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JON AGIRIANO
Sábado, 10 de febrero 2007, 01:50
El 16 de enero de 2005, a César Jiménez le despertó una ilusión más poderosa que el sueño. Era su gran día. En cierto modo, la oportunidad que había esperado toda su vida. Gabi Milito estaba lesionado y Víctor Muñoz le había elegido a él como sustituto del central argentino. Esa noche, pues, iba a ser titular en el Santiago Bernabéu. Se sentiría en el centro del mundo. Mientras se levantaba de la cama, César volvió a pensar en el guiño que le había reservado el destino. No dejaba de ser curioso que su primer partido con el Zaragoza tras su cesión de dos años en el Almería le enfrentara al equipo en cuyas categorías inferiores se había formado como futbolista. «Yo jugaba en un equipo de Ávila y con 15 años me llamaron para la selección española. A raíz de esa llamada el Real Madrid se interesó por mí y me fichó. Estuve cinco temporadas y tengo un gran recuerdo. Coincidí con Rivera, Mista, Meca, Mena, Álvaro, Javi Guerrero...», recuerda César, sentado en una cafetería próxima al estadio de La Romareda.
Cuando tenía 20 años, el deseo de jugar le hizo abandonar el Real Madrid y fichar por el Zaragoza B. César Jiménez siempre tuvo claro que él no era carne de banquillo, que no servía para vivir el fútbol como espectador. Y no se trataba de una cuestión de soberbia o engreimiento sino de una afición ardiente por el juego. «Yo solo quería jugar. Y si no podía ser en el Madrid B, pues en otro sitio. Eso no me importaba. Mi prioridad siempre ha sido jugar. En Zaragoza me pasó lo mismo. Con el B lo jugué todo y me subieron al primer equipo. Debuté contra Osasuna en enero de 2001 y esa temporada disputé algunos partidos. Pero llegó Paco Flores y vi que no contaba conmigo. Tenía por delante a Kolcenovic, Aguado, Paco, Sundgreen, así que no lo dudé. Tomé la decisión de irme al Almería con Casuco y fue una experiencia fenomenal. Lo jugué casi todo», comenta el futbolista abulense, cuyas dos grandes campañas en el Almería le valieron el regreso a Zaragoza.
La oportunidad
Con Víctor Muñoz, sin embargo, las cosas no tardaron en torcerse. César Jiménez iba convocado, pero no jugaba. De nuevo, había otros compañeros por delante. Pasaban las semanas y el central comenzaba a arrepentirse de no haberse quedado en Almería, donde estaban encantados con él y le habían ofrecido cuatro años de contrato. Meditaba irse aprovechando el mercado de invierno cuando llegó lo imprevisto: la oportunidad. «Imagínate las ganas que tenía cuando salté al Bernabéu», dice el defensa del Zaragoza con una sonrisa triste, ese tipo de sonrisa desengañada de quien no se perdona la ingenuidad de haberse hecho demasiadas ilusiones.
La felicidad de jugar en el coliseo blanco, de retar a los galácticos y demostrar ante ellos su categoría solo duró veinte minutos. Se desvaneció en un balón dividido que no parecía contener ningún veneno. César recuerda bien la jugada. «Todo fue muy rápido. Era un balón en banda. Vi que venía Figo, pero yo tenía ventaja y me tiré al suelo para despejar. No me protegí porque era una jugada clara. Pero Figo llegó tardísimo y se lanzó contra mí con la plancha por delante. Supongo que venía caliente de alguna jugada anterior. El dolor fue terrible porque me pilló de lleno la rodilla izquierda. El árbitro (Losantos Omar) no debió verlo porque ni siquiera le amonestó. Recuerdo que me atendieron durante un rato en la banda y que me puse de pie. Quería seguir jugando como fuese. ¿Solo llevaba 20 minutos, joder! Pero la rodilla se me iba. No me sostenía».
La visita del portugués
Al día siguiente, tras una noche de hielo y dolores, le practicaron una resonancia magnética en la clínica Quirón de Zaragoza. El diagnóstico fue demoledor. Por citar solo lo más importante: rotura del ligamento cruzado, desplazamiento del ligamento lateral externo y daños en el menisco. «Un destrozo», resume César. «Lo peor fue que con el golpe se me desplazó toda la rodilla hacia fuera y eso casi siempre deja secuelas». Tras pasar «un par de días muy malos», el central del Zaragoza fue operado por el famoso doctor Guillén en la clínica Centrum de Madrid. Era el 19 de enero de 2005.
El día anterior, recibió en su domicilio de Zaragoza la visita de Luis Figo. «La noticia había tenido mucha repercusión en los medios por ser él quien era y me llamaron del Real Madrid preguntándome si tenía inconveniente en recibirle porque quería disculparse. Les dije que el mal ya estaba hecho y que, si quería venir, que viniese. Y vino con Butragueño. Se disculpó. Me dijo que lo sentía y que no tenía ninguna intención de hacerme daño. Lo que se dice en esos casos, vamos. Recuerdo que en aquellos momentos el más afectado era mi padre, que había venido a verme. '¿Te has cargado al muchacho!'», le dijo.
