sacó a relucir en la persona de Stanko Juric.

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Y al igual que Obdulio Varela, en aquella ocasión y en aquel fútbol de entonces, se echó el equipo a cuestas con un volante a cada costado, para que brillara el combinado a través de los goles de Ghiggia y Schiaffino, el croata entendió que el situarse entre centrales cuando la necesidad defensiva apremia era lo razonable y que ya habría tiempo de salir al medio campo cuando la tormenta oviedista amainase.

Permitida la licencia histórica de aquel hecho sin parangón en la historia del Campeonato del Mundo de Selecciones Nacionales, para gloria del fútbol charrúa, que 73 años después sigue aún vigente y celebrada en Uruguay, la forma de entender el trabajo de ese medio centro me parecía oportuno hacerla a través de una comparación.

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Lo cierto es que el jugador de Split, de amarillo el domingo ¡válgame Dios! Cambió el estilo y la forma de juego del equipo. Echó por tierra la idea del tercer central y refundió en su persona defensa y volante que actúan por el centro y en posiciones retrasadas. O sea, ganamos un jugador y comenzamos de inicio a jugar en igualdad.

Baste el dato de que el balón robado al jugador del Oviedo es el que entrega a Marcos André para que el brasileño fabrique la filigrana que nos da la victoria. De central ocasional cuando la situación lo demandaba a volante en tres cuartos de campo contrario en funciones de asistente de goleador. Ese es el oficio del cabecero, ¡sin más!

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Con un equipo que aún está descompensado por falta de los auténticos titulares en las posiciones atacantes y que apura hasta la bocina la posibilidad de ganar, el Pucela jugó con fuego y terminó por decidir el resultado mediante la ruleta rusa de los cambios postreros gracias a la única bala con la que podía decidir.

Ignoro si Raúl Moro y Marcos André no están para jugar mas allá de 20 o 30 minutos. Si no lo están, con la edad que tienen, es que están lesionados, en cuyo caso hablamos directamente de otra cosa; y si están en condiciones de actuar más minutos, pues lo considero una temeridad manifiesta.

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Ahora bien purgar al equipo con el aceite de ricino de sus dos mejores atacantes me lleva a tiempos muy pretéritos; algo que, con la inteligencia artificial que habita en los bajos del Zorrilla, no se sustenta.

Para finalizar, decir que este recordatorio histórico del mejor fútbol uruguayo y de su jugador y capitán emblemático van dirigidos a 'Pablo' Pezzolano, a modo de apoyo a un trabajo lento y dificultoso que poco a poco irá dando sus frutos.

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