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1867. Caras exterior e interior de la puerta de San Juan, en la calle del mismo nombre, derribada en 1888. /ARCHIVO MUNICIPAL DE SEGOVIA
Abajo la Canaleja,  abajo la muralla
SEGOVIA

Abajo la Canaleja, abajo la muralla

PPLL

Domingo, 7 de enero 2007, 02:51

Domingo, 21 de enero: Proyectos para una nueva eraEl pasadizo que unía la Calle Real con San Millán, protagonista de las conversaciones y de los chismes de la vida cotidiana en los primeros ochenta del siglo XIX, era un túnel de unos diez metros de longitud, con una altura aproximada de dos metros y un ancho de metro y medio. La rampa abovedada tenía dos puertas, una arriba, junto a la puerta de San Martín, y otra abajo que daba a la calle de la Parra (actual Doctor Pichardo), ya en San Millán.

La Canaleja era uno de los lugares más sórdidos de una ciudad miserable, decadente y anclada en el pasado. En su interior se sucedían los atracos y todo tipo de pendencias, especialmente por la noche, debido al pobrísimo alumbrado de las calles. Escribió el periodista Vicente Fernández Berzal en su 'Antología' de 1927 que había que sentirse con ánimos para atravesar el tubo de la Canaleja, «pues el abuso le convirtió en urinario público, y al cruzarle era preciso mirar bien dónde se ponía la planta, y taparse cuidadosamente la nariz para sustraerse a los perfumes que de allí emanaban, y que no eran a ámbar precisamente».

El cronista sabía bien de lo que hablaba. En los periódicos de 1882 el debate está abierto. La prensa presiona para que el Ayuntamiento derribe la Canaleja, dignifique el lugar y construya una escalinata que conecte el arrabal de San Millán con el recinto amurallado. El día 4 de enero de aquel año, el alcalde recibe un escrito en el que más de cien vecinos exigen la desaparición de la Canaleja, que «á su aspecto feo, reúne la circunstancia de ser una bajada incómoda; y lo que es peor, que se halla convertida en letrina con harta frecuencia, exhalando miasma fétidos, que obligan al transeúnte á pasar con ciertas precauciones y á presenciar algunas veces espectáculos repugnantes».

Chistes

En los meses siguientes, la Canaleja se convierte en el blanco de los comentarios jocosos que semanarios como 'La Tempestad' incluyen en sus números. El problema coincidió en el tiempo con la desidia existente en el solar que había dejado en la Plaza Mayor el demolido Mesón Grande (en la manzana que hoy ocupa el teatro Juan Bravo), con lo que estaban garantizados chistes como este: «La otra noche pasé por el solar del Mesón Grande y vi Puedo jurar por mi nombre / y también por San Mauricio, / que junto á un coche vi un hombre / que se hallaba de servicio. / Después noté cierto olor / y prorrumpí en son de queja: / ¿Pues señor, que esto es peor / que la inmunda Canaleja!» ('La Tempestad', 19-3-1882). O el que sigue: «Se parece, no lo dudes, / tu boca á la Canaleja, / pues he notado que huele / igual cerrada que abierta» ('La Tempestad', 30-7-1882).

Polémica

Lo peor de todo es que el proyecto de derribo de la Canaleja pensado por el arquitecto Odriozola preveía la desaparición de las puertas de San Martín -pues eran dos, una interior y otra exterior-, principales accesos a la ciudad amurallada desde la Edad Media. Reseña Miguel Ángel Chaves en su obra 'Arquitectura y Urbanismo en la Ciudad de Segovia' (1998) que las comisiones municipales de Obras y Policía Urbana y después el Pleno del Ayuntamiento dieron el visto bueno a la propuesta de derribo de la Canaleja, para lo cual ni las murallas, ni las puertas de San Martín debían ser impedimento. El informe, aprobado en febrero de 1882, se conserva en el Archivo Municipal.

