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Historia  de un teatro añorado
SEGOVIA

Historia de un teatro añorado

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Domingo, 18 de marzo 2007, 03:01

El Cervantes es el cine de toda la vida. El pasado reposa en sus butacas rojas y en los cortinones de sus palcos. Es preferible pensar que el teatro duerme un profundo sueño del que acabará despertando porque la razón se resiste a aceptar la realidad presente, la no existencia de ese cofre dorado en el que tantas generaciones dejaron volar sus sueños. Sirvan estas líneas para resucitar un lugar mágico que late en el recuerdo de quienes lo conocieron y en la imaginación de aquellos que, de niños, no tuvieron la fortuna de deslizarse por la barandilla de su eterna escalera.

«Se trabaja febrilmente, dando los últimos toques para la inauguración de este teatro, que tendrá lugar en el día de mañana. La sala de espectáculos es amplia, alegre, y está decorada con mucho gusto. Los pasamanos y cortinones de los palcos y plateas son de peluche azul, resaltando sobre el fondo claro de la sala. Las butacas son cómodas y elegantes, ascendiendo a 586 el número de las que hay en el patio. Todas las dependencias del nuevo teatro se distinguen por la amplitud y 'confort' con que se ha atendido a la distribución de los distintos servicios. Una copiosa iluminación eléctrica, dotada de bellos aparatos, da una nota de alegre visualidad a la sala de espectáculos. El teatro Cervantes es digno de una capital de primer orden».

Esta nota publicada en 'El Adelantado' el día 11 de septiembre de 1923 anuncia la apertura del teatro Cervantes, prevista para el día siguiente. Son momentos especialmente tensos porque, mientras la sociedad segoviana se viste de largo para asistir a la inauguración del nuevo coliseo, el general Primo de Rivera se subleva en Barcelona contra el Gobierno e impone un directorio militar que regirá los destinos del país en los años sucesivos. El periódico local del día 13 de septiembre ofrece las dos noticias en la misma página: el bautizo del teatro, por un lado, y el golpe de Estado, por el otro.

Los promotores

La construcción del teatro Cervantes fue impulsada por el Círculo Mercantil e Industrial, que en 1921 había comprado la Casa de los Picos para instalar en ella la sede que perdiera meses atrás en un formidable incendio. Tras acondicionar el legendario edificio a sus necesidades y animada por la bonanza económica de los felices veinte, la junta directiva del Círculo decidió levantar un teatro en el antiguo patio del inmueble. Así lo acordaron los socios el día 1 de enero de 1922, cuando la presidencia del Mercantil recaía en Pascual Guajardo. Las obras empezaron con rapidez, y en algo menos de dos años el teatro Cervantes -se le puso este nombre por la calle en la que se encontraba- era una realidad. En junio de 1923, a tres meses de la inauguración oficial, la prensa informa del estado de los trabajos: «El teatro ofrece un aspecto de grandeza como nunca se soñó. Tiene un escenario amplio y hermoso ( ) Da acceso al teatro, desde la calle Cervantes, un espacioso vestíbulo y una magnífica escalera de mármol artificial. En los pisos bajo, principal y segundo, hay amplios 'foyers'. Cuenta en el piso bajo con cómodas plateas y en el principal, con dos filas de palcos y, en el frente, con espaciosas localidades de las llamadas butacas de principal. En el piso segundo están las delanteras y los asientos de paraíso. Está terminada la instalación del alumbrado y a punto de terminarse la de la calefacción, por los más modernos procedimientos». ('El Adelantado', 10-6-1923).

Los frescos de Tablada

Por aquellos días de junio el artista Lope Tablada Maeso y los obreros de su taller ultimaban las pinturas murales que decoraban el techo del teatro. Tablada plasmó en la bóveda una escena de una fuerza tremenda: una matrona, símbolo de la tragedia, montada en un carro romano tirado por dos corceles blancos; muy cerca de esta representación, las figuras alegóricas de la música y la danza, y junto al techo, un friso de motivos helénicos y escenas paganas y orgiásticas con fondo azul que se extendía a lo largo del perímetro de la sala. Sobre la embocadura del escenario lucía un escudo de Segovia con corona mural custodiado por dos angelotes. Una auténtica obra de arte que confería al coliseo un carácter muy especial.

Las pinturas murales del celaje se veían perfectamente desde el graderío de la segunda planta, formado por bancos corridos de madera poco cómodos y de modestísima presencia -todo hay que decirlo- por mucha 'delantera de paraíso' que fueran.

El escultor Toribio García asumió la ornamentación de la entrada, lugar donde se encontraban las taquillas y la escalinata de mármol, que salvaba una altura de cuatro metros para llegar al patio de butacas. Esta es la escalera que todos los segovianos que han conocido el Cervantes guardan en la memoria. García también decoró los palcos con cintas y festones de escayola.

Para el estreno, el Círculo Mercantil invitó a la infanta Isabel, tía del rey, personaje omnipresente en la Segovia de principios del XX, que llegó al teatro a las seis y media de la tarde de aquel lejano 12 de septiembre acompañada de su inseparable dama, la señorita Margot Beltrán de Lis. Cuando la condesa de Segovia - también apodada 'La chata'- entró en la sala, sonaron los acordes de la 'Marcha Real'. Para la ocasión, la compañía del teatro Infanta Isabel de Madrid, dirigida por Arturo Serrano, representó la comedia 'El paso del camello', avalada por el rotundo éxito que estaba cosechando en el capital. María Luisa Moneró, Mercedes Sampedro, José Calle o Nicolás Navarro fueron algunos de los actores que inauguraron las tablas del Cervantes. El festejo terminó con una actuación de la bailarina Isabelita Ruiz, conocida como 'la reina de la danza'. El público, integrado por las familias más distinguidas de una sociedad de clases muy marcadas y por aristócratas de la colonia veraniega de La Granja, pasó una tarde inolvidable.

