
V. M. NIÑO
Martes, 26 de junio 2007, 02:53
La predisposición del ser humano a hacerse entender, a poner todo de su parte para llegar al otro a través de la lengua o lenguas que domine y lograr lo que necesita, es una de las conclusiones de la tesis que ha presentado Esther Álvarez en la Universidad de Valladolid. La ya doctora ha estudiado la traducción natural en dos gemelos hijos de padre español y madre estadounidense desde los dos a los seis años de edad. Y sin que sirva de desánimo para quien curse estudios de interpretación, los niños demuestran una capacidad innata para traducir, al menos oralmente.
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La tesis es pionera en el tema y curiosa en la forma, no es usual la experimentación en la investigación que se desarrolla en las disciplinas 'de letras'. El trabajo se ha basado en grabaciones de vídeo dentro del ambiente familiar de los niños. Esther Álvarez de la Fuente y su codirectora de tesis, Raquel Fernández Fuertes, han acudido regularmente a jugar con los pequeños, haciéndose pasar la primera por monolingüe española y la segunda por monolingüe inglesa. Reproducían así la misma estrategia comunicativa establecida por los padres (a cada uno se dirigen en las respectivas lenguas maternas).
Las citas eran lúdicas, a los niños se les presentaban como un juego que permitía a las filólogas estudiar la traducción espontánea. «Traducen a petición de los padres, otras veces para hacerse entender y algunas, por el mero hecho de traducir, la autotraducción, que no responde a una necesidad comunicativa», explica Esther Álvarez.
Sobre esas traducciones transcurrió la primera parte del trabajo hasta que «se negaron a traducir, porque ralentizaba el juego y lo principal era jugar no traducir». Para entonces ya dominaban ambas lenguas, se acercaban a los seis años y su familiaridad con ambas filólogas les permitió sugerir a Esther que «aprendiera inglés».
Cuando esta les mostró con alguna lectura su 'incipiente' dominio de dicha lengua, ellos probaron su capacidad para corregir y perfeccionar la dicción de la supuesta aprendiza. Las últimas sesiones del trabajo experimental se centraron en la traducción a petición de las estudiosas.
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En estos cuatro años de trabajo, Álvarez ha observado la evolución en la traducción. «Se nota que utilizan cada vez estrategias más complejas, tanto cuando economizan, acortan, como cuando expanden, alargan, las frases». Pese a que pueda parecer lo contrario «economizar el mensaje supone un trabajo lingüístico mayor ya que pasa por una labor de síntesis y una elaboración intelectual más compleja».
Dos vías para un fin
El juego determinaba una necesidad comunicativa en la que los niños traducían para progresar en esa actividad, así que lejos de hacer una transmisión completa y literal, seleccionaban lo que necesitaban que los otros entendieran para seguir jugando.
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«Nadie les ha enseñado a traducir, lo hacen de forma innata y se puede decir que hay una evolución paralela entre la traducción y el desarrollo lingüístico», concluye la filóloga vallisoletana. Y la traducción les acabó resultando «una pesadez, para ellos es algo redundante, decir lo mismo dos veces, ya que en su cabeza disponen de dos lenguas». Esa disposición permite que a veces se den «alternancias de códigos, cuando no conocen la palabra en la lengua meta, de la que parten, y la dicen en la otra lengua» o casos de traducción parcial «porque ven que en la palabra de la otra lengua se transmite más información». Terminado el estudio, los gemelos les siguen el juego a Esther y a Raquel, probablemente a sabiendas ya de que les entienden en ambos idiomas.
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