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La Cruz Roja

FRANCISCO CANTALAPIEDRA

Domingo, 29 de abril 2007, 02:48

ASISTÍ hace unos días a la despedida de Juan Ignacio Álvarez García como presidente de Cruz Roja, cargo en el que ha permanecido catorce años y al que no tiene previsto volver, según anunció él mismo de manera oficial. Supongo que el doctor Álvarez considera ampliamente cubierta su cuota solidaria y voluntaria de aportación a una institución que tiene todo mi afecto y el respeto de millones de personas en todo el mundo. Cuando no soplan buenos vientos para las oenegés por culpa de Intervida, envuelta en un escándalo del que salen perjudicadas todas las demás, Cruz Roja es un referente cuya presencia tranquiliza.

Las personas normales necesitamos saber que alguien trabaja cada día para garantizar (hasta donde eso es posible) derechos básicos denunciando las múltiples violaciones de los mismos que engorrinan y manchan las conciencias de la gente decente. Cuando hace algunos meses leímos que Cruz Roja había logrado entrar en esa vergüenza mundial que es Guantánamo para pregonar a los cuatro vientos lo que nuestros primos americanos están haciendo allí, supimos que al-guien se preocupa de los que no tienen voz. Es evidente que sus informes no han servido hasta ahora para acabar con esa monstruosidad jurídica, pero no me quiero ni imaginar adónde habría llegado la barbarie si esta y otras oenegés, caracterizadas también por la seriedad de sus denuncias, no estuvieran dando vueltas como una mosca cojonera por las prisiones, los campos de concentración, los conflictos, los cayucos y las hambrunas de medio mundo.

Conozco a Juan Ignacio Álvarez desde que los dos teníamos pelo y ganas de comernos el mundo a bocados, deseo que ya solo conserva él, que todavía tiene ganas de pelear junto a los suyos que son, precisamente, los que me están metiendo la mano en la cartera a mí. Son cosas que pasan y que no le quitan ni mérito a Nacho ni me lo dan a mí, como es lógico. Siempre me pareció un tipo honesto y tranquilo que, rodeado de un equipo de alta eficacia y sólida formación, ha conseguido multiplicar por diez las acciones de Cruz Roja sin que merme su prestigio. Precisamente el día en el que anunciaba su retirada, la organización a la que ha servido durante estos años denunciaba la situación límite de los civiles iraquíes, provocada por los patosos de los americanos y agravada porque la mitad de los médicos ha huido del país y un tercio de la población vive en la extrema pobreza.

Como los miembros de Cruz Roja son los primeros en saber que solo con denunciar no se arreglan los problemas, además de hacerlo se ponen a la faena y ayudan con lo que tienen, pero no solo en Irak, sino en los demás países del mundo, incluyendo el nuestro. En esta España que tanto progresa y que disfruta de un Ibex 35 solo sacudido por la crisis inmobiliaria, quedan bolsas de pobreza, drogodependientes, mujeres maltratadas, ancianos solitarios, discapacitados, in-migrantes y demás familia, que siguen necesitando ayuda. Y ahí es donde esta maravillosa organización demuestra toda su capacidad solidaria para arropar al que menos tiene, para hacerle que se sienta persona, para decirle, con palabras y con ac-tos, que todavía quedan manos amigas.

Es posible que, en contra de mi costumbre, me haya puesto un poco sentimentaloide, pero creo que hay cosas de las que uno debe escribir en serio. Y me apetecía echarles estos cuatro piropos a esa buena gente de Cruz Roja, aprovechando que soplan malos vientos para el voluntariado. Al fin y al cabo, es lo menos que puedo hacer después de haber sentido cómo se burlaban de mi buena fe los de Intervida, que Dios tenga en su santa gloria. Amén.

nortecastilla.es/cantalapiedra

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