Al cabo de ocho meses, ocho largos meses de calvario en la piscina y el gimnasio, César Jiménez volvió a los entrenamientos con el Zaragoza. Corría entonces el mes de septiembre. Todo parecía marchar bien. La rodilla respondía en todos los saltos, giros y golpeos. Fue así durante un mes. Hasta que el cruzado volvió a romperse. «Estábamos ensayando contraataques. Yo me sentía fenomenal, mejor que nunca. Entonces hice un giro. No fue muy brusco. ¿Había hecho mil giros como ése! Y entonces oigo un crack. Muy fuerte. El preparador físico estaba a 30 metros y vino corriendo. 'Lo he escuchado, ostia', me dijo. ¿Otra vez roto! Se me vino el mundo encima», relata.
Reaparición
César volvió a ponerse en manos del doctor Guillén, que le reconstruyó de nuevo el ligamento cruzado. En este caso, utilizando un trozo de uno de los músculos isquiotibiales -el semitendinoso- de la rodilla derecha. (El de la izquierda lo habían empleado en la primera operación). El proceso de recuperación fue más corto esta vez, ya que la rodilla estaba más fuerte tras el largo período anterior de fortalecimiento. En apenas cinco meses, volvió a los entrenamientos. Todo marchaba bien y el jugador consiguió ir convocado para los últimos partidos de Liga -estuvo en el banquillo de San Mamés, por ejemplo- e incluso jugar 15 minutos contra el Alavés. La pesadilla parecía quedar atrás. «Estaba feliz», reconoce.
La desgracia, sin embargo, volvió a cebarse en este defensa alto y elegante, un chaval sencillo de familia humilde -su padre era mecánico y su difunta madre, ama de casa- que ha vivido toda su vida para el fútbol. A primeros de mayo de 2006, durante un entrenamiento, disparó a puerta y la rodilla se le quedó bloqueada. Desde el primer momento supo lo que le ocurría. «Yo tenía el menisco interno bastante machacado desde la primera lesión. Los médicos me lo dejaron para que sirviera de amortiguación, pero ya me advirtieron que podía romperse. Y se rompió», comenta.
En este caso, la operación fue más sencilla: una artroscopia. Se la hizo en Zaragoza. En principio, el jugador no debía de tener ningún problema para ponerse a las órdenes de Víctor Fernández en la pretemporada. Así lo hizo, pero a los pocos días tuvo que parar. «Me empezaron las inflamaciones. Eran continuas. Entrenaba un día y tenía que parar dos o tres porque la rodilla se me ponía como un bombo. Fue muy duro. Mi mujer no dejaba de animarme, pero a mí me entraban ganas de dejarlo todo. Era demasiado tiempo. ¿Es que llega un momento en que solo vives para la rodilla! De casa al gimnasio y del gimnasio a casa. Te obsesionas. Y te acabas preguntando si merece la pena tanto sufrimiento», explica.
Las inflamaciones no remitían y el pasado mes de diciembre le practicaron una nueva resonancia magnética. El diagnóstico fue descorazonador: del roce con el hueso le había salido una úlcera en el cartílago. Era algo muy serio, un proceso degenerativo de muy difícil detención. El doctor Guillén, que no podía creer tanta mala suerte, volvió a operarle el pasado 4 de enero. El objetivo de la intervención era doble: curar la úlcera y, sobre todo, formar un tejido que hiciese la función de menisco y amortiguase la presión sobre el cartílago dañado. Dentro de tres semanas, César pasará consulta en Madrid. Entonces se verá cómo ha ido de verdad la operación. Él prefiere no hacerse ilusiones. «Me estoy haciendo a la idea de lo peor. Soy consciente de que, por una pura cuestión de salud, lo más seguro es que tenga que dejar el fútbol. Me queda una última esperanza y, si veo que ha hecho tejido, volveré a lo entrenamientos y probaré. Pero las posibilidades son mínimas. Seguramente tenga que dejarlo», se lamenta César Jiménez, con lágrimas en los ojos y apretando con fuerza la muleta. «Qué putada, ¿verdad?».
Un espectador
El defensa castellano dice que no guarda rencor a Luis Figo, aunque éste no haya vuelto a ponerse en contacto con él desde aquella visita a Zaragoza hace ya más de dos años. «Cada persona es como es. Otro me habría llamado y él no lo ha hecho. Y ya está. ¿Rencor? ¿Para qué? El daño ya está hecho. Él sigue jugando y ganando dinero y yo seguramente tenga que retirarme. Es lo que más me fastidia. Que por una jugada absurda, por un calentón, yo tenga que pasar lo que he pasado y acabe teniendo que dejar mi trabajo, aquello por lo que he luchado desde que tenía 15 años. Además, estaba en mi mejor edad. ¿Tenía 27 años cuando me lesioné, joder!», exclama, emocionado. Antes de la despedida, César cuenta que se ha apuntado al cursillo de entrenador y vuelve a sonreír. Es la misma sonrisa de antes. La triste sonrisa del desengaño. «La verdad es que ya empiezo a mirar el fútbol más como espectador que como futbolista. Y no sabes lo que me cuesta. ¿Las ganas que me dan de saltar al campo!».
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