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Juan Ángel Méndez
Jueves, 7 de enero 2021, 08:12
El hilo argumental de la carrera de Juan Iglesias (3 de julio de 1998) representa el mejor ejemplo sobre la vida y las segundas oportunidades. Cuando una puerta cose sus costuras contra el quicio, siempre aparece otro pomo para girar la muñeca y acceder a un nuevo escenario. A Juanito, el Real Valladolid le cerró el camino tras doce años como blanquivioleta, cuando su plaza en el Promesas parecía fija, pero el destino y sobre todo su trabajo le han ensanchado la ruta hacia un futuro mejor. El 30 de diciembre de 2020 será un día inolvidable para el futbolista vallisoletano. Bordalás le dio la noticia en la charla prepartido, en el hotel, y un par de horas más tarde, estaba batiéndose el cobre con las rutilantes estrellas del Atlético de Madrid. Iglesias agarró el tren y firmó un debut brillante, un sueño hecho realidad que además le sirve para cumplir la promesa que le hizo a su padrino, Amalio, antes de fallecer hace unos años. «Te prometo que algún día debutaré en Primera y te lo dedicaré». Dicho y hecho. «Es una satisfacción indescriptible. Pero más que por mí, por ver a mi familia, a mis padres y a mi hermano con esa felicidad, y sobre todo también porque mi padrino estará orgulloso de mí. Él siempre me llevaba a los partidos, me compraba las botas, todo... Ha sido una persona muy importante para mí y por eso va por él», relata el lateral azulón.
Para pisar la zona noble del fútbol español, Juanito Iglesias no lo ha tenido nada fácil. Todo lo contrario. Hace ahora cuatro años, cuando todavía era un niño, las rectilíneas blanquivioletas de su camiseta de toda la vida se transformaron en un sinuoso laberinto, que le estampó en la cara la versión más arisca del fútbol. Tenía dos cursos más de contrato y esa temporada contaría con plaza fija en el filial. Así se lo comunicaron la dirección deportiva (Miguel Ángel Gómez) y el entrenador (Carlos Pérez Salvachúa), que no le apartó del once inicial en todos los encuentros de preparación. Titular indiscutible. Entonces, llegó el desembarco de jóvenes (y supuestos) talentos sudamericanos y arrancó un abanico de salidas de otros compañeros que, para él, finalmente, desembocaron en una charla, el día antes del cierre del mercado, en la que Salvachúa le comunicó, por sorpresa, que no contaba con él. De ser un fijo, a verse frente al abismo. «Fue el momento más duro y complicado de mi carrera. Doce años en el club, el equipo de mi vida, mi ciudad. Todo cambiaba de repente y sin margen de maniobra. Podía haberme quedado para no jugar y cumplir los dos años de contrato que me restaban, pero decidí buscar una salida rápida con mis representantes y el Logroñés me dio la oportunidad, que al final es la que me ha abierto otras puertas. Estoy muy agradecido porque se portaron muy bien conmigo y me dieron mucha confianza», añade Iglesias.
Con el trance de su abrupta salida del Real Valladolid aún presente, Iglesias firmó dos temporadas con el Logroñés B. «Me costó hacerme, porque era muy joven, me iba a una ciudad desconocida, llegué tarde al equipo y tuve que ir haciéndome a todo», explica. Con trabajo y tesón, comenzó a entrar en los planes del primer equipo y en la segunda campaña se convirtió en un fijo. «Tenía una competencia muy fuerte, pero hicimos un inicio muy malo y al quinto partido el míster me dio la oportunidad y conseguí aprovecharla», indica. En enero de ese año, el cuadro riojano le renovó y disputó el playoff de ascenso. Su crecimiento le abrió el vestuario del Getafe, donde aterrizó para rubricar un acuerdo por cuatro campañas, dos en el filial, la pasada y la actual, y otras tantas en el primer equipo, con el que tendrá ficha a partir del próximo ejercicio. «Me llamó Ángel Martín, que se acababa de incorporar al Getafe y me pareció una oportunidad inmejorable. Yo le comenté que tenía contrato con el Logroñés, pero al final la operación llegó a buen puerto y creo que estoy en el mejor club posible para poder seguir progresando y asentándome en el fútbol profesional».
A pesar de haber compartido mesa con los grandes, Juan Iglesias no se baja del trabajo y la humildad como herramientas imprescindibles para continuar forjando su carrera. «Yo sigo perteneciendo al filial, que es mi equipo, y mi única meta es seguir peleando, dando el máximo de mí y aprovechando las oportunidades que se me presenten. Estoy muy agradecido al míster y a los compañeros. El primer equipo tiene un grupo de futbolistas extraordinarios y me apoyaron en todo momento, hicieron que mi debut fuera más sencillo». Las palabras de Bordalás, ya en el estadio, también le agitaron por dentro. «Sé tú mismo, juega como sabes y ten la máxima confianza en ti mismo». El vallisoletano no le defraudó.
