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Tras la debacle deportiva y la pésima imagen dejada éste fin de semana en Bilbao, de nuevo volvemos a cambiar el sentido del análisis para ... pasar del juego a la imagen. Algo sustancialmente lamentable y sonrojante que deja en entredicho la honorabilidad deportiva de algunos y la capacidad y competencia de casi todos.
Para situarnos realmente en el problema, entendamos que un club de fútbol, llámenlo Sociedad Anónima Deportiva, se asienta sobre dos Direcciones: la deportiva y la de gestión; y entre ambas y como nexo, la Secretaría Técnica.
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Comprenderemos pues el papel del Consejero Delegado (CEO), Secretario Técnico y Entrenador. Y cómo sobre todos ellos el Presidente constituye el vértice de la pirámide.
En el triángulo gestor del Real Valladolid, Mateo Fenaert, el CEO, se acaba de marchar, como antes lo hiciera David Espinar; mientras tanto, Pezzolano, Rubio, Cocca y, de nuevo, Álvaro han ocupado el puesto de entrenador, quedando tan solo Domingo Catoira como único superviviente de quienes iniciaron la singladura. La diáspora es pues tangible.
En esta tesitura, Ronaldo Nazario, como máximo accionista y presidente de la Sociedad, sigue contando con Domingo Catoira como enlace necesario entre ambas direcciones. De tal forma que, si es necesario vender por imperativo legal (llámese negocio), Catoira ejecuta órdenes sin poner el más mínimo pero… por la cuenta que le tiene.
Por muy floja que sea, que lo es, su hoja de servicios, es obvio que, como a nadie se le escapa, vender en plena competición a Boyomo, Rosa, Kike y Juma, éste malvendido por otras cuestiones, es una barbaridad. Y él, como hombre de fútbol, lo sabe; pero como buen gregario en nómina, acata órdenes y pone la cara.
¿Dónde está pues el origen de todo este desaguisado y vergonzoso presente pucelano? Sencillamente, Ronaldo Nazario en su condición de presidente tiene la llave y la responsabilidad. Es fundamental recordar que en este fútbol de las SAD, como es nuestro caso, el socio se encuentra unido al equipo pero ya no al club.
Atrás quedaron los tiempos de elección de un socio por parte de la masa social para presidir durante cuatro años, al tiempo que ella misma actuaba como interventora y garante de la situación; hoy el socio (abonado) es una figura testimonial con número y antigüedad.
Sin embargo, al socio si le cabe la capacidad de protestar -necesaria y obligada- para tener presencia y relato, aunque sea de forma testimonial. Y en ese contexto, el hacer del equipo y la imagen que deja, son el caldo de cultivo. Precisamente, ahora más que nunca, es ahí donde la masa social tiene mucho que decir… y ya lo viene diciendo; y me temo que con voz cada vez mas gruesa.
Que en San Mamés Álvaro Rubio se equivocó es tan sabido, como que el propio entrenador es consciente de ello. Se equivocó en los elegidos, en el sistema y en el tiempo de reacción; por tanto se hace necesario reconocerlo para no repetirlo.
No voy a incidir de nuevo en el asunto táctico porque es mucho mas grave la actitud grupal. El corazón, como el sentimiento, amor propio y vergüenza no se entrenan; se poseen o no, sin más. Y en Bilbao, cuando más se las necesitaba brillaron por su ausencia.
Es obvio que el Pucela es una Torre de Babel donde hay futbolistas que pueden entrenar pero no jugar, otros que pudiendo hacerlo se encogen el espíritu hasta terminar borrados y finalmente los que aún saliendo al terreno y capitaneando al equipo ni quieren a la afición ni son queridos por la masa social. Ante ello, se hace imposible formar un credo único.
La limpieza de ese vestuario es imperativa. Los que no puedan, quieran o sepan tienen que marcharse. Y Rubio revestirse de las galas con las que ganó al Valencia -para ser relevado de inmediato- y escoger a los que mejor cumplan la idea táctica que tiene en mente. Al fútbol, como a la tortilla de patata, cuantos más huevos se le echen, mejor.
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