Nadie me avisó, hace ya más de veinticinco años, de que el Real Valladolid se contagia. Atraído como un inocente, una vez que entró en mi vida ya no ha salido de ella. Incluso en los peores momentos, el sentimiento de pertenencia me atrapa y ... no me deja escapar. Aun recuerdo cuando, de pequeño, llegaba el momento de subir a Zorrilla de la mano de mis tíos. Todo se paraba y el tiempo se detenía. Era mágico.
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Qué pensaría ese niño sobre cómo han cambiado las cosas. Un equipo estable en Primera acompañado por los diez mil «de siempre» que pasa ahora por momentos complicados y, sin embargo, contará con veinticuatro mil abonados de los que casi veintidós mil (descontando venta de entradas y afición visitante) han estado en Zorrilla en pleno agosto para el estreno liguero.
Increíble, pero cierto. El Valladolid habrá perdido su estatus habitual, pero ha ganado una afición más fiel que nunca. Recordar quiénes somos y de dónde venimos es imprescindible para ser conscientes del crecimiento de la masa social y, sobre todo, valorar adecuadamente el contexto en el que se está produciendo. Otro récord más cuando no hace demasiado estas cifras eran utópicas es, repito, increíble. ¿Y ahora qué?
Dos descensos seguidos son demasiados, por lo que un tercero sería una herida casi mortal. Ahora que Zorrilla se queda pequeño, qué mejor momento para volver a ocupar nuestro lugar en Primera. Recuperar el sitio que históricamente nos pertenece. El Pucela nos ha acostumbrado a la inestabilidad y a decepciones agotadoras sin una luz al final del túnel. Por eso la tendencia debe cambiar. Obligarse a dar un paso adelante es arriesgado, pero, a la vez, necesario. Rara vez se logra crecer si no existe ambición y exigencia para lograrlo. Tratar de mantenerse es el primer paso, pero hay que huir del conformismo que nos lleva lastrando los últimos veinte años.
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Independientemente de la categoría, si no se construye un proyecto serio, el Real Valladolid seguirá acercándose peligrosamente a la línea de no retorno. Las lágrimas derramadas escuecen. Algunas incluso todavía queman. Volver a Primera ha sido un alivio siendo esta, además, una temporada especial para mí. Ilusionado por lo que viene, no veo el momento de llevar de la mano, como hicieron conmigo, a una nueva pucelana. De vuelta en Primera y con la primera victoria en el bolsillo todo es más bonito. Allá vamos otra vez.
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