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José Anselmo Moreno
Martes, 9 de abril 2024, 11:35
Fernando Redondo recibirá un homenaje en Zorrilla al cumplirse este 2024, además de 40 años de «su» Copa de la Liga, el 50 aniversario de su debut como entrenador del Pucela. No se le va de la cabeza el recuerdo de su mujer, ya fallecida. La ausencia de la que fue su pareja durante 54 años no se alivia con nada pero él tiene amigos y, sobre todo, fútbol. De hecho sigue jugando a una edad en la que otros caminan con bastón. Acaba de jugar un partido cuando hablamos, precisamente con motivo de su «agasajo» del sábado.
La conversación, como sin querer, va de atrás hacia delante porque Redondo pertenece a una generación con vivencias tremendas. Cuenta que el primer balón que tuvo se lo cambió su madre a una gitana por legumbres, hasta entonces jugaba en el pueblo con la vejiga de un cerdo inflada hasta que uno la pisaba más fuerte de la cuenta y fin del partido.
Igual que le gusta la tortilla de patata poco hecha, le gustan los futbolistas en proceso de hacerse. En un camino de ida, nunca de vuelta. Recordamos cuando me habló durante una cena a finales de los 80 del argentino Fernando Redondo, todavía imberbe. Parecía broma.
No alardea de que en dos de las tres finales del Pucela en su historia estuvo él. La primera como entrenador, con más del 50 por ciento de jugadores de cantera, para ganar la Copa de la Liga. En la segunda, la Copa del Rey, era director deportivo y dice que sólo gastó 6 millones de pesetas por Jankovic. El resto de refuerzos, Ravnic, Miljus, Albesa, Damián o Albis, llegaron a coste cero.
Cuenta también que cuando iba a ver a un futbolista no miraba el partido, solo a ese jugador. Y una libreta, no necesitaba más. Ni estadísticas ni mapas de calor. Hace poco, Ramón Martínez me contó que decidió fichar a Luis Enrique para el Madrid viéndole en un calentamiento. Redondo pertenece también a esa estirpe, la de la intuición. Aún le brillan los ojos cuando habla de jugadores listos, de esos que tiran desmarques, que rompen al espacio y buscan la espalda. Para ficharlos tiraba de persuasión porque «no había un duro». Sus argumentos eran agotadores. «Les insistía en que aquí iban a jugar y revalorizarse, alguno venía perdiendo dinero», dice.
Dice que fichó jugadores por 400 millones y se vendieron por 4.600. El negocio más suculento lo hizo trayendo a Caminero en la venta de Hierro al Madrid. Tenía al Castilla entero para escoger. Llegó un momento en que no le dejaban entrar en la Ciudad Deportiva del Real Madrid por miedo a que se llevara «talentos ocultos». También hizo buenas operaciones cuando se trajo a Jankovic, Ravnic y Miljus. Era un amante del fútbol de la antigua Yugoslavia y un firme convencido del rendimiento de esos jugadores en España.
También recuerda que tenía el hábito de captar jóvenes desconocidos que dieron rendimiento inmediato. El mismo verano fichó a Soto, Fernando o Peternac, entre otros. Sin embargo, años antes, no cuajó la «mezcla» con Mágico González. Se las tuvo tiesas con el salvadoreño por sus indisciplinas. Eso da para mil historias, alguna surrealista.
Además de ser el único entrenador que tiene un título con el Pucela, donde jugó en los 60, militó en el Sevilla. Como entrenador comenzó su relación con el club en la temporada 73-74 (de ahí la efeméride del sábado). Y saltamos de pronto a la temporada 83-84, con ese título en el que dice que tuvo suerte. «Cogí seis veces al equipo, más que nadie, pero lo de aquella plantilla era impresionante». Fue también la primera clasificación europea con anécdota incluida en Rijeka. Allí soplaba un viento salvaje en contra y era imposible avanzar. Su orden al descanso era chutar desde lejos ya con el vendaval favorable, pero en el descanso cambió la dirección del viento. Cosas que le pasan al Pucela.
Acabamos con el presente y al respecto dice: «Jamás pude imaginarme este ambiente en Zorrilla cada partido, este público se merece recibir alegrías y a veces me enfado cuando no es así, pero hay que unirse por un objetivo común: el ascenso». Dicho queda.
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