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R. S. RICO
Miércoles, 2 de mayo 2007, 11:17
«Se me ha venido encima la cama del piso de arriba y dos paredes de la habitación. He bajado como he podido por las escaleras, he tirado una puerta y he visto a una mujer muerta entre los escombros». Era el testimonio de Álex, un joven inquilino del cuarto piso del número 2 de la calle Gaspar Arroyo de Palencia instantes después de que una terrible deflagración de gas cercenase la parte superior de ese inmueble y la del número 6, y dejase reducido a escombros el portal número 4, sepultando bajo los cascotes a vecinos de los tres bloques. La densa humareda que cubría por entonces la manzana de pisos anunciaba una tragedia, de desmesuradas proporciones, tragedia que se fue confirmando a lo largo del día con el goteo de muertes y el llanto de familiares que se resistían a creer que podía haber sucedido algo así.
En torno las 5.45 horas, varios avisos alertaban al Servicio de Emergencias 112 de Castilla y León de una explosión y posterior derrumbe de un edificio de cinco plantas, con dos pisos por altura, en el número 4 de la calle Gaspar Arroyo de la capital palentina. Los bomberos, Cruz Roja, el 112 y efectivos del Cuerpo Nacional de Policía, Policía Local y Guardia Civil se personaron en el lugar de los hechos, y la imagen resultó ser aterradora. La deflagración por una enorme acumulación de gas, producida al parecer en la planta baja del edificio, en un piso colindante al patio del depósito municipal de vehículos de la calle Salvino Sierra, provocó que los cimientos del número 4 se viniesen abajo, y con ellos los inquilinos que en él residían.
«Yo estaba viendo la televisión y mi mujer estaba en el baño, nos hemos quedado con el hall. Si nos coge en la cama, no lo contamos», repetía Luis, otro inquilino del número 2 que, ataviado con bata, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Junto a su esposa era atendido enfrente, en la residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que abrieron la puerta trasera y se convirtieron en el primer apoyo para los que allí llegaban entre aturdidos y desconsolados por la pérdida de sus hogares y, aún mucho peor, por el temor a un triste final para los suyos.
A un rápido desalojo de unos 200 vecinos de los portales de toda la calle siguió una cadena humana formada por voluntarios de Cruz Roja, Protección Civil, Policía Local y Nacional que iban pasándose espuertas con escombros, al tiempo que los bomberos comenzaban a buscar víctimas entre los restos del inmueble derruido. Ya yacía por entonces en el patio del depósito municipal de vehículos un cuerpo sin vida, el primero de los siete que hasta el cierre de esta edición se localizaron entre la estructura de los desvencijados edificios, al lado de vehículos destrozados por la explosión. Una niña de seis años, Nerea M., que estaba con su padre, José Ángel M., era evacuada en helicóptero hasta el Clínico Universitario de Salamanca, donde fue ingresada grave en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos.
Conforme fue disipándose el denso humo se pudo ir apreciando el desolador estado del lugar, en tanto la Unidad Canina de Rescate de la Junta de Castilla y León, llegada desde Burgos, comenzaba a rastrear con perros entre los escombros en busca de personas con vida. Hubo un momento en que desde un altavoz se pidieron cinco minutos de silencio a todos los presentes para que los canes pudiesen detectar personas por el ruido, pero el único ruido que allí se escuchaba era el de las sirenas de las ambulancias y de los coches de policía.
Hasta el lugar de los hechos se desplazaron el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, y el delegado del Gobierno, Miguel Alejo, que acompañaron a las familias de las víctimas y se convirtieron en interlocutores de la tragedia, facilitando partes sobre el número de muertos, heridos y desaparecidos. Y las cifras adquirían cada vez más tintes terroríficos. Al cierre de esta edición, en esa macabra lista de fallecidos figuraban, al margen de una séptima víctima aún por identificar, seis mujeres: L. M. A., de 91 años, que vivía en el 2º B del inmueble número 6; A. I. A., de 35, y R. R. B, una joven de 20 años que fue a dormir esa noche a casa de su abuela al estar la vivienda sola, las dos inquilinas también en el inmueble número 6; y M. L. G, de 63 años, residente en el 1ºA del edificio número 2. Las otras dos víctimas, dos hermanas de 83 y 86 años, A. M. y J. M., residían en el 2ºB del número 4, edificio en el que se produjo la terrible deflagración por una gran acumulación de gas natural, al parecer en una de las plantas bajas, en vista del estado en que quedaron algunos de los vehículos que a esa hora estaban estacionados en la calle Gaspar Arroyo, calcinados, desintegrada la goma y la pintura por la exposición a una temperatura infernal.
Sin embargo, las hipótesis eran eso, solo hipótesis, menos aún, teorías vanas, según apuntaban los bomberos y los mandos de los Cuerpos de Seguridad, imposible de saber aún en qué piso concreto se desencadenó la explosión, con todos los escombros todavía por retirar. Incluso, y a pesar de que la tesis de la explosión en una de las plantas más bajas es la que cobra una mayor fuerza, los bomberos no descartaban del todo que ésta pudiera haberse originado en un piso alto, un cuarto o un quinto. Lo que sí está claro es que el inmueble, construido a principios de los años sesenta para viviendas en alquiler para funcionarios del Ayuntamiento sobre un zócalo de hormigón y apoyados los pisos sobre muros de carga en lugar de pilares -el desplome quizá no se hubiese llegado a consumar del todo, quedando el edificio como un 'sandwiche', según apuntaban los servicios de rescate-, se derrumbó cuando éstos cedieron en una expansión lateral.
La onda, según los miembros de rescate, pudo haber alcanzado los 300 metros, con restos de ventanales desplazados hasta Las Huertas del Obispo y persianas metálicas abombadas en comercios de la avenida de Castilla. Casi había cristales rotos hasta en pisos ubicados a la altura del Pabellón Marta Domínguez, adonde fueron trasladados los cuerpos sin vida de las personas fallecidas y adonde se llevaron equipos de refrigeración para conservar los cadáveres mientras los forenses -desplazados algunos de fuera de Palencia- procedían a su identificación y autopsia.
Más lejos, en la vieja Balastera, los escombros se iban apilando mientras policías custodiaban la zona para evitar que se produjese la sustracción de efectos de afectados que pudieran haber sido arrastrados por las excavadoras.
La noche se cernía negra -se instalaron unos potentes focos para continuar con el rescate y el desescombro-, como negro empezó el día, sobre la calle Gaspar Arroyo, mientras los cinco perros de rescate de la Policía venidos de Madrid junto con la Unidad de Policía Judicial del Cuerpo especializada en grandes catástrofes, y otros dos perros de la Guardia Civil de Zamora seguían tratando de encontrar a las tres últimas personas detectadas bajo los escombros. Los datos situaban en ese momento entre cuatro y seis los desaparecidos, con 35 personas atendidas a lo largo de la jornada -de las catorce que fueron ingresadas por la mañana, siete continuaban hospitalizadas por la tarde, seis en Palencia y uno en Salamanca-.
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