En un espectacular ambiente de Primera División, el Real Valladolid no pudo agradecer el empuje de 19.608 aficionados con los tres puntos. El gol de Rodrigo Ely fue como sentarse en una silla con una chincheta
Llegó el día tan esperado. La lucha entre dos transatlánticos, Real Valladolid y Almería se verían las caras. El ganador asaltaría el liderazgo. Cada día que pasaba era tachado en el calendario. Hasta que llegó la noche del viernes. Aquello parecía la noche de reyes, cuando los más pequeños no pueden pegar ojo con ansia de abrir los regalos. Ocurriría lo mismo, los aficionados del Real Valladolid se levantarían con un cosquilleo que no se iría del cuerpo. Desde por la mañana las camisetas blanquivioletas estaban presentes en cada rincón de la ciudad. Músicos callejeros reproducían el himno del Real Valladolid. El ambiente era idílico. Atrás quedaron aquellos meses de pandemia que oscurecieron el fútbol. El deporte es de los aficionados y sin ellos, los estadios se impregnan de silencio y penumbra.
El cosquilleo en el cuerpo de cada aficionado se desplazó hasta las inmediaciones del José Zorrilla esperando el tan ansiado recibimiento. Los cientos de corazones comenzaron a latir cuando asomó el autocar en el que se encontraban los jugadores del Real Valladolid. Minutos antes, cada aficionado escogería un sitio privilegiado para tener las mejores vistas. La euforia se instaló en el ambiente, era una marea blanquivioleta en el que cada aficionado ondeaba la bandera y agitaba su bufanda, cantando al unísono ¡Volveremos a Primera, volveremos otra vez! Aquella era una estampa que agitó las emociones. La piel de gallina, el brillo en los ojos, la felicidad en cada rostro. No había dudas de que cada grito al cielo supondría una dosis de adrenalina en cada jugador. El aliento de los cientos de hinchas llevaron en volandas al Real Valladolid. Un día que quedará en las memoria después de dos años de pandemia.
Después la marea blanquivioleta se trasladó hacía la Fan Zone organizada por el club en el que se darían cita las dos aficiones. No faltaron hinchables para los más pequeños y los puestos de sabrosas hamburguesas y bocadillos. En algunos rincones hubo una mezcla de colores rojos y violetas. Una velada entre las aficiones del Real Valladolid y Almería que posarían juntos para las fotos. La tensión se viviría en el terreno de juego, pero en las aledaños de Los Anexos todo era felicidad y diversión.
Era el momento de entrar al José Zorrilla,el efecto era hipnótico, los 19.608 aficionados fueron ocupando sus asientos, como hormigas entrando en el hormiguero. Poco a poco fueron desapareciendo los espacios de las gradas. Pocos dirían que era un encuentro de Segunda División. El balón echó a rodar y se desplegaron cintas blancas y violetas de gran tamaño, acompañadas de una pancarta que recorría todo el Fondo Norte con la frase `Bufandas al viento que no pare el tiempo'.
El himno cantado a capela para intimidar al rival y dejar constancia que llega a un territorio hostil. El cosquilleo inicial se acabaría transformando en cierto nerviosismo por ver qué depararía el choque. Nueva coctelera de emociones. Los atronadores cánticos impregnaban el ambiente para llevar en volandas al equipo. Incluso con el gol del Almería los rugidos no desvanecieron. El aliento de la hinchada fue fundamental para que Roque Mesa igualara el electrónico.
El tanto de Toni en la segunda parte fortaleció aún más los ánimos. Era el guion perfecto, remontada y en camino de los tres puntos. Los cánticos se centraban en el regreso a Primera División. ¡Que sí, joder, que vamos a ascender! La sonrisa en la cara era inevitable. Pero en esta ocasión el desenlace no sería feliz. El tanto de Rodrigo Ely a falta de dos minutos para cumplirse el tiempo reglamentario enmudecería el José Zorrilla. El corazón se heló y la sensación de decepción apareció. La fiesta no fue completa, solo eran escasos minutos, pero el destino volvió a ser cruel.
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