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Domingo, 15 de abril 2007, 03:27
«Redondas gafas de intelectual de pro alzadas hasta la frente en un movimiento mecanizado de su mano de menestral, mientras los ojos con expresión interrogante se entornan en un guiño instintivo que dice de cansancio y de esfuerzo , lápiz con contera de metal sobre la oreja, en las manos una cuartilla o unas pruebas de imprenta, y quizás entre los dedos un pitillo que dejará olvidado sobre un cajetín lleno de tipo o sobre la mesa repleta de impresos, anuncios y galeradas».
En el segundo número del refundado 'Heraldo Segoviano', publicado el 13 de enero de 1935, Bernaldo de Quirós describe el aspecto de Carlos Martín, director de un periódico de ambiciosas metas que ha puesto en marcha amparado en la estabilidad de la imprenta que él mismo regenta en el número 16 de la calle Infanta Isabel y con el fin de dar voz a la opinión pública progresista en un momento político delicado para la izquierda española. En el primer número de esta segunda etapa del 'Heraldo' -el semanario ya se había publicado entre 1926 y 1931-, Martín deja claro que su cabecera defenderá el régimen republicano y los postulados democráticos, y combatirá por igual los sectarismos de la derecha y de la izquierda, «pues entendemos que la pasión y el fervor que se ponen en la defensa de un ideal, no deben significar intolerancia ni despecho, y menos aún rencor, contra los que no coinciden en opiniones políticas».
Esta declaración de intenciones dice mucho del semblante de un hombre que supo desde niño el esfuerzo que costaba ganarse el pan con el sudor de su frente. Hijo de una humilde familia de tejedores, Carlos Martín Crespo nació en Nieva el 4 de noviembre de 1882. Las limitaciones económicas de la familia llevaron a Carlitos y a su hermana Paquita a la residencia provincial de niños pobres, el antiguo hospicio, donde el muchacho aprendió el oficio de impresor y cogió verdadera afición a la música.
Ya adolescente, pasó por varios talleres, entre ellos una librería-imprenta de Madrid, ciudad en la que conoció la pujanza de una clase obrera cada vez más organizada. El segoviano, como trabajador de un oficio -el de linotipista y corrector- que solían desempeñar obreros con un cierto grado de instrucción, no tardó en unirse a la recién fundada UGT, el sindicato socialista precisamente surgido de las sociedades de impresores. De vuelta en Segovia, Carlitos ejerció en los talleres del 'Diario de Avisos' y de 'El Adelantado de Segovia' hasta alcanzar la categoría de regente. En la imprenta del diario fundado por Cano de Rueda tiró la primera publicación que dirigió, 'El Obrero Segoviano', periódico defensor de la clase jornalera que vio la luz a lo largo del año 1909.
La Popular
El periodismo siempre le atrajo sobremanera, pero quizá no tanto como la música, su otra pasión. Carlos Martín fundó en 1910 La Popular, una banda musical que se dedicó a amenizar fiestas religiosas y profanas, bodas, carnavales y demás celebraciones en todos los pueblos de Segovia y de otras provincias limítrofes. Martín, que tenía un oído innato y portentoso para descomponer el sonido en notas musicales y trasladarlo mentalmente al pentagrama, creó infinidad de piezas bailables y obras que dedicó a propios y extraños, granjeándose el cariño de todos cuantos lo escuchaban. «La Popular sintetizó siempre todo mi carácter. Por ella derroché el caudal que guardaba mi alma: desinterés, cariño, ilusión, alegría y sentimientos ( ) Era, asimismo, un vivero de afectos que el tiempo no borrará», reconocería el músico ambulante años después.
Carlos Martín pasará a la pequeña historia de la ciudad por haber sido el autor de la partitura del 'Himno a Segovia', estrenada en la Plaza Mayor el día 3 de junio de 1928. La letra, escrita por el poeta conservador Luis Martín García Marcos, amigo del músico, fue interpretada aquel día por los coros de alumnos de las escuelas públicas.
