Ayer tarde en Zorrilla el Real Valladolid, peleando de forma mas que decorosa y digna, entregó su carta de naturaleza en la máxima categoría, al tiempo que el Atlético de Madrid recibía, tras un arduo y último examen, su certificado de campeón.
Daba la impresión de que solo nuestros jugadores, ¡ojo, no todos! eran los que se cansaban en esta liga. Los equipos repetían alineaciones y nosotros solo repetíamos cambios para jamás ser un equipo sino la sombra de tu rival.
Los futbolistas que detectan, como entrenadores, nuestros miedos, inseguridades o veleidades personales con algunos de los mismos, perciben de inmediato la ausencia de estilo y trabajo para poderlo conseguir.
Del mismo modo que captan la prioridad del técnico por las bondades del contrario, mientras anula la importancia de las propias. Ser solo la sombra de tu rival te hace olvidar tu propio valor al tiempo que te desilusiona.
Dos años viendo al futbolista mas creativo correr por una banda detrás de su rival ha sido frustrante. La prueba irrefutable del sacrificio del talento en pos de la pelea. La confirmación sin ambages de que el importante era el rival y tu el secundario.
Ayer, antes de agotar su hora de trabajo estipulada, dejó con su taconazo y junto a Weissman, Marcos André y Plano de ejecutor final, el contraataque mas bonito de toda la liga. Esa defensa ordenada y contraataque letal, que te da réditos jugando contra un equipo superior o en campo contrario, no te vale como único argumento para jugar en casa.
Ayer con Kiko Olivas -nunca entenderé los escasísimos minutos desde que volvió de la lesión- el equipo defensivamente tenía otro porte. En los 90 minutos jugados hizo mucho mejores a todos, a partir de su posición, dejando claro lo vital de una demarcación tan precariamente cubierta.
No es tiempo de lamentaciones sino de análisis. De separar el grano de la paja y no equivocarse a la hora de escoger al patrón que dirija este equipo. Resultará vital.
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