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Antón, entrenador-jugador-capitán del Valladolid, posando con el trío arbitral y el capitán del Celta en un partido de la temporada 1930-31, que terminó con empate a un gol. Archivo José Miguel Ortega
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Antón Achalandabaso, el primer entrenador-jugador

Durante tres temporadas (1931-34) jugó, dirigió y fue capitán del Real Valladolid

José Miguel Ortega

Jueves, 16 de marzo 2023, 18:20

En muchos de los equipos de fútbol españoles se ha dado alguna vez el caso de que ante los malos resultados, los directivos recurrieran a la destitución del técnico y para sustituirle nombraran a un jugador de la plantilla que tuviera el título de entrenador, o al menos los conocimientos y personalidad suficientes como para que los aficionados no se soliviantaran con sus decisiones.

Era más raro, sin embargo, que la doble faceta de entrenador y jugador recayese sobre la misma persona sin ni siquiera haber comenzado la temporada. Pues eso es lo que ocurrió en los primeros años de la historia del conjunto blanquivioleta, que después de tener a Esteban Platko al frente de la cuestión técnica desde 1928 a 1930, se vio obligado a buscarle un sustituto porque el húngaro había decidido cambiar de aires.

Y el elegido fue Antón Achalandabaso Zabala, un mocetón nacido en 1898 en la localidad vizcaína de Erandio, que después de haber jugado tres temporadas en el Athlétic de Bilbao militó en las filas del equipo de su pueblo y posteriormente en las del Rácing de Santander donde, aparentemente, había colgado las botas.

Sin hacer mucho ruido apareció por Valladolid en 1926 y jugó, por pasar el rato, en las filas del Español y de la Ferroviaria hasta que el nuevo presidente del conjunto blanquivioleta, José Cantalapiedra, le llamó al club porque su consejero Ángel Rodríguez 'El Feo', que ejercía de secretario técnico, le había hablando muy bien del vasco como recambio de Platko que anunció su marcha al Arenas de Guecho, entonces integrante de la primera división de la Liga española. Antón había asimilado las enseñanzas de los entrenadores británicos que tuvo durante las tres campañas que militó en el Athlétic y parecía capacitado para ocupar el banquillo que dejaba libre el húngaro. Acudió, en efecto, a la reunión y salió confirmado como responsable técnico y también como integrante de la plantilla, a la que le venía muy bien un medio centro con las características y experiencia del ex – jugador del conjunto rojiblanco.

Este inmenso gentío situado en la calle Duque de La Victoria, había acudido a recibir a los jugadores del Valladolid como héroes, después de eliminar de la Copa de la República al Atlético de Madrid.

Pese a su intimidante aspecto físico, con una estatura de 1,85 metros, Antón era un buenazo, un tipo que se ganó el afecto de la plantilla, en la que sobrevivían algunos jugadores de la temporada fundacional y que se había reforzado en la 1930-31 con un joven eibarrés que estaba estudiando Medicina en la Universidad vallisoletana, Ramón Gabilondo.

Las cosas rodaron bastante bien para el equipo vallisoletano aquella primera campaña con Antón en la triple faceta de entrenador, jugador y capitán, pues ganó el Campeonato Regional, consiguió el subcampeonato de tercera división y protagonizó la gran hazaña de eliminar de la Copa de España al Atlético de Madrid, a quien se derrotó por 2-1 en ambos partidos de la eliminatoria. La recepción al autobús de los jugadores en la calle de la Victoria, en cuyo número 4 estaba la sede social, fue todo un acontecimiento con miles de aficionados vitoreando a los protagonistas de la gesta que regresaban de Madrid.

En la segunda temporada, con algunas bajas importantes, el equipo estuvo un poco por debajo del nivel del año anterior, pero en la 1932-33 el Valladolid (que había perdido la denominación de Real, por decisión del gobierno republicano) volvió a su mejor nivel, quedando campeón de su grupo de tercera y llegando hasta la tercera ronda de la fase de ascenso a Segunda División. Los goles de Sañudo tuvieron mucho que ver, pero el trabajo de Antón Achalandabaso también fue excelente a pesar de que apareció de vez en cuando en las alineaciones, porque ya con 35 años optó por dosificar sus fuerzas y participar en menos encuentros.

El hecho de que se quedara a las puertas del ascenso con el consiguiente desencanto de los aficionados, influyó en que los directivos le agradeciesen al vasco los servicios prestados y volvieran a requerir los de Platko que había mantenido en primera al Arenas y que, por cierto, en su retorno a Valladolid logró el ascenso que se había escapado en la temporada anterior.

Antón se quedó en la capital vallisoletana, pese a no continuar en el club, para entrenar a algunos equipos modestos hasta que le llegó una oferta del Stadium Avilesino, al que estuvo dirigiendo prácticamente hasta el estallido de la Guerra Civil, a cuyo término, en octubre de 1939, llegó a Valladolid la triste noticia de su fallecimiento.

Durante los años de estancia en la capital del Pisuerga, Antón se granjeó el afecto no solo de directivos y jugadores del equipo blanquivioleta, sino también el de los aficionados con quienes alternaba y charlaba hasta las tantas en las tertulias de Casa Baticón, el mítico bar y casa de comidas que también tenía pensión en la que se alojaban todos los futbolistas solteros de la plantilla, entre ellos el propio Antón, a quien le pusieron el apellido de 'Anchoas' por los enormes bocadillos de anchoas en conserva que se metía entre pecho y espalda.

Aprovechando la visita a Zorrilla del Athlétic de Bilbao, en cuyas filas jugó tres temporadas, de 1920 a 1923, queremos recordar la figura de Antón Achalandabaso Zabala y el dato curioso de haberse convertido en el primero desde que se fundó la Liga española que compatibilizó la doble faceta de jugador y entrenador, con el añadido de que además también fue capitán del Valladolid con la aquiescencia de todos sus compañeros por el respeto y afecto que había sabido granjearse.

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