Se fumaba Marlboro, mandaba la pana de cintura para abajo, los rockeros iban al infierno y los gritos de las adolescentes se los llevaban mayoritariamente Los Pecos. ¡Ah!, y no había fiesta que se preciara sin coca cola para todos y algo de comer...
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Nos vamos a los primeros días de los años 80, con la Constitución gateando aún por las calles y el panorama político fragmentado en cuatro grandes fuerzas políticas perfectamente identificables con los rostros de sus líderes (Adolfo Suárez y UCD, Felipe González y el PSOE, Santiago Carrillo y el PCE, y Manuel Fraga y el CD). Por entonces, en Valladolid se hablaba de la huelga del metal por un convenio colectivo que no llegaba pero también de los dos millones de pesetas que se había gastado el ayuntamiento en actividades navideñas y de la feliz idea del ucedista Benigno Polo que, transformado en rey Baltasar, pretendía sustituir los caramelos de la Cabalgata por donuts. También se hablaba, como no, del Mundial que iba a organizar España en 1982, de su mascota Naranjito y, como consecuencia, del nuevo estadio que le iba a acompañar en Valladolid, ya como subsede oficial.
Una era cuestión de Estado; la otra, materia de pleno municipal. Y ambas, directamente interrelacionadas desde que el 17 de julio de 1979 se hicieran oficiales las 14 ciudades y los 17 estadios en los que se celebraría el Mundial: Vigo, La Coruña, Oviedo, Gijón, Bilbao, Zaragoza, Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Elche, Sevilla, Málaga y Valladolid después de que se cayera a última hora San Sebastián.
En la sombra y sin hacer más ruido que el derivado de las puertas a las que llamó en Madrid, Teresa Revilla fue una de las figuras de peso que resultaron fundamentales para que Valladolid fuera designada subsede en el Mundial de 1982. Diputada en Cortes por UCD y la única mujer que participó en la Comisión constituyente de la Constitución de 1978, Teresa no entendía de fútbol pero sí entendió que traer este acontecimiento a la ciudad conllevaría beneficios a la ciudad. Ni corta ni perezosa se presentó un buen día en el club y les lanzó una pregunta a Gonzalo Alonso y Ramón Martínez: «¡Díganme qué es un Mundial!», exclamó, igual de tajante cuando escuchó la respuesta por parte del presidente y director deportivo. «¡Eso es cosa mía!», exclamó antes de cerrar la puerta.
Cuarenta años después, Teresa Revilla López (Tetuán, 1936) reside en Madrid, donde no ha perdido la sencillez y humildad que siempre le caracterizaron. «Traté de cumplir con mi labor. Yo solo pensaba en Valladolid y en el interés que podía representar para la ciudad», señala hoy a El Norte, sin ocultar el doble esfuerzo que suponía sacar iniciativas adelante por su condición de mujer. «Todo lo que hacías y proponías lo tenías que hacer correctísimamente porque se me miraba con lupa», explica.
Desde entonces la máxima preocupación, y quebradero de cabeza para todos los alcaldes, se centró en obtener el dinero necesario para llevar a buen puerto la organización de la cita mundialista que, en el caso de Valladolid, pasaba también por levantar un campo nuevo. Era condición sine qua non.
Se multiplicaron las reuniones para estudiar un posible calendario en la concesión de estos créditos, y los números empezaron a bailar en las cabezas de los diferentes ediles. El Comité Organizador del Mundial, con Raimundo Saporta a la cabeza, acordó conceder 1.700 millones a los seis estadios municipales y 3.665 a los once que son propiedad de clubes, distribuidos en tres plazos distintos de tal forma que en mayo de 1980 los municipios recibirían 510 millones y los clubs 1.100; en mayo de 1981 850 y 1833, respectivamente; y la última entrega sería en 1982 con 340 y 732 millones, respectivamente, sobre la mesa.