El Arces y Rubén Albés
Antes de convertirse en lateral derecho, Juanito Iglesias deslumbró primero como medio centro y más tarde como extremo. Su hermano Gonzalo, «que siempre dice que es mejor que yo, pero es mentira», bromea, le marcó el camino del deporte rey. Las instalaciones de El Palero y la casaca celeste del Arces dibujaron sus primeros pasos con el balón cosido a las botas. «Iba a todos los entrenamientos y partidos de mi hermano hasta que con cuatro años le dije a mi padre que yo también quería jugar. Entré en el Arces con un año menos de la edad para competir y hasta hoy». Cuando el mayor de los Iglesias fichó por el Real Valladolid, Juanito siguió sus pasos y comenzó a vestir de blanco y violeta en prebenjamines. Siempre actuó como extremo rápido y goleador, pero Rubén Albés se cruzó en su camino cuando, con quince años, le dio la oportunidad de pisar el territorio del Promesas. El técnico es el artífice de su reconversión. Durante esa pretemporada, Juanito fue el máximo goleador del filial, pero Albés le sentó en el vestuario, guardó los goles en el cajón y le lanzó una profecía que se ha hecho realidad hace unos días:
«Vas a ser futbolista de Primera División, pero lo vas a ser como lateral, no como extremo».
Iglesias no daba crédito.
«Míster, si yo no sé defender. Vamos que yo en defensa, andando y mal. No he defendido en mi vida. A mí que me den el balón y a marcar goles», espetó.
«Perfecto, pues eso es lo que vamos a trabajar, la defensa», concluyó Albés.
Las palabras de Rubén Albés pusieron la mayúscula al primer párrafo de la carrera de Juan Iglesias. «Lo que hice fue ponerme manos a la obra y adaptarme al nuevo puesto para hacerlo lo mejor posible, aunque pensé que era imposible que pudiera defender». Fruto de ese enorme esfuerzo le ha llegado la oportunidad de disfrutar de la élite, un estatus que el vallisoletano quiere mantener a toda costa. A pesar del revés que sufrió en la entidad castellana, Juan Iglesias no guarda rencor. Todo lo contrario. «Es el equipo de mi ciudad y siempre le deseo lo mejor, aunque ahora estoy centrado en asentarme en el Getafe y consolidarme en el primer equipo», añade.
Iglesias se encuentra en la orilla opuesta al perfil de futbolista caprichoso y egocéntrico que suele ser habitual en el negocio rey. Su máxima en la vida es la humildad. Sobre este pilar ha conseguido enderezar un rumbo que hace ahora cuatro años tenía más curvas que una etapa reina del Tour de Francia. De hecho, confiesa que hasta la segunda temporada en Logroño no consiguió volver a sentirse futbolista, no pudo recuperar la esencia de lo que ha sido la pasión de su vida, un deporte que no tiene memoria y que de repente se transforma en una montaña rusa que ahora le ha puesto sobre la pista buena. «Estoy muy feliz, vivo en Madrid con mi hermano, que es lo que siempre hablamos y soñamos desde pequeños, y estoy disfrutando muchísimo. Mi hermano es muy importante en mi vida y llegar a casa y estar con él es una suerte inmensa», concluye. El tiempo dirá si el debut se queda en una anécdota. De momento, Juan Iglesias no escatima un solo esfuerzo ni desvía su mente de un sueño, que ya tiene escrito el prólogo.
Llegó a Logroño con la maleta llena de sinsabores y se marchó de la capital riojana con el equipaje plagado de amigos. Uno de ellos es Marcos André, futbolista del Real Valladolid que este año ha explotado como el nueve que necesitaba el conjunto blanquivioleta. Juan Iglesias y el brasileño tienen una estrecha relación que va más allá de la amistad. «Para mí es como un hermano», reconoce. «Hemos pasado hasta las navidades juntos. Nos llamamos todos los días y nos contamos todo. Él, junto a otro compañero mayor, Ñaño, eran como mi familia en Logroño y nunca olvidaré todo lo que hicieron por mí».
Vidas paralelas, aunque la progresión del brasileño se encuentra algunos kilómetros por encima de la del vallisoletano. André ya se ha consolidado como pieza clave del Pucela, mientras Iglesias está en ese camino inicial al que todavía restan etapas por consumir para hacerse fuerte en el vestuario de Bordalás. «Me alegro de sus éxitos como si fueran los míos. Es mi hermano y además es muy parecido a mí porque los dos sabemos que sin humildad ni trabajo es muy difícil. A los dos, la vida nos ha demostrado que trabajando y siendo humildes los resultados pueden llegar antes».
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Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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