Santiago Hidalgo
Sábado, 25 de mayo 2024, 00:06
Cómo era eso de que el simple aleteo de una mariposa a miles de kilómetros puede provocar un tsunami al otro lado del mundo? Desde la añoranza y la lejanía, Sergio, Lucas, Gerardo, Manuel y Francisco agitan estos días con fuerza sus camisetas y banderas ... blanquivioletas y hasta su propio alma con la intención de que este viento positivo contagie una corriente que lleve al Real Valladolid a Primera división por la vía rápida.
Publicidad
Una niña que traerá la dicha, la antigüedad del socio, un viaje con estación de regreso, una fotografía que marca el futuro o un tablero de ajedrez defendiendo a las negras. Cada una de estas son pequeñas intrahistorias que hablan de vida, pero sobre todo de sentimiento y amor hacia unos colores. Los del Real Valladolid.
Noticia relacionada
Sergio Gil Gómez reside en Núremberg junto su mujer Patricia y su hijo Diego. Ella, nacida en Alemania, estaba de Erasmus en Valladolid cuando se conocieron en 2008. La foto de los tres ataviados con la blanquivioleta está hecha en Hauptmarkt (Plaza del Mercado o Plaza Mayor), donde está el Ayuntamiento, la Iglesia Frauenkirche y a la izquierda, el Schöner Brunnen, una fuente emblemática de esta bella ciudad medieval, turística, y muy tranquila. Patricia sale de cuentas a final de mes, así que su futura hija Amelia «podría llegar con un ascenso bajo el brazo», como dice Sergio, pendiente por un lado de acudir en cualquier momento al hospital y del ascenso de su equipo por otro.Sergio, de Santibáñez de Valcorba, y bien que presume de pueblo, es ingeniero de calidad en una empresa cercana a Núremberg desde hace siete años. El Pucela le entró en vena por su tío Miguel. «Era él quien me llevaba de pequeño al estadio y me regalaba infinidad de camisetas. Hemos hablado muchísimo de fútbol». Dentro de poco, Sergio hará lo mismo con su hijo de tres años. Al lado de su mujer, recuerda haber presenciado nada más conocerse el triunfo del Valladolid ante el Real Madrid con gol de Canobbio, pero también «muchos otros bodrios en Segunda». Tanto ella, así como la suegra de Sergio, son ya de la causa blanquivioleta. Esta última está aprendiendo castellano: «Me escribe un WhatsApp cuando ganamos y me pone: 'Tres puntitos, Sergio'».
Cuando tenía 30 años, Gerardo Gallego, un «vallisoletano cien por cien» de entre La Victoria y La Pilarica, decidió que su vida merecía un cambio. Ir con su mochila y estudiar inglés empezaban a entrar entre sus prioridades. Así que se fue a Nueva Zelanda y a partir de allí un viaje continuo que le ha llevado a visitar más de cincuenta países y a alojarse desde hace trece años en Vancouver, en la costa del Pacífico de Canadá junto a su reciente esposa brasileña.
Del sector de las mudanzas, en la actualidad se desempeña en la construcción. Además de no parar de conocer mundo, otra cosa muy importante le acompaña en su periplo: el amor al equipo blanquivioleta. «Mis abuelos por parte de madre eran muy futboleros y socios de toda la vida. Igual que mis seis tíos, ahora mis primos… El Real Valladolid es para nosotros un miembro más de la familia», señala.
Gerardo, con una peña de fans creada por él y afincada en Canadá, aunque con la red llega a todos los lugares del mundo, declara su morriña cada vez que el Pucela salta al campo y él lo tiene que ver desde la lejanía. «Sufro cuando escucho el himno, la salida de los jugadores», dice, mientras enjuga alguna lágrima. «Son bastantes años, más de cinco sin ver allí un partido en el estadio… Quiero volver. Creo que ya he empezado mi regreso».
En la actualidad, muy en boga en tertulias futbolísticas vallisoletanas, Gallego es «optimista y positivo por naturaleza». Y esboza: «Estamos en la ola buena. El entrenador ha demostrado ser listo y, si bien no hay buen juego, sí que hemos echado un candado atrás que es muy importante. Valoro mucho de dónde venimos y cómo nos hemos sabido levantar. Aquí hay trabajo». Su foto en las Montañas Rocosas nevadas está hecha con la bandera del Pucela y el muñeco blanquivioleta de Epi que de manera reiterada le acompañan en su continuo viaje por todo el planeta.
La historia de Francisco Ortega es de película de los 70. Nacido en Becilla de Valderaduey en Tierra de Campos hace 62 años, estudió en Villalón y en el Seminario de la Rondilla, pero los veranos de Barcelona y, sobre todo los de Mallorca, terminaron por conquistarlo. Bueno, eso o una sueca que con 19 años se lo llevó prendado a Estocolmo. Sus recuerdos del Pucela de entonces son «los del Viejo Zorrilla con el equipo en Segunda». En Suecia fue conductor del embajador español, hizo buenas relaciones y ahora se dedica a la importación de vinos de la Ribera de Duero y productos charros. Ve mucho fútbol, también el que juegan sus nietos a los que a menudo contempla vestidos de blanquivioleta y, por supuesto, por televisión al Real Valladolid del que está seguro pronto regresará a Primera.