Imprenta propia
Casado y con cuatro hijos que mantener, uno de ellos enfermo, Carlos dejó 'El Adelantado' tras sucesivas peticiones de aumento de salario que le fueron denegadas, y en 1919 se instaló por cuenta propia en una pequeña imprenta que abrió en los soportales de la Plaza Mayor primero y en la calle Escuderos después. En Escuderos se publicó en 1923 'Segovia', el dominical independiente dirigido por Ignacio Carral en el que colaboraron Antonio Machado, Blas J. Zambrano, Mariano Quintanilla, Julián María Otero, Alfredo Marqueríe o Emiliano Barral, la mayoría jóvenes que, según el propio Martín, «acostumbraban a llamar las cosas por su nombre», lo que le ocasionó algún que otro disgusto.
Como el negocio marchaba, el impresor decidió ampliarlo adquiriendo la imprenta donde se había tirado 'La Tierra de Segovia', en la calle Infanta Isabel. Allí levantó un taller tipográfico de altura que en los años posteriores publicó infinidad de periódicos, revistas culturales y pedagógicas, libros y todo tipo de trabajos comerciales. En 1926, apenas instalado en su nuevo local, el obrero convertido en empresario inició su primera aventura periodística de calado, 'Heraldo Segoviano', un semanario dirigido por él e impreso en su taller, que contó con un abanico de firmas progresistas de prestigio, entre ellas las de Mariano Quintanilla, Pablo de Andrés Cobos, Ignacio Carral o el abogado republicano Bernaldo de Quirós. Cinco años duró el 'Heraldo', transformado en mayo de 1931 en 'Segovia Republicana', de periodicidad diaria y ya bajo la dirección de Rubén Landa, amigo de Machado. Fueron tiempos de efervescencia cultural e intelectual que alumbraron un ramillete de publicaciones de diversas tendencias surgidas al calor del nuevo régimen de libertades.
La República, proclamada en abril de 1931, llevó trabajo y prosperidad a la imprenta de Carlos Martín. «Desde su advenimiento -contaba el impresor en 1935- ha habido una verdadera fiebre por hacer periódicos, todos los cuales han muerto por cansancio de sus inspiradores. Hubo temporadas que de mi imprenta salían siete, por este orden: 'Germen', 'El Socialista', 'La Escuela Segoviana', 'El Pueblo Segoviano', 'La Voz de Segovia' y 'Tierra Castellana', además de las revistas mensuales del Colegio de Médicos, del Colegio de Secretarios y 'Nuestros Hogares'. ¿Ah! Y el 'Yo-Yo'».
La falta de liquidez de sus propietarios acabó abortando la mayoría de las cabeceras, pero Martín, en un momento profesional excelente, resucitó el 'Heraldo' en enero de 1935. El dominical, único competidor del monárquico 'El Adelantado' en aquellos meses convulsos que precedieron al estallido de la guerra civil, salió a la calle con el objetivo de convertirse en un verdadero periódico popular. En el primer número, la Redacción expone sus principios: «Venimos a luchar, con fe y con entusiasmo, por la forma republicana de gobierno; por la organización democrática de toda clase de poderes, en el estricto sentido de abajo a arriba y por la supremacía del poder civil. Defenderemos el régimen de autonomías regionales y propugnaremos que la propiedad cumpla una función social».
Guerra y represión
Sin embargo, con el levantamiento del general Franco y la rápida toma de Segovia por parte de los militares rebeldes, las posibilidades de supervivencia del semanario dirigido por Carlos Martín son nulas. De hecho, el periódico publica su último número el día 19 de julio. El editorial, posiblemente redactado por Martín, condena los asesinatos del teniente de asalto Castillo y del diputado derechista Calvo Sotelo, «dos vidas inmoladas por el fanatismo, más que por el ideal, por el odio a que conduce la violencia de una lucha fuera de toda lógica».
