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Confesiones de un pucelano

«De mi tío y mi tía nació mi amor incondicional por el Pucela. Una charla bastó para hacerme entender, cuando yo todavía no entendía nada, lo que significaba el Real Valladolid»

Alberto Cuesta

Lunes, 14 de octubre 2024, 18:56

Aprovechando una nueva pausa en la temporada, que ya no sabemos si le viene bien, mal o regular al Real Valladolid, un servidor acude a estas líneas para confesarse y alimentar su infinito ego hablando de sí mismo y de su vida.

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Mi padre, que ... no ha visto nunca un partido entero del Pucela (por su salud mental mejor que no empiece ahora), se ha arrepentido más de una vez de ser de los primeros en ponerme una pelota en el pie. Los documentos gráficos que lo demuestran son utilizados recurrentemente para recordárselo, aunque en el fondo sé que le gusta. Mi madre ha sufrido cada entrenamiento y partido casi sin excepción. Vio tanto fútbol que acabó brotando en ella cierta afición por la redonda, que culminó en Zorrilla en un espectacularmente aburrido Valladolid 1-0 Osasuna, años ha. Si aguantó aquello, puede con cualquier cosa.

A mi hermano, que es mi mejor amigo y a quien quiero casi como a un hermano, le doy mil vueltas jugando. Un primogénito nunca está preparado para afrontar algo así, pero es la dura y cruel realidad. Aparte de eso, una de las cosas que más feliz me ha hecho ha sido jugar junto a él. La que no es feliz es su camiseta de Patrick Ebert (cuyo nombre resuena con música en mi cabeza siempre que lo escucho) que, utilizada por encima de sus posibilidades, está pidiendo descanso eterno. De mi tío y mi tía nació mi amor incondicional por el Pucela. Una charla bastó para hacerme entender, cuando yo todavía no entendía nada, lo que significaba el Real Valladolid. Desde ese momento, el Pucela se convirtió en parte de mí. Ellos me hicieron abonado, me llevaban al estadio y me regalaron, sin saberlo, una afición que en muchos momentos de mi vida ha sido, y es, muy importante.

Parte de la llama se apaga. Dejo el fútbol, si es que alguna vez lo tuve, y por eso le digo a mi familia y a todos los que me han hecho disfrutar del balón: ¡GRACIAS eternas!. Una etapa se cierra, pero comienza una aventura apasionante que viviré, eso sí, con el Pucela de la mano. Ver a mi hija vestida con su ropita blanquivioleta me emociona y me demuestra lo grande que es el Real Valladolid, aunque alguno se empeñe en convencernos de lo contrario, y, sobre todo, lo bonita que puede ser la vida.

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