La fuente de San Pedro está ya en la proximidades del esquileo.
VIDA Y OCIO

El esquileo esquilmado

JAVIER PRIETO GALLEGO

Viernes, 20 de abril 2007, 03:53

Hubo un tiempo ya lejano en el que para viajar de Segovia a Madrid ni se corría por los túneles de Guadarrama, ni se contaban las revueltas de Navacerrada. El camino más frecuentado pasaba por el puerto de la Fuenfría, abierto y enlosado por los arquitectos de Roma en el siglo I a.C. para mejor tránsito de mercancías y militares. Este paso histórico formó parte de la vía XXIV del Itinerario de Antonino mediante el que se unían las localidades de Mérida y Zaragoza. De hecho, fue el principal paso montañoso utilizado por los viajeros que necesitaban salvar estas cumbres hasta que, ya en el siglo XVII, se abrieron los de Navacerrada y Guadarrama.

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Por esa razón existía a los pies serranos del lado segoviano una venta de viajeros llamada de Santillana, en la que paraban los que iban hacia Madrid antes de iniciar el ascenso, o decían so los que venían de allí para recomponer el cuerpo después de salvar el puerto.

El punto donde andaba esta venta, destruida hasta sus cimientos en el año 1808, era cruce añadido también entre la Cañada Real Soriana Occidental y el cordel de Santillana, vías merineras de mucha mayor importancia en su momento que el que supone para algunas poblaciones el trazado de los actuales trenes con nombre de pájaro.

La razón de tanto trasiego y el especial valor estratégico del punto fue la razón que llevó a Ignacio de Arizcun, a la sazón marqués de Iturbieta, a levantar en 1745 junto a aquella venta viajera un complejo de esquileo de los de no te menees, especialmente diseñado precisamente para este fin, mantener bien sujetas a las merinas y «con capacidad muy suficiente para trabajar con desembarazo 220 tijeras», como apunta el enciclopédico Madoz. Los posibles del señor Iturbieta eran tales que, con permiso expreso del rey Felipe V, montó aquí un moderno y eficiente rancho con el objetivo concreto de pelar únicamente sus propios rebaños: una minucia que rondaba las 40.000 cabezas de ganado trashumante. El complejo contaba con 53 estancias destinadas a alojar a la tropa de operarios necesarios para tanto rape, dotadas de todas las comodidades imaginables, además de otras infraestructuras resueltas con amplitud, y un buen diseño de los encerraderos, callejones y divisiones menores capaces de acoger al mismo tiempo hasta 15.000 o 16.000 cabezas, de manera que con orden y concierto -de balidos, por supuesto- fueran desfilando por el interior para realizar las tareas de marcado y esquileo.

También apunta Madoz la acertada ubicación de un oratorio desde el que, con solo abrir las ventanas, lo esquiladores cumplían el precepto de la misa sin necesidad de relajar el tajo. Todo un detalle del marqués que a buen seguro sus hombres apreciarían en lo que vale.

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Así las cosas, el rancho de Iturbieta resultó tan rompedor que rápidamente se convirtió en modelo para los otros ranchos que por aquella época se levantaron en Segovia con el mismo fin. Desaparecida la venta colindante, el rancho paso a ser conocido, por confusión, también como rancho de Santillana.

El desmoronamiento del comercio de la lana y el desuso del camino de la Fuenfría como vía de paso hicieron que en la segunda mitad del siglo XIX el rancho iniciara un acelerado declive. Tras pasar varias veces de manos privadas a estatales acabó convertido en el revoltijo de ruinas lamentables que aún hoy se resisten a desaparecer.

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El corto y tonificante paseo que lleva desde Valsaín hasta el rancho de Santillana no tiene pérdida, al tiempo que se recorre también parte del histórico paso de la Fuenfría. Unos paneles situados a las puertas del rancho permiten aún reconstruir sobre el terreno la ubicación de las distintas estancias por entre las debieron moverse los rebaños con ojos de corderos trasquilados.

info@javierprietogallego.com

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