Panorámica de los terrenos en los que se iba a construir una auténtica ciudad deportiva, en torno al estadio municipal, a la derecha de la imagen. Archivo J. M. Ortega
La Vista Atrás

El faraónico proyecto de una Ciudad Deportiva en Valladolid

En aquel boceto de los años 40 se pretendía construir, además de un estadio, un velódromo, piscina, cancha de baloncesto, frontón, pistas de tenis y patinaje,...

José Miguel Ortega

Sábado, 21 de octubre 2023, 17:52

Concluida la Guerra Civil, el Real Valladolid recibió un aviso de que debería abandonar lo antes posible el campo de la Sociedad Taurina, donde había celebrado los partidos oficiales desde 1928, el año de su fundación. El nuevo dueño de los terrenos tenía otros planes, ... aunque accedió a posponerlos hasta que el club de fútbol más representativo de la ciudad construyera un nuevo campo, resucitando un plan que ya había valorado el Ayuntamiento en 1935. El exdirectivo blanquivioleta Jesús Rivero Meneses había sido nombrado Gobernador Civil y utilizó su influencia, que era mucha, en convencer al alcalde Funoll para comprar unos terrenos en la llamada Ribera de los Ingleses para construir un estadio acorde con las necesidades del club y la amplitud y comodidad que demandaban los espectadores.

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Los terrenos, que originariamente habían pertenecido al Colegio de los Ingleses, eran propiedad de un personaje muy conocido en la ciudad, Norberto Adulce, propietario de una droguería que estaba en la plaza de Fuente Dorada número 5, y que era todo un referente para varias generaciones de vallisoletanos. Adulce, de quien se decía que era prestamista, pidió una cantidad desorbitada pero acabó cediendo a las presiones del nuevo Régimen y vendió los 40.000 metros cuadrados de la finca por 200.000 pesetas, aunque el desembolso municipal se fue hasta 386.338,25 pts porque se añadieron 19.000 metros cuadrados de otra finca aledaña.

Pero entre las obras y los honorarios de arquitectos, aparejadores, peritos, derechos reales y escrituras, la cosa se disparó a 882.720,92 pesetas, mucho dinero en plena época del hambre y las cartillas de racionamiento.

Aunque lo más urgente y necesario era la construcción del nuevo campo de fútbol para el Real Valladolid, el proyecto inicial albergaba la idea de levantar toda una ciudad deportiva para cubrir las necesidades apremiantes que padecía el deporte vallisoletano.

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El estadio municipal iba a contar con gradas capaces de acoger a 25.000 espectadores, que era la cuarta parte de la población que entonces tenía Valladolid en aquella época, poco más de 100.000 y seis veces más del aforo que tenía el vetusto campo anexo a la plaza de toros. Pero ahí no quedaba el sueño al que dio forma el arquitecto Miguel Baz García, pues sus planos originales acogían también otro campo de entrenamiento con capacidad para 8.000 espectadores, en el que podrían disputarse partidos de la categoría regional.

Con estas dos construcciones se resolvían las necesidades del fútbol, que seguía siendo el primer deporte del país y el que el Régimen de Franco apoyaba con mayor determinación. No obstante, el flamante gobernador civil, que antes de la Guerra había sido editor-propietario de una revista polideportiva, 'Olimpia', presionó para solucionar la absoluta carencia de instalaciones que padecían los otros deportes en la ciudad.

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Además de los dos mencionados recintos futbolísticos, se iba a construir un velódromo de 2.500 espectadores para celebrar carreras de pistas con una puerta de acceso que permitiera instalar allí la meta de las pruebas de carretera.

Otro recinto previsto era una cancha de baloncesto con capacidad para 3.000 aficionados, una piscina con 33,33 metros de largo y 15 de ancho, un frontón cubierto que sustituyera al desvencijado de la calle Expósitos, una pista de patinaje sobre ruedas, cuatro pistas de tenis y un gimnasio bajo el graderío del estadio de fútbol.

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La Real Sociedad Hípica, que en principio no estaba contemplada en el proyecto se hizo realidad gracias a una hábil maniobra del general Solchaga. Archivo J M. Ortega

El proyecto de aquella fastuosa ciudad deportiva que iba a construirse apenas cien metros de distancia del campo de la Sociedad Taurina, en la acera de enfrente del Paseo de Zorrilla, se erigió en el protagonista de las conversaciones de toda la población, aunque acabó convirtiéndose en el shakesperiano sueño de una noche de verano. El desembolso final de aquella Babel deportiva superaba con mucho las posibilidades económicas de un Ayuntamiento con pocos fondos y muchas necesidades, de modo que la cosa se redujo al estadio de fútbol y a una operación relámpago urdida por el capitán general de la VII Región, el general Solchaga, que propuso a su colega y alcalde Luis Funoll, que provenía del arma de Caballería, una permuta de terrenos propiedad del Ejército en donde estuvo la Real Sociedad Hípica, en las cercanías de la plaza de toros, con un espacio junto al nuevo campo de fútbol para construir una pista de hierba donde celebrar concursos hípicos y las canchas de tenis inicialmente previstas en el proyecto, aunque para uso y disfrute de los socios de la Real Sociedad Hípica, mayoritariamente militares.

Asímismo, el Ejército se reservaba una zona preferente en el Paseo de Zorrilla para 116 viviendas de jefes y oficiales, por delante de las de construcción municipal en el barrio de La Farola, donde antes de la Guerra estuvo la Hípica.

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A eso quedó reducido el faraónico plan de la ciudad deportiva, aunque unos años después, en 1947, entró en servicio un campo de tierra con las medidas reglamentarias, para paliar la carencia de instalaciones que padecía el fútbol modesto, que a falta de un nombre concreto los aficionados conocían como el campo de la Federación, del mismo modo que el campo del Valladolid, inicialmente denominado como Estadio Municipal, fue bautizado años después como Estadio Municipal José Zorrilla por su cercanía al Paseo que el Consistorio había dedicado al ilustre autor del Tenorio.

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