Reconozco que al nuevo entrenador del Valladolid no le conozco como entrenador, pero creo que el partido ante el Sporting era el momento para intentar hacer cosas diferentes, visto que lo que se venía haciendo hasta el momento no servía. Es este un aserto opinable, ... por supuesto, pero cuando quedan ocho jornadas –ya siete– y te encuentras con un equipo entre manos que va hacia abajo, has de mover el árbol como sea. Y hacer lo mismo que el que te precedió no parece lo mejor.
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Es cierto que el Valladolid ocupó mejor los espacios y fue más ambicioso, pero nada distinto a lo que habíamos visto en Zorrilla hasta ahora, donde el equipo solía jugar así. Es cierto que lo hizo con las líneas más juntas y que controló relativamente bien, menos una vez, al líder. Pero era día de algo más.
Y la parada de Mariño, el balón que sacó el defensa bajo el larguero y el penalti que se comió el árbitro –increíble que tal cosa sucediera, pero pasó– no son elementos que permitan variar el juicio de que Sergio y su segundo no quisieron arriesgar. Optaron por lo menos complicado: retocar para que no pareciera lo mismo pero sí fuera similar. Y como lo de antes no funcionaba, lo de este domingo no funcionó. Un error, un gol, y tres puntos más lejos de todos los lugares soñados.
A este Valladolid ya no se le cumplen ni los axiomas.
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