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También entonces pintaba mal. Porque sí, se estaba por encima del descenso, como ahora, con 38 puntos, dos de ventaja sobre Osasuna y 3 respecto al Racing de Santander. Y quedaban también tres semanas. Pero si el calendario actual asusta, con Villarreal, Real Sociedad y Atlético de Madrid, entonces, mayo del año 2001, al Real Valladolid de Pepe Moré se le exigía puntuar en Riazor, ante un Deportivo que no había perdido ni un partido en casa (14 triunfos y tres empates), y que era segundo en la clasificación; recibir en casa al Barcelona, que peleaba por la Liga de Campeones a la caza de Valencia y Mallorca; y acudir al Santiago Bernabéu para ver al Real Madrid recibir su título de campeón de Liga.
Pero entonces no estaba Sergio, dirán. Y es cierto. Estaba Pepe Moré, que había sustituido al parco y abúlico Pancho Ferraro, un técnico argentino que a la que caían cuatro gotas de lluvia se llevaba a la plantilla a entrenar en uno de los intersticios de hormigón del estadio Zorrilla. Y Moré fue decisivo en ese tramo final. En Riazor se la jugó desde la portería. Puso a Ricardo, hasta entonces suplente de Bizzarri y desde entonces un bastión de tal calibre que un año más tarde viajaría al Mundial de Japón y Corea con la selección española, justo antes de fichar por el Manchester United. Cementó el centro del campo con Turiel y el boliviano Peña, con una línea por detrás con Torres Gómez, García Calvo, Heinze y Marcos que hoy haría soñar a los aficionados. Arriba, donde se encontraba el gran lastre del equipo durante la temporada (37 goles a favor en 35 partidos, el segundo menos goleador tras el colista, Numancia, con 35), se la jugó con Kaviedes, con Fernando Fernández como media punta.
Quizá algunos no recuerden quién jugaba en el Deportivo. Aquí está su once ese día: Songoó; Manuel Pablo, Donato, Hélder, Romero; Víctor, Mauro Silva, Valerón, Fran; Makaay y Diego Tristán.
El Real Valladolid fue un acorazado. Un bloque impenetrable. Kaviedes acertó a embocar un rechace y Fernando Sales, un jugador veloz al que se le oscurecían las ideas cuando tenía tiempo para pensar en el remate idóneo, se encontró con un balón en el que no había tiempo para reflexiones, solo para aplicar el instinto. El 1-2 final significaba media permanencia.
(Recordemos, Antonio, qué sucedía entonces dentro del Real Valladolid, donde se vivía una situación caótica. La tensión era máxima... y no solo deportivamente. Francisco Ferraro había dimitido como entrenador el 4 de abril. Para la intrahistoria queda una frase pronunciada por su preparador físico, Rubén Olivera, en las oficinas de Zorrilla: 'Vámonos, Pancho, que aquí no nos quieren'. Pepe Moré cogió las riendas del banquillo.
A la semana siguiente, el presidente, Nacho Lewin amenazó con dimitir si Caja España no concedía al Real Valladolid un crédito de 2.000 millones de pesetas –12 millones de euros al cambio– para paliar el déficit que había generado. La dimisión de Lewin se hizo efectiva el 20 de abril de 2001, junto con la de sus dos vicepresidentes, Rafael Cortés Elvira y Miguel Ángel Rodríguez. El club quedaba descabezado y los representantes de Palcos Blancos –las hermanas Saralegui y Ricardo Gallego– y de Cartera de Inversiones Somosaguas –Manuel Ramiro– visitaron al alcalde Javier León de la Riva para anunciarle su intención de vender la mayoría accionarial del club. Institucionalmente, no podía haber más inestabilidad...)
Dirán ustedes que no estaba Ronaldo en el palco, que eran otros tiempos. Cierto. Carlos Suárez era un recién llegado a un club en ruinas, en el que los retrasos en las nóminas dejaron al descubierto el agujero de la gestión de Nacho Lewin.
(Eso es. El 9 de mayo de 2001, los trabajadores del Real Valladolid emitieron una nota de prensa en un club sin presidente para denunciar una «situación de extrema gravedad». Los empleados acumulaban dos nóminas sin cobrar y se plantearon, incluso, la idea de efectuar un encierro en el estadio como señal de protesta. Los proveedores no recibían pagos desde hacía casi un año. «Esta situación pone a la entidad en peligro real de desaparición»», avisaba el comunicado de los trabajadores, que reclamaba a los accionistas que dejaran de lado sus luchas internas y se hicieran cargo del Real Valladolid.
«Llamamos la atención de la ciudad de Valladolid, aficionados, instituciones y medios de comunicación para decirles que el Club está en grave riesgo de desaparición, independientemente de la clasificación deportiva del equipo. Observamos que en la ciudad existe el convencimiento de que no va a pasar nada porque 'al final, alguien salvará el Club'; en cambio, nuestro convencimiento es que si no se toman medidas urgentes en este mes, el Club está abocado inevitablemente a la desaparición», insistía el comunicado. El Consejo de Administración nombró a Carlos Suárez, de 33 años, máximo gestor del Real Valladolid con el cargo de vicepresidente ejecutivo. Suárez se reunió al día siguiente con los empleados y jugadores en medio de un clima hostil para explicar su proyecto económico. El 17 de mayo de 2001, una manifestación convocada por la Federación de Peñas recorrió las calles de la ciudad para pedir a los accionista una solución a los graves problemas económicos. Una semana antes de jugar contra el Deportivo, los empleados empezaron a cobrar las dos nóminas que se les adeudaban, como había prometido Suárez. Sin embargo, el posible descenso a Segunda División, una amenaza muy real, creaba una inquietud máxima en el seno del Real Valladolid...)
