Después de dos semanas sin fútbol por el parón de selecciones me disponía este fin de semana, como siempre que el trabajo o compromisos personales no me lo impiden, a ver el partido del Pucela esta vez contra el Real Madrid, pero cuando llegó el ... momento del pitido inicial surgió algo que provocó que no pudiera verlo. Hasta aquí nada raro. Lo extraño sucedió cuando poco después me percaté de que sí había una forma de poder ver el partido, pero en ese preciso momento me di cuenta de que no me apetecía absolutamente nada y tomé la decisión de no verlo. Tenía tan asumido que no se podía esperar otra cosa que un nuevo esperpento que decidí dedicar mi tiempo a otras cosas.
Después, ya sabiendo el resultado, sí vi el encuentro para poder formarme un opinión, pero por primera vez en mi vida renuncié a ver un partido del Real Valladolid en directo por pura, simple y total desidia.
Son tantos años viendo como se cometen los mismos errores una, otra y otra vez… ¿Soñar con una victoria en el Bernabéu? Nunca se me pasó por la cabeza. Me conformaba con ver a mi equipo dar la cara, pero una vez más se escondió y aun así se la partieron. Son muchos partidos esta temporada y muchas temporadas de estos partidos. Sería de necios tener la esperanza de poder obtener resultados diferentes haciendo siempre lo mismo y sin el cambio de mentalidad tan necesario que se necesita en este club.
El Real Valladolid no tiene el respeto de nadie en la competición, pero tampoco parece dispuesto a ganárselo. Mientras se siga transmitiendo la idea de que estar en Primera División es un regalo y los partidos contra los grandes son un premio seguiremos sintiéndonos inferiores a cada uno de los rivales y sufriendo una humillación tras otra.
Si queremos ser un club de Primera lo mínimo exigible es competir al máximo cada partido. Ahora bien, si lo que pretendemos es seguir siendo un equipo ascensor que haga una ruta turística de vez en cuando por los museos de los mejores equipos de la competición entonces podemos comprar guirnaldas, gorritos y matasuegras e inevitablemente mantener la idea de que nuestra felicidad sólo aspira a ser efímera y nunca plena. Mientras tanto, la desidia continuará contagiándose hasta que llegue un punto en el que sea imposible frenarla. Uno no elige de quien se enamora, pero sí puede tomar la decisión de acabar con una relación tóxica.
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