Es el fútbol. Gobiernas un partido durante 90 minutos y cuando vas a cerrar el puño, un error, una jugada a balón parado en la prolongación, un remate de cabeza y adiós a una victoria que ponía la alfombra al Real Valladolid en su carrera ... hacia la zona noble. No hay duda de que el conjunto blanquivioleta nada tiene que ver con el inestable equipo del pasado, pero el tiempo apremia y cada vez hay menos margen para evitar que la promoción se convierta en quimera.
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El Real Valladolid ya no persigue sombras, ocupa los espacios con intención, agrupa con tino sus líneas, la defensa se presenta en los partidos como un muro y las piernas ya no tiemblan cuando el rival se acerca a su área. Solo falta que Hervías no estropee su rapidez con conducciones vacías y el planteamiento será perfecto. Sergio ha encontrado un once estable y ha cambiado el estado de ánimo de la plantilla, pero su problema reside en el tiempo, necesita volar, no le vale con caminar rápido.
El técnico ha quebrado los dogmas de fe de Luis César y ha conseguido demostrar que Toni es un futbolista muy aprovechable, ayer marcó la diferencia, y que no hay un lateral zurdo en la plantilla con mejores condiciones ofensivas que Nacho. Tiempo perdido. Plano sigue creciendo en la media punta y Míchel ha resucitado como el mediocentro organizador que rompe la monotonía que representaban Luismi y Borja juntos, aunque ayer estuvo intermitente. Son los ingredientes de un cambio de guión que aún no tiene escritas las últimas líneas, desconoce si el protagonista terminará con la sonrisa desabrochada o ahogado entre lágrimas. Lo que está claro, porque las sensaciones son evidentes, es que un puñado más de jornadas por delante garantizaría un epílogo dulce. Es el problema de decidir tarde.
El punto ante el Cádiz resultó cruel. Vale para poco. Si nos quedamos en el resultado, la cabeza no levantaría un palmo del suelo, pero el Real Valladolid de Sergio se ha ganado la licencia para soñar. Ayer se quedó a un suspiro de engancharse definitivamente a la pelea, pero no supo cerrar el cofre y lo pagó con un disgusto que, sin embargo, no debe despistarle ante las cinco finales que tiene encima de la mesa. La euforia trocó la pasión por el hielo, pero la vida sigue y las señales que emite el conjunto blanquivioleta escapan de la angustia. Soria despejará la equis. Una victoria será sinónimo de ilusión. Cualquier otro resultado, enterrará las virtudes que ha inyectado a su plantilla Sergio González.
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