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José Anselmo Moreno
Sábado, 24 de agosto 2024, 08:21
José Emilio Amavisca era extremo de zancada imponente y listo para leer los espacios. Tan rápido, que su compañero Alberto recuerda que, a veces, no le daba ni tiempo a llegar al remate. Sigue diciendo que el ascenso de Palamós y aquella promoción bien librada con el Toledo, antes de fichar por el Real Madrid, son algunos de los mejores recuerdos en su carrera pese a haber sido antes de eso oro olímpico en Barcelona y, años después, campeón de Europa con el Real Madrid. Aquel día ante el Toledo, ese día, hace muchos días, dos golazos suyos en lo que fue su último partido con la blanquivioleta sirvieron para dejar en Primera al Real Valladolid. Fue un 29 de mayo de 1994, por entonces tenía 22 años y asegura que recuerda más la alegría de la gente que sus goles. También la tranquilidad de que dejaba al equipo en Primera.
Y eso que su fichaje inmediatamente posterior por el Real Madrid fue algo extraño. Había firmado un precontrato, pero Valdano al principio no le quería. «Me preguntaban por el tema durante la celebración de la permanencia, pero yo estaba tranquilo, si me quedaba en Valladolid estaba tan contento».
Al final se fue para volar alto, aunque subraya que siempre tuvo claro que, sin su estancia en Pucela, no habría llegado al Real Madrid en un momento que el tiempo evidenció oportuno.
Evoca ese Real Valladolid humilde y familiar donde se hizo futbolista, aunque fuera recibiendo patadas en campos de Tercera, donde Amavisca parecía a veces un profesional jugando contra peñas de amigos. «El Pucela fue el equipo que me dio la posibilidad de darme a conocer y de jugar en Primera», recuerda. De bien nacidos es ser agradecidos, eso piensa este laredano, que llegó aquí con 18 años para jugar con el Promesas, en el que permaneció dos años.
En su tercera campaña fue cedido al Lleida, donde se hartó a hacer goles y comenzó a destacar para acabar siendo campeón olímpico. Después regresó a Valladolid en Segunda con el objetivo de ascender, algo que se logró gracias a su notable aportación. «Ese fue un año difícil, no empezamos bien con Boronat, pero acabamos con el ascenso en Palamós, menuda fiesta se montó», recuerda.
Su padre también fue jugador y le metió el fútbol en las venas. Cuenta que, cuando era juvenil, el Laredo le subió al equipo de Tercera con futbolistas mucho más veteranos. Ahí fue donde le captó Redondo para el Pucela. No era fácil la decisión para él, entonces no había autovía y Emilio no tiene carnet de conducir. Reconoce que fue un gran cambio porque era un chico «hogareño», pero enseguida se acopló a la ciudad. Vivía en Parquesol y se hizo muy amigo de Alfonso Serrano, de hecho se fueron juntos con sus parejas de viaje de novios.
Califica de acierto esa cesión al Lleida, donde explotó. «Tuve suerte, el equipo hizo buena temporada mientras, por desgracia, el Real Valladolid iba mal. Me contaron que hubo un partido contra el Betis en el que yo marqué tres goles con el Lleida y la gente se enfadaba al verlo en el marcador del estadio». Era el año de los colombianos.
Mientras todo eso sucedía, Miera ya meditaba citar a Amavisca para una estadía en Cervera de Pisuerga, de cara a preparar los Juegos de Barcelona. Esa llamada llegó cuando Emilio acababa de empezar el servicio militar. Durante el mes y medio de concentración, entrenaba dos días en Cervera y después venía otros dos al cuartel, en Valladolid.
«Fui feliz en Pucela y más cuando en mi segundo año mi hermano se fue a vivir conmigo para estudiar Económicas», asegura. Siempre familiar y amigo de sus amigos, hubo una época en que sus goles llevaban adherido un ritual: rodilla en el suelo, cabeza inclinada y un dedo señalando al cielo, recordando a un amigo fallecido.
En la actualidad sigue con su melena, lo cual ya define un estilo de vida. En realidad, de no ser por aquel servicio militar no habría fotos suyas impecablemente peinado.
Aunque se piensa que Amavisca ha aparcado en su memoria la etapa en Pucela, tiene contacto con excompañeros del Promesas. «A veces organizan cenas y me apunto», afirma al tiempo que destaca aquellos años en el filial: «Fueron bonitos, aunque también era duro subir y bajar desde el primer equipo a aquella Tercera», dice. Y es que era aún la Tercera de campos de tierra, la España profunda del balompié.
Tras retirarse ha seguido vinculado al fútbol como comentarista radiofónico en RNE y director de la Escuela de Fútbol del Ayuntamiento de Santander. El fútbol y la vida le trataron bien después de girar los focos de la fama, hablamos de compañeros que no tuvieron esa suerte, pero él sigue recordando que todo empezó entre Pucela y Laredo, dos palabras que podrían contraerse en un recurso morfológico porque tal y como acaba una empieza otra. Amavisca consiguió unirlas antes de construirse la Autovía de la Meseta y este domingo verá el partido con el recuerdo de vivencias comunes al haber compartido los colores de ambos equipos. Dos camisetas que marcaron su historia, con una fue campeón de Europa (jugó la final de la séptima Champions) y con la otra vivió un ascenso. Probablemente dos de las dos alegrías más grandes que puede deparar el fútbol de clubes.
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