La primera machada en Riazor allanó el camino. Se colocaron cinco puntos de distancia con los de abajo. Se tenía perdida la diferencia de goles con Osasuna, que marcaba la línea. Llegaba el Barcelona. Los culés, a 4 puntos del Valencia, cuarto, tenían dos partidos para alcanzar la Liga de Campeones. En el minuto 2, Pep Guardiola marcaba de penalti el 0-1. La alineación del Barcelona: Dutruel; Puyol, Petit, F. de Boer, Sergi; Gabri, Guardiola, Xavi, Cocu; Rivaldo y Kluivert.
Antes del partido contra el Deportivo, en El Norte se recibió una carta al director de una aficionada muy enfadada. Acusaba a Pepe Moré de llevar al equipo a Segunda con su empeño en darle oportunidades a Kaviedes. Al delantero ecuatoriano había llegado a sustituirle apenas unas semanas antes, en el encuentro ante el Málaga, poco después de que saltara al campo. Había salido por Pachón y a los 30 minutos Moré sacó su cartelón para relevarle por Antonio López. «En el campo hay que trabajar para aportar algo al equipo», dijo después el técnico. Sin embargo, llegado el envite final, confió en él. Y Kaviedes marcó en Riazor. «Puedo quitar a un jugador en un momento determinado porque crea que no está rindiendo, caso de Kaviedes, pero si hablo con él y veo una mejor actitud en su trabajo, pongo al futbolista que creo más va a aportar en el campo. No me voy a dejar llevar por si me cae mejor o peor», dijo Moré en una entrevista al periódico en el parón de selecciones que precedió al tramo final de dos partidos.
Y Kaviedes volvió a marcar. Al Barcelona.
De chilena.
Acudió al encuentro del centro de Alberto Marcos con un desmarque invisible entre Frank de Boer y Puyol, controló de espaldas a la portería con el muslo y remató en una acrobacia que dejó perplejo y sentado de culo a Dutruel. Un minuto después, Fernando Fernández, el hombre que hacía más goles con menos intervenciones, logró el segundo. El Barcelona, con Rivaldo como estrella asistente y Overmars como ejecutor, empató a dos. Rivaldo, una semana después, dejaría al Barcelona en 'Champions' con una chilena de escándalo ante el Valencia.
(Cinco días antes de jugar frente al Barcelona, el Real Valladolid sufrió un duro golpe en forma de lesión. El 5 de junio de 2001, el delantero Sergio Pachón, en ese momento máximo goleador del equipo con seis tantos, efectuó un mal giro de rodilla durante el segundo entrenamiento de la semana y se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda. No fue la única baja sensible en el tramo final: el centrocampista Jesús Sánchez Japón pasó por el quirófano el 29 de mayo por una osteopatía de pubis que venía lastrando su participación...)
Los resultados de otros campos obligaban a puntuar en el Bernabéu o esperar que los hados de otros equipos fueran favorables. El estadio madridista era una fiesta por la Liga conquistada. Raúl marcó en el 24. Los resultados de otros campos eran favorables, con Osasuna condenado durante media tarde futbolística y el Mallorca controlando al Oviedo, el otro implicado. Y marcó Kaviedes. De nuevo. El tercer gol en tres partidos.
Y de nuevo Raúl, siempre incansable contra el Real Valladolid. Y con el triunfo blanco, las radios traían el infarto. El Oviedo se acercaba en Mallorca, 3-2. Y quedaban 12 minutos. Y todo estaba tan cerca del horror... En el minuto 90 marcó Novo para los bermellones y envió al Oviedo a un pozo del que todavía, veinte años después, no ha regresado.
La fe inquebrantable, la desaparición en el tramo final de jugadores que no aportaban nada, como Ciric, la rehabilitación de Kaviedes y el bloque salvaron entonces al Real Valladolid.
(Así es, Encinas, y la salvación deportiva de 2001 supuso también la salvación institucional. Después de la permanencia, hubo que hacer caja, pero sin tantos agobios. Gabriel Heinze fue traspasado al Paris Saint Germain por 700 millones de pesetas –4,2 millones de euros– y se vendió a José Antonio García Calvo al Atlético de Madrid. El club renovó a Pepe Moré por una temporada con otra opcional, en una decisión que se reveló efectiva, ya que Moré mantuvo sólidamente al Pucela en Primera los dos cursos siguientes. Las informaciones sobre posibles compradores para hacerse con la mayoría accionarial del club -Pelokaki, Enrique Tapias, Miguel Ángel Gnecco...- quedaron en agua de borrajas. El Real Valladolid salvó un 'match ball' agónico en el césped en el tramo final de la temporada y continuó su andadura institucional)
¿Que es imposible repetirlo? ¿Que esta plantilla no es aquella y Sergio aún no ha reaccionado? Aquel descenso hubiera supuesto la desaparición del club casi con toda seguridad, abocado a una ruina insuperable. Hoy, en liza solo están las cuestiones futbolísticas. Y esas, ya se ha visto, siempre pueden tener remedio.
(Que el dios del fútbol te oiga, compañero)
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