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José Anselmo Moreno
Jueves, 17 de octubre 2024, 18:37
Una fiesta y una calamidad, en ambas fue actor protagonista. Cuando pensé en un entrenador para esta sección, lo fácil era Djukic o Mendilibar, por ejemplo, pero repasando el año de los récords de Mendi apareció Alberto, el portero de aquel equipo. Sin embargo yo ya no recordaba tanto al Alberto guardameta como a ese técnico que pudo haber ejercido de «sepulturero» en aquella temporada 15-16 en la que de haberse consumado un descenso a Segunda B (nunca tan cerca y con un vestuario muy complicado) el club hubiera desaparecido. Alberto había entrenado antes dos temporadas al Alavés, con el que opositó al ascenso y previamente lo salvó de la quema en un trance similar al de Pucela. El drama tenía que llegar tarde o temprano a este rincón porque en fútbol, como en la vida, ni todo es bonito ni todas las actitudes son ejemplares.
Estamos hablando del momento más crítico de una entidad de 96 años y Alberto estaba en ese banquillo, como lo estuvo antes en el de nuestro rival de mañana. En sus dos años en el Alavés, el primero lo salvó cuando estaba a seis puntos de la permanencia y el segundo casi mete al equipo en promoción.
Aquí rescató a un Pucela agonizante, consciente del riesgo de desaparición por las deudas y gestionando un vestuario difícil. «Fue la situación deportiva más dura de mi vida, había buenos jugadores pero había también media docena... como para escribir un libro. Yo tenía que discernir en poco tiempo entre quienes estaban dispuestos a tirar del carro y quienes les daba igual», subraya.
Sin aquella permanencia no había más horizonte, no hubieran llegado después ni el ascenso de Sergio ni la venta a Ronaldo ni un Pucela sufriendo en Primera, como lamentablemente es costumbre.
Alberto recuerda que entonces subió a Anuar y a José Arnáiz. «Se dejaban la vida, cuando logramos hacer el bloque de gente comprometida y logramos la permanencia sentí una gran liberación porque Valladolid es especial y lo pasé mal. Jamás había descendido y allí sentía una responsabilidad tremenda», subraya.
Es obligado recordar que en esa temporada 15-16, con el club asfixiado y en concurso de acreedores, el decimosexto puesto de Segunda y 51 puntos fue lo que se acabó recolectando. La Ponferradina bajó con 47 y el 'golaverage' estaba perdido con los bercianos.
Alberto llegó como una huida hacia adelante tras el cese de Portugal (sustituto de Garitano) y con un equipo en caída libre. Sumaba seis jornadas sin ganar y venía de encajar goleadas en Miranda y Leganés, por ejemplo. En esas condiciones llegó Alberto López (Irún, 20-5-1969), que había estado dos temporadas antes en Vitoria, con éxito y buen rendimiento en la segunda de ellas y salvación épica en la primera, donde se clonó la situación de Pucela. Llegó tras dos técnicos destituidos y salvó al Alavés, también con esos 51 puntos.
Aquí nadie quería coger al equipo. No había nada que ganar y todo que perder. Sólo podía llegar alguien con vínculos afectivos y que consiguió abrir el paracaídas tras un triunfo contra el Albacete y empates ante Lugo, Girona y Elche. Fue suficiente, pero también pudo no serlo porque el abismo nunca estuvo tan cerca. Y entonces no había 24.000 abonados. Había cemento en Zorrilla y gente cabreada e incrédula ante los resultados y la actitud de algunos jugadores.
Poner a un buen tipo al frente de un vestuario difícil salió bien, pero recordar ahora aquel sufrimiento con Alberto, que tenía un fuerte compromiso emocional y personal con Valladolid, resulta dramático. «Recuerdo que empatamos aquí con el Lugo tras igualar un gol de Joselu y el segundo partido fue precisamente ante el Alavés. Perdimos cuando faltaban cinco minutos (2-1). Aquel viaje fue muy duro».
Por poner contexto, el equipo que volvió ese día de Vitoria tenía sólo 45 puntos a falta de cinco jornadas y se iba a Segunda B. El calendario incluía a Albacete, Tenerife, Girona, Elche y Mallorca.
Tanto sufrimiento intuyo en Alberto que damos un volantazo a la conversación y nos vamos al año del ascenso de Mendilibar. Fueron 21 victorias y siete empates, con 28 partidos sin perder, algo que parece ciencia ficción. «Aquel equipo se veía imbatible, hasta remontábamos cuando parecía que la racha terminaba. Recuerdo la fiesta y la alegría de la gente, las calles llenas, eso no se me olvidará», agrega el entonces portero, que paseó por primera vez un ascenso en La Leyenda del Pisuerga.
Alberto López
Ese año también hubo intrahistoria. «En pretemporada perdíamos todo. Yo llegaba de la Real y empecé de suplente, con Jacobo parando bien. Le comenté a Mendi que mantuviera a Jacobo y cuando me puso, nos ganó el Salamanca en Zorrilla. Le dije que así se había cargado a los dos porteros, pero seguí jugando y ya no paramos de ganar».
Cuenta que en Pucela, con 37 años, tuvo que mejorar con los pies y empezar a jugar desde atrás. «En fútbol siempre se puede aprender y yo tuve que hacerlo con la ayuda de todos, ya que éramos un grupo espectacular. Los quiero mucho, a Borja, a Marcos, a todos». dice.
Tan feliz fue aquí que no le hubiera importado seguir pese a ser el más veterano de la Liga. «Yo era un portero mejor o peor, pero que cometía pocos errores, algo vital en ese puesto», dice.
Y así es como se pueden vivir con el Pucela dos realidades opuestas. Un equipo imbatible y otro que no ganaba a nadie. Ahora Alberto vive en Hondarribia y se dedica a colaborar con medios de comunicación y a correr con su perro. A veces coincide con Llorente y dice que «Joseba corre que vuela». Mientras tanto espera ofertas aunque en los últimos años solo le ofrecieron situaciones desesperadas en Almería, Lorca, Logroño, Ferrol etc. «Yo quería empezar de cero con un equipo, llegó el covid, salí de la rueda de entrenadores y cada vez es más difícil», admite.
Concluye reflexionando sobre el Real Valladolid actual y dice que la clave es consolidarse porque subir y bajar te «lastra» muchísimo. Acaba con un «agur» y un enérgico Aúpa Pucela. Le respondo que siempre busco emoción en las historias, pero que lo suyo es un thriller. Tal cual.
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