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J. C. Cristóbal
Miércoles, 1 de enero 2025, 18:40
La Navidad es tiempo de cuadrar balances, de elaborar listas con lo mejor y lo peor del año que se fue, también en el mundo del fútbol y del Real Valladolid, con un 2024 que acelera la deriva institucional del club en las dos últimas décadas, con suspensos con la peor nota para el palco de la presidencia, para el despacho de la dirección deportiva, y para el banquillo del entrenador; un suspenso con examen de recuperación para la plantilla; y un notable alto para la afición, que ofrece el mayor respaldo social de 96 años de historia con 24.000 abonados y varios miles más en lista de espera.
El Real Valladolid recibió el año en medio de una profunda crisis de juego y resultados, cuarto en la clasificación de Segunda y fuera de los puestos de ascenso directo, y lo despidió de igual manera, colista en Primera y a una distancia de la permanencia más alejada de los cuatro puntos de diferencia que marca la tabla. El 2024 blanquivioleta podría resumirse en cinco partidos jugados en el calor del Zorrilla, con esas gradas que vivieron las alegrías, dudas, enfados, frustraciones y esperanzas que envuelven al fútbol.
Paulo Pezzolano llegó a la cita sujeto con el meñique del pie izquierdo en el alambre. Superado un arranque de Liga lamentable, el equipo se levantó, pegó un estirón y, cuando pareció a punto de echarse a volar, volvió a estrellarse contra el suelo; un baile de la yenka con un pasito adelante y un pasito para atrás que estuvo a punto de ser el último que diera el entrenador uruguayo. Perdió en Ferrol (2-0) el poco crédito que le quedaba, se quedó fuera hasta de los puestos de promoción (séptimo con once jornadas por delante) y recibía al Eibar, que le sacó los colores en la primera vuelta con un 5-1; además, no podría contar con el sancionado César Tárrega, el mejor refuerzo del último mercado de invierno.
La afición llegó a esa soleada tarde de primavera con el ánimo de no pasar una más y se encontró a los dos minutos con el 0-1 en contra. Era el adiós al ascenso y el momento de arrojar todos los muebles de la casa por la ventana. Hasta que una jugada tendió una mano al Pucela cuando estaba a punto de ahogarse; en el minuto 11 un central eibarrés derribó a Sylla y dejó a su equipo con diez durante más de ochenta minutos. El Real Valladolid aprovechó el regalo armero para remontar en doce minutos de la segunda parte con tres golazos de Meseguer, Sylla y Salazar; el del senegalés hubiera sido de flamear de pañuelos en otros tiempos. Como parte de la parroquia pucelana es exigente y nada conformista, algunos reprocharon al equipo que no se lanzara a voltear el golaveraje con un Eibar entregado, «ojalá no tengamos que acordarnos de este punto al final», señalaba más de uno cuando enfilaba las puertas de salida del estadio.
Que el fútbol es un juego de locos lo saben todos los que hayan pateado un balón o abonado una entrada. 'Remontada de infarto', 'carrusel de emociones', fueron los titulares de la crónica de El Norte de Castilla; hablan de las noches mágicas del Bernabéu, pero esa tarde del Zorrilla no tiene nada que envidiarlas.
El Real Valladolid lo tuvo todo tan a favor que estuvo a punto de tirarlo a la basura como si navegara más a gusto en las aguas de la mediocridad que en las de la excelencia. Ganaba 1-0 al colista de Segunda y se echó a dormir la siesta, casi coincidió la zozobra del empate con el sonido del gol en El Molinón que derrotaba al Eibar, había poco tiempo para marcar y sellar el ascenso a Primera, pero el que lo hizo fue el Villarreal B y la grada estalló en cólera porque no estaba para bromas. El 'Pezzolano, dimisión' espabiló a los blanquivioleta, el reloj entró en el minuto 90 y habrían hecho falta casi veinticinco mil camisas de fuerza para sujetar la locura que se esparció en las gradas del Zorrilla: cabezazo de Meseguer a la red, chut de Iván Sánchez al palo, mano de un defensor groguet, consulta al VAR, penalti y amagos de parada cardiaca con el pateo de Sylla. Era el minuto 96 y el partido no se acabó ahí, hubo que soplar un último tiro del Villarreal B para que se fuera a la madera. Entonces sí, el Real Valladolid volvía a Primera.
