La celeridad con la que afrontamos nuestro día a día acaba por estrangular la verdadera esencia de todo lo que hacemos. Nos quedamos en la superficie y no saboreamos el proceso. Si esto fuera una noticia puramente informativa nos quedaríamos con el titular y daríamos por amortizados los detalles.
En deporte, y más concretamente en el mundo del fútbol, esa velocidad se multiplica por diez y el proceso no importa si no acaba en victoria. Mucho menos si no culmina en ascenso.
Y detrás del último éxito del Real Valladolid –además de esconderse una nueva polémica– hay un puñado de detalles que se pierden por el camino y que pasan completamente inadvertidos para el aficionado. Los suscriptores de El Norte tuvieron este jueves la oportunidad de conocer algunos de los entresijos que se cuecen entre fogones en las oficinas del estadio Zorrilla, particularidades algunas anecdóticas y muchas de ellas que pasan de largo en el día a día que David Espinar se prestó a contar en primera persona. El jefe de gabinete de presidencia, periodista de vocación, escenificó una cercanía cada vez más cotizada en el fútbol profesional. Y lo hizo empezando precisamente por la proximidad que se ganó en su día antes de entablar relación con Ronaldo Nazário, su actual jefe. Espinar había acabado su etapa en Marca en 2004 –como redactor le conoció cubriendo la información del Barça y de la selección brasileña– cuando recibe la llamada del brasileño. «Me dice: 'mira David, para 'The Washington Post' soy la tercera persona más influyente del planeta después del papa Juan Pablo II y George Bush, por entonces presidente de Estados Unidos. Esto no lo puedo controlar solo», relata la actual mano derecha de 'O Fenómeno', dispuesto entonces a ayudar hasta que en 2007 le propone acompañarle a Brasil. «Le dije que con 70 años no tendría problema en irme, pero de vacaciones». Entre esa frase y la siguiente propuesta de Ronaldo transcurren casi once años. Saltamos ya a 2018, año de su matrimonio con el Real Valladolid. «Me llama un día para que me acerque a su casa de Madrid y cuando llego me encuentro sobre la mesa del salón una libretas abierta en blanco, un bolígrafo y un cigarrillo. ¡Vas a flipar!», le saluda. «Vamos a comprar el Real Valladolid, siéntate que vamos a dibujar el proyecto», explica Espinar, que aún hoy, cuatro años después, recuerda la primera frase que escribió en aquella libreta: «Tenemos que hacer historia».
Un descenso y un ascenso después, aquel boceto se parece mucho al club «transparente, social y revolucionario» que idearon. «Él es muy inspirador pero tambien muy exigente, y le gusta estar informado al día de todo lo que pasa en el club. Se le consultan todos los fichajes. Hay que tener bien presente que no está acostumbrado a perder», incidió a los suscriptores de El Norte, muy interesados en la polvareda que se ha levantado con el cambio de escudo –«todo evoluciona en esta vida y puedo asegurar que va a respetar la historia, los valores y los colores del Real Valladolid»–; también en el cierre del Fondo Sur del estadio –«crecería en aforo pero es necesaria financiación»–; y en la camiseta que está por llegar –«no tenemos la de 1930 para decir 'este es el color', pero evidentemente será blanco y violeta»–, entre otros temas de actualidad.
En ese somero repaso a asuntos más superficiales no faltó su visión sobre el proceso de bunkerización que está sufriendo el fútbol con respecto a los medios de comunicación y, por lo tanto, a sus aficionados. «Cada vez los futbolistas necesitan menos a los medios. Cuesta menos crear un medio, una página web, que trabajar en ellos. Y los futbolistas crean sus propios canales de comunicación y no necesitan a los medios. Soy periodista y creo que también tenemos que hacer autocrítica porque al final, estamos contando a la gente lo que quiere oír», ha apuntado, ajeno por otra parte al ruido que se genera en las redes sociales: «Prefiero que me llamen cerdo en Twitter a que me piten 30.000 tíos en el estadio, porque todos esos sí sabes que son tuyos».
Por último, Espinar ha deseado para la próxima temporada que, dentro de la dificultad que entraña competir en Primera División, el club mantenga la conexión que ha tenido con sus aficionados. «Este año tanto el equipo de fútbol como el de baloncesto ha conseguido que les aplaudan en partidos que ha perdido», algo no muy común en deporte profesional en el que generalmente nos quedamos en la superficie. En el resultado. Pasando por alto los detalles sin llegar a disfrutar del proceso.
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