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Se acordó, igualmente, que las vías de financiación fueran el Banco de Crédito Local para los estadios municipales, y el Banco de Crédito a la Construcción para los clubes, con unas condiciones de amortización bastante favorables y un tipo de interés del 11 por ciento.
Con esta inversión asegurada, capítulo aparte se escribiría con la justificación de un presupuesto que empezó siendo de 480 millones de pesetas y que finalmente se cerró en 700. El propio alcalde, Tomás Rodríguez Bolaños, llegó a reconocer a los medios en la presentación del estadio que faltaban por cubrir 120 millones. «Hemos estudiado diversas fórmulas, una de las cuales no excluye al principal beneficiario de la instalación, es decir, el Real Valladolid. Una fórmula que consistiría en que el club aportase la citada cantidad mediante una cesión municipal a largo plazo para explotar las posibilidades que el estadio tiene, tales como publicidad, arrendamiento de los bares, zona de aparcamiento, etc. Si esta salida no prosperase», explicó el primer edil un 5 de noviembre de 1980, «el ayuntamiento seguiría adelante mediante otra postura crediticia, bien proponiendo un presupuesto extraordinario o cualquier otra solución». Aquel llamamiento no tardó en recibir respuesta. Tres semanas después fue el grupo Parquesol quien se hizo cargo aportando 300 millones a la causa como beneficiario en la revalorización de la zona.
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Bolaños terminó redondeando en 700 millones de pesetas (4,2 millones de los actuales euros) el montante de una obra cuya documentación cifra en 456 millones en la obra civil del estadio, 65 millones en el terreno de juego y obras complementarias, 81 en electricidad e iluminación, y 25 más en la fase de urbanización. El ayuntamiento firmó un primer contrato de arrendamiento por el cual el club se comprometía a pagar unos 55 millones por cinco años a cambio de los derechos de alquiler de los bares del campo, los ingresos publicitarios y la posibilidad de cobrar las plazas de aparcamiento (algo que no se llevó a cabo).
Pero la parte pecuniaria iba por un lado y la social por otra orilla bien distinta. Y a este lado del río la ciudad respiraba una corriente de cierto malestar por un proyecto de estadio que no gustó a todos por igual. Si todos los cambios esconden algo de traumático, dar portazo al Viejo Estadio no sentó nada bien a los aficionados más veteranos. No eran poco los que abogaban por una exhaustiva remodelación del campo del paseo de Zorrilla, y muchos otros apostaban por un campo nuevo en el que todas las localidades fueran de asiento. Daba pereza abandonar el centro y nostalgia despedirse del que había sido templo blanquivioleta durante cuarenta años. «Se puede decir que había división de opiniones. La gente estaba muy habituada a ir andando al viejo estadio, hacía una parada en el Lucense donde se fumaba un puro y se tomaba su café y su coñac, y era mucho más cómodo. Entonces la gente no es que estuviera en contra de hacer un estadio sino de hacerle tan lejos», recuerda José Miguel Ortega cronista oficial del club.
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Con este debate en cada esquina, El Norte de Castilla recibió un buen número de quejas de sus lectores y no pocas cartas al director, entre las cuales destaca una firmada por 260 socios del club blanquivioleta y dirigida al alcalde Rodríguez Bolaños: «...Cuando todos esperábamos una mejora del primitivo proyecto, teniendo en cuenta la cesión gratuita de los terrenos por parte de la Diputación y la aportación de 300 millones de pesetas por Parquesol, nos sorprende con un proyecto que no se ajusta en absoluto a las necesidades de nuestro tiempo. El hecho de pretender construir en Valladolid un campo de fútbol en los años 80 sin tener todas las localidades de asiento y sin cubrir en su totalidad, da una idea del poco conocimiento que tienen del tema, ustedes, los responsables.....», se apuntaba en la misiva, admitiendo, «dentro de lo malo, ver el fútbol de pie, pero no podemos admitir el no cubrir todo el Estadio».