Lo cierto es que la preocupación por la conservación del patrimonio apenas existió en todo el siglo XIX. Chaves explica que la mentalidad decimonónica no entendía el pasado monumental como memoria histórica necesitada de cuidado, sino como un estorbo físico al progreso imparable de la modernidad. En 1883 la línea de ferrocarril Medina-Segovia estaba construyéndose, y el Ayuntamiento quería reformar y ensanchar las vetustas calles para facilitar el tránsito de carruajes hacia la futura estación.

La Corporación municipal acordó el 11 de julio de 1883 el derribo de los arcos de San Martín después de recibir en propiedad varias puertas de la muralla que estaban en manos del Estado, y el día 27 de julio las obras daban comienzo: «Todos los vecinos, todos, y en particular los más inmediatos á la peligrosa bajada, daban señales de júbilo y manifestaban al que quería oírles, el reconocimiento que guardan hacia el nuevo alcalde á quien deben su salvación si las obras no se interrumpen». El semanario 'La Tempestad' apoyó la iniciativa, lo mismo que 'El Pardillo', pero la polémica estaba servida porque las mentes más cultas e instruidas se levantaron en contra. Ezequiel González, miembro de la Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País, pidió la suspensión del acuerdo municipal argumentando que las puertas tenían valor artístico e histórico -era el lugar donde los reyes, al llegar a Segovia, juraban los fueros de la ciudad antes de entrar en ella-, que el municipio carecía de dinero para emprender la reforma y que el ensanche deseado no iba a ser la panacea.

A la opinión de González se unieron las de Miguel Llovet y Bermejo Arteaga, pero el alcalde, Mariano de la Torre Agero, argumentado razones de utilidad pública, desestimó la propuesta. Revela Antonio Ruiz en un artículo sobre la puerta de San Martín publicado en 1995 en 'Estudios Segovianos' que el regidor contestó en 'El Liberal' a un vecino que solo dieciséis de los doce mil habitantes que tenía Segovia habían recurrido el acuerdo del Ayuntamiento, «postura que va en contra del bien común y en contra de la modernización de la ciudad y la traída del ferrocarril». La demolición era irreversible.

El 26 de agosto, 'La Tempestad' vuelve a defender la acción municipal en un editorial titulado '¿Adelante!', del todo reprobable para la sensibilidad imperante en el siglo XXI: «Bueno fuera que el ayuntamiento, lejos de paralizar las obras de la puerta de San Martín, emprendiera además el derribo de las otras puertas, que no valen seguramente las molestias que al vecindario ocasionan. Y el arco de Santiago, ruinoso desde tanto tiempo hace, y la puerta de San Juan, que impide el ensanche reclamado por la calle del mismo nombre y su continuación, debieran venir al suelo para dar más amplitud á la vía pública, y evitar desgracias que son inminentes mientras subsistan esos 'monumentos cursis'». El Ayuntamiento, en la respuesta que le dio a Ezequiel González unos días antes de la publicación del editorial anterior, dejó claro que «ni el arco es tan histórico y artístico como argumenta el señor González, ni Segovia es tan monumental como las otras ciudades que él señala» (González se había referido a Roma, Mérida o París). Las puertas de San Martín desaparecieron aquel verano de 1883, igual que la fétida Canaleja.

Más derribos

Los postigos del Sol y de la Luna (reconstruidos en la década de 1990) y la puerta de San Juan tuvieron el mismo final. La demolición del arco de San Juan, del que se conservan fotografías de sus caras interior y exterior, tuvo lugar en el invierno de 1888, también de acuerdo con un proyecto de alineación trazado en 1881 por Odriozola. El arquitecto municipal recuperó, no obstante, una vieja idea de un antecesor suyo, Nicomedes Perier, que ya en 1867 propuso el derribo del arco, aunque la Academia de Bellas Artes intervino, y la polémica posterior acabó prolongando la vida de la puerta, según Chaves. Pero en 1888, a punto de entrar en funcionamiento la línea férrea Villalba-Segovia, la existencia del arco resultaba insostenible, máxime cuando se quería establecer un servicio de tranvía entre la Plaza Mayor y la estación. Intelectuales como Lecea o Sáez Romero aplaudieron la medida.

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