Exitoso estreno

El arriendo del local le fue adjudicado por cinco años a Ángel Soteras, que ya había sido empresario del teatro Juan Bravo y contaba con cierta solvencia. Soteras arrancó con fuerza, pues durante su primera semana de vida, el Cervantes celebró funciones diarias de tarde y noche, todas a cargo de la compañía del Infanta Isabel, que representó distintas obras, entre ellas alguna comedia de los hermanos Álvarez Quintero. A estas piezas les sucedieron las zarzuelas y los espectáculos de varietés y, por supuesto, de cinematógrafo, pues casi desde un principio se dio cabida al séptimo arte, que a la postre acabaría convirtiendo el teatro en una de las salas de cine más prestigiosas del país.

Cuenta Mariano Grau (1902-1986) que la aceptación que el Cervantes tuvo desde la apertura se debió a su emplazamiento, pues la vida se centralizaba cada vez más en el Azoguejo. También ayudaban las características del propio teatro: «La amplitud del patio de butacas y la disposición de las plateas convertían la sala en una gran vitrina en la que se podían exhibir todos durante los largos descansos. Porque entonces se iba mucho al cine 'por verse' y 'ser vistos'», anota el escritor.

A partir de 1923, el Juan Bravo -que llevaba cinco años funcionando- y el Cervantes rivalizaron constantemente, sobre todo en el aspecto cinematográfico, aunque hubo una etapa, entre 1925 y 1928, en la que estuvieron regidos por la misma empresa, y el Cervantes asumió la proyección de películas casi en exclusiva. Títulos como 'El gato montés', 'La revoltosa', 'La medalla del torero', 'La casa de la Troya', 'Don Juan Tenorio', 'Nobleza baturra' o 'El ladrón de Bagdad' están en los reclamos publicitarios del momento.

La competencia

Después todo cambió. Aurelio García, arrendatario del Café-Bar Juan Bravo, compró a Villoslada el teatro de la Plaza Mayor, mientras que el Cervantes pasó a manos de Miguel López Lagar, un empresario de Madrid. Restablecida la competencia, la batalla por ganarse a un público ávido de cine se libró sin cuartel, aunque la rivalidad también mejoró la calidad de la oferta. Según Grau, el año 1929 fue muy bueno para el cine en Segovia porque pudieron verse en uno u otro teatro cintas como 'El séptimo cielo', 'Titanic', 'Ben-Hur', 'Amanecer', 'La cabaña del tío Tom' o 'La mujer divina' y 'Ana Karenina', ambas protagonizadas por Greta Garbo. El duelo de teatros repercutía incluso en los precios; si en el Cervantes se cobraban 60 céntimos por la entrada de butaca y 15 céntimos por la general, Aurelio García pedía en el Juan Bravo la mitad, siempre y cuando el espectador tomara algo en la cafetería antes de entrar, claro.

El cine iba convirtiéndose poco a poco en un fenómeno de masas, aunque el teatro seguía llenando palcos y plateas. Las proyecciones siempre tuvieron un lugar destacado en su cartelera, pero el Cervantes nunca dejó de lado a Talía y albergó memorables funciones, incluso de ópera, como la 'Aida' de Verdi que la compañía Fionti-Viñas interpretó en abril de 1925. 'El alcalde de Zalamea', 'El barbero de Sevilla', 'Don Juan Tenorio', 'La del Soto del Parral', 'Las Leandras', 'La dama de las camelias' o 'Miguel Strogoff o el correo del zar' son obras que se representaron en aquellos años de antes de la guerra. Compañías tan célebres como las de Carmen Moragas o Lola Membrives, y artistas como Celia Gámez actuaron varias veces en el coliseo de la Calle Real. El 3 de febrero de 1936, los muchachos de La Barraca, la compañía dirigida por Federico García Lorca, representaron 'El caballero de Olmedo'.

Testigo de la Historia

Además de la República, el año 1931 trajo consigo el predominio del cine sonoro en las pantallas. El teatro Cervantes instaló en febrero un proyector nuevo, con el que exhibió con sonido cintas como 'Galas de la Paramount', 'Cuatro de infantería', 'El rey vagabundo', 'Misterios de África', 'Ladrones' -con Stan Laurel y Oliver Hardy- o 'De frente, marchen !, ésta con Buster Keaton. El espectador estaba encantado.

Si la irrupción del cine sonoro representó un hecho histórico, tampoco pueden escapar a esta calificación las visitas ilustres y los mítines políticos a izquierda y derecha que tuvieron lugar en el interior del teatro. Al poco de abrir, la ciudad utilizó el Cervantes para ofrecer un almuerzo al general Primo de Rivera. El patio de butacas se cubrió con una tarima sobre la que se colocaron las mesas. Este mismo procedimiento se empleaba para la celebración de los bailes de Carnaval, muy frecuentes en los años veinte y treinta, organizados por el propio Círculo Mercantil, el Casino de la Unión o la SABA. Un baile de Carnaval de 1936, el último baile, dejó paso a tres años de guerra y casi cuarenta de dictadura. A la ciudad se le borró la sonrisa, pero nunca como a partir de entonces el teatro de los sueños iba a cumplir mejor su función.

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