Ese mismo fanatismo se cebó con el impresor, muy significado para los elementos de extrema derecha, que ni siquiera tuvieron en cuenta su etapa como concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento, cargos que ocupó en tiempos de Primo de Rivera. A finales de 1936, varios falangistas entraron en la imprenta y se llevaron lo que encontraron; «salvo una máquina -recuerda el nieto mayor, Pedro Antonio Serrano-, una rotoplana alemana que estaba sujeta al suelo; al no poder moverla, la inutilizaron destrozando la pletina con una piqueta». También registraron el domicilio, en una búsqueda infructuosa de la prueba que certificara la pertenencia del impresor a la masonería, pero Martín nunca fue masón.
Una denuncia dio lugar a la detención y encarcelamiento del tipógrafo, al que la Comisión de Incautación de Bienes sancionó con 25.000 pesetas en abril de 1937. El informe de la delegación provincial de Falange recoge el delito: «Don Carlos Martín Crespo está considerado como izquierdista.- En su imprenta se tiraban los periódicos 'Heraldo Segoviano', del que era director, 'Magisterio Segoviano', 'Socialista Segoviano' y otros.- En un número del primero se publicó una caricatura ridiculizando a la Guardia Civil.- Asistió a manifestaciones y mítines de carácter izquierdista.- También se imprimieron en su imprenta pasquines, manifiestos y propaganda del Frente Popular».
Como la familia del impresor no pudo hacer frente a la multa, el Juzgado sacó a subasta las únicas pertenencias que tenía, es decir, la imprenta de la calle Infanta Isabel y los muebles de su casa, que fueron vendidos públicamente en marzo de 1938, cuando Carlos Martín, de 55 años de edad, ya había sido trasladado al campo de concentración franquista de Murguía (Álava). Su esposa e hijos sobrevivieron como pudieron vendiendo papel de carta y sobres para el frente en la papelería que ya regentaban en la calle Juan Bravo, frente a la cárcel vieja, desde antes de la guerra.
A pesar de la injusticia del correctivo recibido, su semblante le salvó de males mayores. En medio de una situación de falta de libertad y desamparo absolutos, resurgió con fuerza el periodista y el músico que el preso Martín Crespo llevaba dentro, ganándose la admiración y el respeto de sus carceleros, que le proporcionaron una minerva para tirar en ella hojas informativas y los instrumentos necesarios para formar una pequeña banda musical, como en los mejores días de La Popular. «Así, entre banderita tu eres roja, banderita tu eres gualda, un día llegó el coronel y le dijo: -Martín, ¿quiere irse a casa? Y Martín cogió el petate y se marchó. Supo capear el temporal sin renunciar a unas convicciones políticas firmes que mantuvo hasta el final, aunque no las iba pregonando por la calle. Y todo esto lo sé porque él, que no hablaba de lo mucho que había padecido, me lo contó de primera mano», confiesa su nieto.
Empezar de nuevo
Cuando Carlos Martín regresó a Segovia la guerra acababa de terminar. Todavía tenía cuentas pendientes con el Tribunal de Responsabilidades Políticas -el indulto no le llegó hasta 1953- pero hizo lo posible por resucitar su viejo negocio, que instaló en un modestísimo local de la calle de San Francisco y llamó Imprenta Comercial. «Compró máquinas nuevas y empezó a trabajar. Y le fue bien. Gracias a las andanzas con La Popular, mi abuelo conocía a los secretarios de todos los ayuntamientos de la provincia, que le mandaban trabajo a diario: carteles, programas de fiestas La imprenta creció y llegó a tener numerosos obreros». Don Carlos invirtió sus últimos años en trabajar, tocar en las fiestas de los pueblos y escribir dos libros deliciosos: 'Crónicas del Segovia viejo' (1952) y 'Doce lustros de músico errante' (1960), un anecdotario en el que el autor confiesa haber vivido esclavo de su afición a la música «porque en ella encontré las mayores satisfacciones de mi vida». Agotado y enfermo, con el sufrimiento en el rostro cuarteado y en los ojillos de hombre afable y bondadoso, falleció el 21 de agosto de 1965. Tenía 82 años.
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