A finales de octubre de 1989, el Valladolid aterrizaba en Djugardens para enfrentarse al equipo local en el partido de vuelta de los octavos de final de la Recopa de Europa. Ese encuentro concluyó 2-2 y el pase de la escuadra vallisoletana a la siguiente ronda remontando el encuentro. Francisco, que ya residía en Estocolmo al servicio del embajador, se enteró de que el Pucela iba a alojarse allí en un hotel de un conocido suyo e hizo por acercarse hasta Djugardens: «Conocí a los jugadores. Me acuerdo de Caminero y Moya que querían comprar plumíferos de entonces. El día del partido estuve con ellos en el hotel, luego en el vestuario. Hice buena amistad con alguno».
En la tradicional fotografía de plantilla antes del encuentro se coló su hijo Miguel, que ahora tiene 42 años y entonces solo 9: «Esa foto creo que solo la tengo yo. Me hace mucha ilusión ver a mi hijo junto al capitán Minguela. Miguel hizo una prueba para entrar en las categorías inferiores y no jugaba mal al fútbol, aunque no tuvo suerte. Estaba solo allí y eso le pesó».
Una fecha fija. El 16 de mayo de 2010 fue el día en el que el argentino Lucas Giannotti, un periodista deportivo y profesor de ajedrez de 29 años actualmente, comenzó a alentar al Real Valladolid. Residente en el Barrio de Almagro de Buenos Aires e hincha de siempre de San Lorenzo, «uno de los cinco grandes del fútbol argentino» recuerda ese día en el sofá de su casa viendo el fútbol por televisión. El partido, un Barcelona-Valladolid, por una sola cuestión: Jugaba Messi. «Fue una fecha trágica ya que el equipo vallisoletano tras caer 4-0 descendió a Segunda mientras que el Barça ganaba la liga. Hasta ese momento, conocía el Valladolid por su camiseta violeta. Me gustaba. Entonces es cuando vi un puñado de aficionados en la grada del Camp Nou. Yo me quedé con las caras de ellos. Lloraban... No podía sacármelo de la cabeza así que empecé a ver la historia del Pucela, el campo de 1982, la Copa de la Liga 1984. Me hice con una camiseta que tengo junto a las de San Lorenzo».
A raíz de ese día, Giannotti comienza a seguir al equipo en Segunda. Álvaro Rubio, Ebert, Javi Guerra, uno de sus jugadores favoritos. «Cuando me quise dar cuenta era un fanático más. Ponía la alarma a las ocho de la mañana para ver al Valladolid». De hecho, confiesa haber gritado los goles más importantes del equipo y sufrido en los descensos o en las situaciones arbitrales injustas. «A pesar de estar lejos, me siento cerca. Cuando veo que juega con su escudo, es un sentimiento el querer animar. Este año, presiento que va a ascender. El juego no ha terminado de llenar los ojos al aficionado, no me confío, pero hay que subir y estar en nuestro lugar histórico».
Lucas Giannotti se confiesa: «Quiero ir a Valladolid, quiero conocer el José Zorrilla. Sueño, además, con trabajar para algún medio español en temas de redacción deportiva desde acá».
Manuel Arias de la Cruz (23-08-54) lleva ocho años jubilado y residiendo en Lisboa. Es su centro de operaciones, aunque viaja bastante en el día a día. También a España. Y, sin embargo, el fado no le hace olvidar que ya su padre le llevó a ver un partido de fútbol del Pucela cuando tenía 5 o 6 años y que ahora, aunque no suele ir al estadio, ostenta desde 1961 el carné de abonado número 46. Como acredita la foto, lo tiene en su cabeza.
La memoria selectiva e infantil le lleva a esa campaña 61-62 cuando el Valladolid subió a Primera en el Viejo Zorrilla (su tercer ascenso) ganando 2-0 al Español con gol de Rodilla y con el breve Heriberto Herrera (que no Helenio) en el banquillo. Luego vendría una etapa gloriosa del club, aunque también periplos en Segunda. Para Manuel no tiene mucha referencia la Copa de la Liga del 84. Él es más de reconocer la trayectoria de los jugadores y sobre todo de los entrenadores. Como los dos más grandes en su opinión. «Don Vicente Cantatore, le trato de don por algo, ha sido una gran persona y un buen profesional» y «Mendilibar, que, si bien a lo mejor estaba escaso de fútbol, sí que supo controlar la plantilla y a los jugadores a base de ánimo, facultades y genio. He sido un enamorado de esas dos épocas. Me ha gustado mucho el fútbol y la pasión que genera», dice.
Para este final de liga «al que llegamos nuevamente con el culo apretado» confiesa que hoy en día ya no puede sentarse frente al televisor. «Me pongo muy nervioso. En el campo soy el tío más feliz del mundo, pero no he podido ver un partido entero por la tele, aunque creo que lo tiene en la mano. Pezzolano ha logrado que sea muy difícil hacernos un gol. Y adelante, como decía Cantatore, si hay alguna, hay que meterla».
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.