Confieso que soy de los que tenían dudas, demasiadas, sobre el rendimiento que mostraría el Real Valladolid tras la vuelta después del parón. Pensaba que esta nueva normalidad del fútbol que consiste en jugar cada 72 horas o en que se realicen carruseles de cambios ... que permitirían sustituir a la mitad del equipo con el que se empezó un partido, perjudicaban a las plantillas más cortas de efectivos y de talento. Me sigue pareciendo tramposo cambiar las reglas con las que se disputa un torneo a mitad del mismo, sin embargo, en mi análisis dejé de lado el factor humano de un grupo comprometido y solidario, y la gestión que de sus activos ha realizado el cuerpo técnico. Algo, sin duda, mucho más valioso para afrontar el maratón de partidos que se han disputado desde hace solamente un mes a esta parte.
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Por ello sorprende, aunque en realidad no tanto, que el hecho de conseguir la permanencia matemática a falta de dos partidos, de manera tan holgada, tan tranquila, con unos recursos económicos tan limitados, con una plantilla tan orgullosa como escasa de efectivos, no sea considerado un éxito sino simplemente el cumplimiento de un objetivo que no merece mayor reconocimiento.
Que la falta de empatía hacia lo que ha hecho Sergio González y su plantilla venga de un sector del entorno demasiado obsesionado en retorcer la realidad para que confirme sus teorías más tristes, agoreras o apocalípticas es algo a lo que uno está acostumbrado. Al fin y al cabo, en las redes sociales se sueltan opiniones con la esperanza de conseguir muchos adeptos a la causa. Ya lo decía el anuncio aquel, pocas cosas gustan más un español que tener razón. Sin embargo, que el encargado de infravalorar la permanencia fuera el propio David Espinar es algo que no vi venir, lo reconozco. Para el director del Gabinete de Presidencia del Real Valladolid un éxito hubiera consistido en quedar más arriba en la clasificación. Lamenté que no puntualizara cuántas posiciones se habrían tenido que escalar para obtener consideración y, de esta manera, poder calibrar cuán cerca estuvo el equipo de ganarse el derecho a sonreír satisfecho por el deber cumplido. Nada dijo, sin embargo, de los pocos medios y recursos destinados por parte de la dirección del club a confeccionar una plantilla capaz de luchar por unas metas tan ambiciosas que sean dignas de reconocimiento. Lástima.
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