Ir al cine a ver una película que esperas con muchas ganas y que sea una castaña. Tener una cita en la que acabes no sintiendo nada. Hacer un viaje soñado y que ese lugar no sea como esperabas. Comer en un restaurante y que ... la experiencia no sea buena. En definitiva, que las expectativas no se vean satisfechas es algo que pasa y que es una sensación muy desagradable. Ser seguidor del Real Valladolid es exactamente eso: tener esperanza e ilusión y acabar decepcionado. A veces, durante el camino se llega a disfrutar, pero el final suele ser el mismo. Al menos para aficionados como yo que no han tenido la oportunidad de ver un Valladolid estable.

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Seamos justos. Ni la película ni tu cita ni el lugar de destino ni el restaurante tienen la culpa de las expectativas que uno tenga. Eso es algo personal y subjetivo cuya responsabilidad le corresponde únicamente a uno mismo. Muchas veces pecamos de ingenuos e inocentes, nos dejamos llevar por otras opiniones o experiencias y cometemos la injusticia de elevar nuestra exigencia. También pecamos de insensatos, en muchas ocasiones de manera autoconsciente, por querer vivir temporalmente en una falsa existencia en la que todo es posible… hasta que la realidad, con demasiada frecuencia, nos acaba llevando al punto de partida.

Después de superar la tristeza de otro descenso y la desazón de afrontar un nuevo año en Segunda llegué al partido contra el Espanyol ilusionado, contento, tenso, temeroso, esperanzado y con ese cosquilleo interno de los días importantes. Sin embargo, al salir de Zorrilla la sensación volvió a ser decepcionante y muy parecida al último partido de la temporada pasada contra el Getafe, aunque no tan profunda por razones evidentes. No escondo que no me gusta el entrenador, pero esta vez no tengo derecho a culparle a él. La responsabilidad es única y exclusivamente mía por poner unas expectativas que no se ajustan a una realidad que Pezzolano ya se ha encargado sobradamente de mostrar. Aburre a las ovejas, especula y juega con el marcador, pero, nos guste o no su método, está siendo efectivo. Esperar algo más de un equipo entrenado para ser extraordinariamente pragmático es una imprudencia que le corresponde sólo a quien lo espera. Al fin y al cabo, si algo parece que nos está enseñando esta temporada es que, pase lo que pase, el aficionado siempre se equivoca y debe renunciar a su criterio para no convertirse en enemigo.

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