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Decía Alfredo Di Stéfano que «nadie es más importante que el resto del equipo» viniéndose a referir al valor de las individualidadesdentro del grupo. Sin ... embargo, el valor de las mismas se viene a poner de manifiesto cuando estas terminan por decantar con su actuación el resultado de un partido.
Ayer en Andorra, cuando el Real Valladolid como conjunto era una sombra que no sabía cómo gestionar una victoria exigua frente a un rival cuasicolista, sí que vine a echar en falta esa individualidad que rematase un marcador aún incierto, antes de que ayudásemos al contrario a revertirlo, como así acabó sucediendo.
Si tuviese que prestar declaración acerca del porqué de ese equipo soso, desvaído y frágil de ánimo o artificiosa y absurdamente crecido, no tendría muchos más argumentos que el de reconocer lo intrinsecamente malo que resultan los vaivenes posicionales en un esquema claramente delimitado.
¿Cómo entender, si no, la ausencia de Biuk en ataque?
¿Cómo sacrificar a Anuar haciéndole correr en banda para que Meseguer, a trote lento y sin la menor disputa ganadora, ocupe una demarcación para la que no es idóneo?
¿Cómo comprender que con Negredo fichado, y celebrada su llegada, no tenga ni un solo minuto para sustituir a un más que agotado Sylla?
¿Cómo valorar que Monchu, sin sustituto tras los mercados veraniego e invernal y sin promoción desde las inferiores, tenga que jugar todos los minutos de todos los partidos?
¿Cómo asimilar que Iván Sánchez, que ya no es extremo –porque nunca lo fué, aunque le situasen ahí–, solo tenga cabida cuando se marcha Sylla para jugar de '9' falso?
Tras todos estos 'cómos' de incredulidad, solo encuentro un porqué de explicación; y ese va íntimamente ligado, lógicamente, a la figura del entrenador como máximo responsabledel trabajo del grupo.
Las falsas martingalas de las rotaciones, los datos sesgados y una más que discutible gestión de los recursos humanos en lo que a situación posicional se refiere, ayer alcanzaron su culmen en Andorra.
De salida y casi de inmediato, el rival se hizo cargo de la gestión del partido simplemente con actitud y disputa.
La alarmante inferioridad en el medio campo pedía a gritos a Anuar como tercer volante, en la ayuda a Monchu, más que un falso extremo; y precisamente por ahí se creó el sumidero por el que desapareció el equipo.
Si el Real Valladolid necesita prescindir de un extremo para reforzarse en Andorra, en lugar de ofrecer su potencial desde el inicio para salir a ganar, algo estamos haciendo muy mal.
No se entiende que en determinadas posiciones se utilice el enroque y en otras, por contra, la sola dirección del viento resulte definitiva para cambiar.
Las dudas desde el banquillo tienen el efecto inmediato de trasladarse al césped, y ahí los futbolistas sacan sus propias consecuencias... que no siempre son afines a la causa.
La imagen caricaturizada del equipo da mucho más que pensar que el propio resultado en sí.
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