Reconozco que, hasta hace poco, me acercaba al fútbol de cantera por pura curiosidad, como la del león de la selva más ignota que se aproxima a esa nueva especie nunca vista que es un ser humano bebiendo agua en el lago. Ni siquiera con ... la idea de descubrir al último talento del Promesas o del 'Divi' que me permita alardear delante de los amigos asegurando que yo vi sus posibilidades antes que nadie. Simplemente acudía a los Anexos con la idea de calmar el mono de Real Valladolid, una pequeña dosis chicos enfundados en la blanquivioleta, compitiendo, para apaciguar el ansia hasta que llegara el partido de los mayores. Influido por la profesionalidad del deporte americano, siempre he considerado el fútbol profesional lo suficientemente inteligente como para basarse en principios meritocráticos a la hora de confeccionar una plantilla, una convocatoria y, finalmente, un once titular. A la hora de jugarse su dinero, vaya. Tendía al error de pensar que si el del chaval del filial carecía de oportunidades era, simplemente, porque no valía.
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A Javier Yepes con el Real Valladolid le pasa lo mismo que a Fraga con el Estado pero sin la presunta retranca con la que lo decía Felipe González. Lo conoce tan bien que le cabe en la cabeza. Con sus virtudes y sus carencias. En qué progresa adecuadamente y en qué necesita mejorar. Él es el que acertadamente ha comentado siempre que al chico que apunta maneras hay que ponerlo diez partidos para que pueda derribar esa puerta del vestuario que, siguiendo la doctrina de José Antonio Camacho, era conditio sine qua non para poder ser considerado miembro de pleno derecho del primer equipo. Él es el que me ha hecho ver que una cantera bien trabajada es mucho más que unos chavales defendiendo el escudo del Pucela, es una fuente de ingresos, es un valor en sí misma. En los últimos años, Toni, Anuar, Calero o Salisu le han dado la razón. También dice que el entrenador del equipo filial tiene que ser consciente de que está exclusivamente para formar el talento de la casa, sin ninguna aspiración a convertirse –más que de manera puntual e interina– en entrenador de la primera plantilla. Es inteligente esa medida, pero con Javier Baraja quizá se equivoque. Hace tiempo me dijeron que el mejor entrenador que había en la casa era él. Su renovación es un acierto para el Promesas y, probablemente, también lo sea para el futuro del Real Valladolid.
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