Quizá sea prematuro señalar la jornada 3ª como clave en el futuro de un equipo, no tanto si el afectado es el Real Valladolid. Después de un verano decepcionante en el capítulo de fichajes, con la sensación general de que la plantilla de Primera era hasta inferior a la del año antes en Segunda, la afición se entregó a un inicio de calendario amable con los blanquivioleta, que recibían de entrada a sus dos compañeros de ascenso y visitaban a los dos grandes, un panorama despejado para sumar seis puntos ante rivales directos en el primes mes y quitarse de inmediato los pasos por Bernabéu y Montjuic. El 1-0 al Espanyol y la buena imagen contra el Real Madrid, pese al 3-0 final, abrieron el camino en la buena dirección.
Que el partido contra el Leganés fuera malo no sorprendió a nadie, que Pezzolano acochinase al equipo en tablas con el 0-0 tampoco, ya lo hizo dos temporadas antes en los empates sin goles con Almería y Getafe que despeñaron al Pucela a Segunda. El punto se tomó como un mal menor, y es que lo peor se estaba decidiendo en los despachos, o ya estaba firmado y lacrado: la venta al Osasuna de Boyomo, el jugador que, junto a Moro, debía ser la referencia del equipo. Los rumores se dispararon en los días anteriores, nadie entendía que se aceptara por el central camerunés una cifra que podría multiplicarse en solo unos meses, y los aficionados no perdonaron que se les tratase como infantes al esperar a confirmar la noticia una vez disputado el partido y que la grada pudiese pronunciar su opinión. A la semana siguiente, la defensa pucelana hizo aguas y perdió 7-0 contra el Barça.
Fin de la historia para Paulo Pezzolano. Si dos años antes Nazário perdió la paciencia después de un 6-0 en el Bernabéu, ahora repitió con un rival madrileño enfrente, esta vez con un Atlético que quizá subió al autobús de vuelta a casa sin necesidad de pasar por la ducha.
El Real Valladolid no dejaba de petardear en casa, con un triple 1-2 ante Mallorca, Rayo y Villarreal, también venía de dejarse dos puntos en la prolongación ante el Athletic, la afición no recibía buenas noticias desde el 1-0 con el Espanyol, ya muy alejado en el recuerdo. Tenía más presente el fiasco del partido anterior contra el Getafe (2-0), las fotos de su presidente jugando al tenis a la misma hora, y decidió cambiar los cánticos de protesta por una chirigota en la grada que se fotografió a medio mundo, un daño a la imagen del embajador Nazário que la dureza del 0-5. La noche de ese jueves era fría para soportar esa humillación y la gente abandonó el estadio con la resignación del silencio. Por su parte, el expulsado Pezzolano veía el partido despatarrado en la cabina, como si viera una película búlgara con subtítulos en alemán; se fue del cine, y de Valladolid, sin entender nada de nada.
Al nuevo año se le recibe con buenos deseos y al viejo se le despide agradeciéndole los chispazos de felicidad que haya dejado. El último partido del año en Zorrilla fue un clavo ardiendo al que agarrarse de cara a la segunda vuelta del campeonato liguero, pocas veces se sintió una comunión tan grande entre el césped y la grada como el que se vivió en el partido contra el Valencia, el segundo con Álvaro Rubio al frente del equipo, ya con Diego Cocca tomando notas en Valladolid.
El juego fue de un nivel ínfimo, el Valencia demostró estar bajo mínimos, el partido fue impropio de una Liga que se disputa con la Premier la de ser la mejor del mundo; a nadie le importó, al menos a los 18.449 espectadores que se comieron, esa es otra, un partido más en la noche del viernes, con frío, pero calientes con la fiebre que les provocó el empuje y las lágrimas de Anuar. Si el Real Valladolid se salva, será porque recupera el compromiso del partido contra el Valencia; claro que tampoco encontrará rivales así.
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