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José Anselmo Moreno
Jueves, 28 de noviembre 2024, 20:22
El jefe del vestuario, un tipo respetado dentro y fuera del campo. Era el que ponía su frente en la frente del contrario durante una trifulca. También, el que tenía abrasado al linier cuando no había VAR y existían los fueras juego «humanos». Como líder, advertía al rival de que se respetara a su compañero tras la enésima falta. También era el que echaba la bronca al lateral que no cerraba o quien pedía al público un aplauso cuando el equipo se hundía. Los intangibles de un capitán, en suma. Sus entrenadores lo tenían por una buena «influencia», palabra que luego volverá a aparecer por aquí vinculada a la música. Manzano, por ejemplo, sentía verdadera devoción por él y hasta le colocaba de mediocentro.
Se dio a conocer cuando era un chaval, al tener la «desvergüenza» de hacer una rabona desde la línea de fondo con el primer equipo del Real Madrid. Fue en un amistoso en Málaga ante el Hamburgo y me corrige el dato porque yo pensaba que había sido en su debut en partido oficial.
Decidió retirarse en Pucela y aquí sigue. Volvió precisamente desde el Atlético, como él dice «por cariño» y lo dejó tras aquel dramático partido ante el Betis de la parada de Asenjo, que García Calvo jugó infiltrado. «Tuve que pedir el cambio porque ya no podía más», recuerda.
Fue entonces cuando el «viejo rockero» del fútbol ejerció de tal sobre los escenarios aunque esa etapa ya pasó. Actuaba como vocalista de una banda de rock compuesta por unos amigos. Dejó el fútbol a los 34 años por molestias crónicas en un dedo del pie derecho. Antes de eso tuvo un ida y vuelta a Madrid en varios capítulos. Y es que José Antonio García Calvo (1-4-1975) se formó en la cantera del Real Madrid antes de jugar en Pucela en dos etapas, interrumpidas por su periodo en el Atlético, donde fue traspasado en verano de 2001.
El madrileño rememora con especial apego su etapa colchonera. Le hizo sentirse «atlético de corazón, aunque yo no lo era de nacimiento». De niño era madridista por su abuelo, el mismo que le metió en la sangre el mundo del vino, al que actualmente se dedica.
Nada más llegar a Pucela su raza se contagió al resto de compañeros, aunque junto a él estaban zagueros cuya bravura venía «de serie», como el argentino Heinze o el boliviano Juanma Peña. Esa defensa era valiente e impetuosa y aunque García Calvo no lo dice, por decoro, era la clave y sobre ella se apoyó Manzano para alcanzar la mejor clasificación de este siglo, un octavo puesto (empatado con el séptimo).
Sí reconoce que cuando «aterrizó» en Valladolid vivió una etapa algo convulsa. Nada más llegar, el entonces presidente, Marcos Fernández Fermoselle, destituyó a Cantatore, en un programa de radio y le costó entrar en el equipo con la llegada de Kresic. Cuando entró ya no salió y, tras ser traspasado al Atlético y ser internacional, volvió a Pucela.
Por cierto que su venta fue un salvavidas para garantizar entonces la viabilidad del club vallisoletano. Lo pidió Luis Aragonés para subir al Atlético y lo consiguió en un año «muy duro», en plena intervención judicial del club madrileño. Tras cinco temporadas allí, García Calvo regresó a Pucela en Segunda con el 16 por ciento del sueldo que tenía de rojiblanco en Primera. No le importó porque «volvía a casa».
En los últimos años de fútbol dice que tuvo que hacer cosas «muy heavys» para jugar. Es una palabra muy suya aunque admite que se entablaron negociaciones para continuar e, incluso, se llegó a un acuerdo de renovación pero él escogió el camino de la honradez: «Empecé a entrenar y las sensaciones no eran buenas, tenía que dejarlo, yo no podía engañar a la gente y menos en Valladolid».
Había vestido la blanquivioleta 195 veces y siempre que estuvo bien físicamente fue titular. Ya antes de llegar, había sido campeón de Europa sub 21 y también campeón de Liga con el Real Madrid en la 1996/97.
Se asentó aquí y se vinculó a la bodega Cepa 21, un proyecto vitivinícola de Ribera de Duero que preside la familia Moro en Castrillo de Duero. De la mano de José Moro regresó al Real Valladolid fugazmente y con la marcha de Moro él también abandonó el club, donde ocupó el cargo de director del área de Desarrollo de Negocio. Antes había sido también, en otras etapas, director deportivo (en una época con telarañas en la caja) y responsable de Relaciones Externas, un cargo no remunerado. Como director deportivo fichó a Valiente, Jofre, Peña o Guerra, entre otros. Suárez intentó que su labor tuviera continuidad dentro del organigrama técnico, pero él ya no quiso.
Lo del vino le viene de lejos. «De niño acompañaba a mi abuelo a los viñedos y me ha interesado siempre este mundo», recuerda. Su abuelo también le acompañaba al Bernabéu, pero sus vivencias posteriores le hicieron más colchonero. «Me sentí muy querido allí», afirma.
Hoy está alejado de los focos del fútbol y declina hablar del panorama actual. Al contrario de lo que sucede con otros, supo dejar paso y cuando se apartó no sufrió ningún impacto emocional. Se dijo a sí mismo: «Soy feliz así». No ha vuelto. Pasó página «enseguida» tal y como sucede con las decisiones firmes y se puso «a otras cosas», entre ellas comercializar vino. Sin embargo, como el tiempo va colocando el armario de la vida, situando lo bueno en los estantes más visibles, dice que se queda «con lo mejor de su etapa de futbolista» y todos los «buenos momentos» que vivió en los clubes que se miden este sábado.
Y vamos con esa «influencia» anunciada más arriba en otro contexto. Su aventura musical se llamó «La Influencia de Baco», un tributo a Enrique Bunbury que le permitió desconectar del deporte. Eso duró tres años y ofrecieron varios conciertos por toda España, sobre todo en Pucela. Sonaban bien. Califica a Valladolid como una ciudad «fantástica» para vivir y, además, cerca de Madrid, lo que le facilita ahora la logística para sus viajes de negocios a México, por ejemplo. Se le nota que es feliz, hace lo que le gusta aunque a veces, como todos, se ha sentido «entre dos tierras», como cantaron sus Héroes del Silencio.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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