Esto generó que el propio arquitecto responsable de la obra, señor Casas, se viera obligado a dar explicaciones. «Un proyecto todo cubierto condenaba al campo a mantener un aforo fijo para siempre», aseguró el mismo día que se dio el pistoletazo a las obras (5 de noviembre de 1980).
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«A nivel de club era una gran ilusión para todos, ya sabemos que a nivel afectivo a todos nos iba a costar dejar el Viejo Zorrilla pero se estaba quedando obsoleto y era necesario», señala hoy Ramón Martínez, por entonces director deportivo del club, quien desvela que en una idea primigenia el estadio se iba a ubicar en Laguna de Duero. «El proyecto inicial iba en Laguna con 38.000 localidades, todo cubierto y todos sentados, pero no se concretó por motivos que desconozco», añade.
Salvada esta desazón que despertó el boceto entre algunos aficionados, la obra cumplió escrupulosamente con los plazos comprometidos. Cuatro meses después, en pleno marzo, todo estaba dispuesto para sembrar el césped, en septiembre se procedió al montaje de la luz y el 28 de noviembre de 1981 Bolaños ofrecía todo lujo de detalles en una visita con los medios que terminó en almuerzo.
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El Nuevo Estadio José Zorrilla, ubicado al oeste de la ciudad, era ya una realidad en los terrenos del Pago de La Barquilla, propiedad de la Diputación Provincial y cedidos al Ayuntamiento. La estampa, en pleno solar con la única compañía del hipermercado Continente, aún debería mutar con el paso de los meses antes de su inauguración, el 20 de febrero del 82, por supuesto antes del inicio del Mundial en pleno mes de junio, y también con el paso de los años.
Sobre una superficie de 25 hectáreas de las que el estadio ocupa 5 hectáreas, el Nuevo Zorrilla lució su mejor sonrisa aquel 20 de febrero en una inauguración que nadie se quiso perder. Ni siquiera la Banda de Música del Regimiento de San Quintín, el grupo Candeal, los grupos de danza Justo del Río (de Burgos), Doña Urraca (Zamora), Espadaña (Valladolid) y otros conjuntos representativos de Salamanca, Segovia y León, en una fiesta en la que la Coral Vallisoletana interpretó el Himno a Castilla antes de hacer pasillo a los jugadores de Real Valladolid y Athletic Club de Bilbao.
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La fiesta resultó completa no solo por la victoria cosechada por los de Paquito (1-0) sino por los veinte millones de pesetas que recaudó el club.
A aquel histórico gol marcado por Jorge, que aún permanece en la retina de los aficionados, le han seguido en los últimos cuarenta años otros 1.476 del Real Valladolid (liga y Copa) y 1.139 más de los rivales que han pisado desde entonces el Nuevo Zorrilla. La estadística se detiene a día de hoy (después del último empate con el Girona) en 4.398 partidos disputados (liga y Copa), con 475 victorias, 316 empates y 267 derrotas.
Nació el estadio con la etiqueta puesta, y la única duda que nos queda a día de hoy es saber si se le puso antes o después de su inauguración. Las crónicas cuentan que fue en la final de la Copa del Rey del 82, disputada entre Real Madrid y Sporting, cuando surgió el sobrenombre de 'estadio de la pulmonía'. En aquella ocasión, la visita de Sus Majestades los Reyes atrajo todos los focos y de algunas de sus reacciones y comentarios, reflejados por los medios de la capital, se acuñó el término.
Sin embargo, hay quien asegura que fue mucho antes y no hubo que esperar a que fueran los Reyes los que advirtieran el frío que hacía en el estadio. «Fue un comentario de Paquito», apunta José Miguel Ortega, cronista del club, «el origen del 'estadio de la pulmonía'. Llegó un día a entrenar y dijo que este frío no era normal», recuerda el periodista, cuarenta años después.
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