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ÁNGEL DEL POZO
Miércoles, 25 de octubre 2006, 02:53
La catedral de Zamora, una de las joyas del románico español, se alza majestuosa contemplando el río Duero desde el promontorio que ocupa en la zona antigua de la ciudad. Esta mole pétrea fue declarada monumento artístico en el año 1889. Por su belleza es conocida como 'la perla del siglo XII'y sus muros albergan sorprendentes leyendas, esconden secretos insondables y ocultan extrañas reliquias sin parangón en la Cristiandad.
Siempre se ha considerado a San Atilano, Obispo de Zamora en el siglo X, como al artífice de instaurar la sede episcopal en la capital castellana; sin embargo, la realidad es que se estableció en 1120. Años más tarde, comenzó el proceso de edificación de la catedral que fue relativamente corto para su época: 23 años transcurrieron desde que se puso la primera piedra en 1151 hasta que se consagró el templo en 1174. Numerosos avatares han transcurrido desde aquella época para que hoy podamos admirar todo su esplendor. Según una leyenda, el mariscal francés Mammut desobedeció las órdenes de José Napoleón I -que dictó que la catedral fuera demolida- para asegurar la fortificación de la ciudad ante la entrada de las tropas portuguesas e inglesas. La respuesta del mariscal no deja lugar a la duda: «Que suspendía el cumplimiento de las ordenes de S. M., pues procuraría el acomodar los medios de defensa, sin tomar esta disposición, por encerrar la catedral uno de los claustros más bellos que había visto».
Una belleza que también podemos admirar en el exterior, donde destaca el bello cimborio, la torre campanario y la portada sur. Esta última es conocida como la Puerta del Obispo: en uno de los cuadrados que se encuentran debajo del nicho -donde está representada la Virgen- asoma una cabeza erosionada por el paso del tiempo y por las pedradas que recibía de los chiquillos zamoranos.
Prodigios asombrosos
Cuenta la leyenda que esa cabeza es la del príncipe moro Ome-Ya-Ben-Moaviah, quien aprovechó la ausencia de Alfonso III para asediar Zamora en julio del año 901. Cuando el Rey se enteró, regresó inmediatamente para ocuparse de la defensa; los musulmanes fueron derrotados y colgó sus cabezas en las almenas y fuertes de la ciudad, quedando la del príncipe en un espacio tan singular. Este día es conocido en la memoria histórica zamorana como 'Día de Zamora' o 'Jornada del Foso'.
Otra versión asegura que la cabeza corresponde al ladrón Diego de Alvarado, que entró en el interior del templo durante las obras para hacerse con los fondos de la construcción. Cuando fue a salir por la ventana esta se estrechó y le aprisionó la cabeza. Un maestro cantero ordenó separar el cuerpo con un hacha y dejar allí la cabeza como escarmiento; la cabeza, con el paso del tiempo, se petrificó, aterrando a todos cuantos se acercaban a ver el prodigio. Leyendas sorprendentes para justificar esta insólita presencia, aunque para prodigios inexplicables los que acaecieron en el interior de la catedral
Las figuras más representativas del interior de la catedral son el Cristo de las Injurias y Nuestra Señora de la Majestad. El Cristo se encuentra en la capilla de San Bernardo y posee un realismo impresionante, hasta el punto de que en el interior de la boca se puede observar la campanilla. Asegura una leyenda que debe su sorprendente nombre a las blasfemias que le dedicaban los musulmanes allá por tierras granadinas, de donde procede. Sobre la Virgen -conocida como 'La Calva' por su prominente frente- se cuenta un hecho extraordinario, que sucedió el 18 de junio de 1811 durante la misa. Un rayo penetró en el interior destrozando numerosos enseres y mobiliario, pero las personas presentes salieron ilesas. Ese día es conocido como 'La Fiesta del Rayo' y recordado cantando 'La Salve'.
Mucho más sorprendente es la reliquia de la Cruz de Carne, en la capilla de Santa Inés. Así la describe Agustín de Rojas Villandrando: «Es una cruz de carne del tamaño de una hostia con que se celebra, y de grueso como medio dedo meñique, y los brazos de cada una de las cuatro partes son iguales; está la carne cecinada, el color leonado, envuelta y cosida en un lienzo antiguo pasado por algunas partes (al parecer) de sangre». Según se asegura en la Tabla ilustrada que se encuentra en la misma capilla, la sorprendente reliquia fue entregada por un ángel a Fray Ruperto, monje de la orden de San Benito, que rogó al Altísimo para que acabase con la peste que asolaba Zamora. Dios le dijo que mientras se conservase este presente la ciudad no padecería mal alguno. Ese mismo día, una vez hubo dado cuenta del milagro, se celebró una procesión por toda la ciudad portando la cruz salvadora. Parece se, que a lo largo del recorrido se fueron produciendo numerosas curaciones espontáneas, y una vez sanados todos los apestados la enfermedad abandonó Zamora. Una reliquia sin parangón en la Cristiandad, pero en la catedral zamorana existen también otras reliquias cuanto menos muy curiosas
El anillo de San Atilano
En una hornacina que se encuentra en la pared del lateral izquierdo de la nave encontramos varias reliquias como un lignum crucis, -trozo de la cruz de Cristo-, restos de una de las once mil vírgenes, pedazos de San Ildefonso y el fémur de San Atilano. De este obispo zamorano se cuenta una enigmática leyenda. Cansado de que sus rogativas no surtieran el efecto deseado para acabar con las calamidades que asolaban Zamora y como creía que el castigo era por su presencia en la ciudad, decidió irse a peregrinar a la ciudad santa de Jerusalén. Cuando salió de Zamora arrojó su anillo episcopal al Duero y le pidió a Dios que se le devolviese cuando mereciera de nuevo el cargo. Tras años de peregrinaje volvió a Zamora en el más riguroso incógnito y con vestimentas andrajosas. Se hospedó en una modesta posada cerca de la capital y ante la falta de medios económicos para sufragar la comida y el hospedaje, se dispuso a ayudar con los quehaceres domésticos. Así, mientras Atilano limpiaba pescado encontró su anillo en el interior de un barbo. Sin duda una señal inequívoca. Quizás lo más curioso es que este anillo -junto al peine y báculo del santo- puede contemplarse en la Iglesia de San Pablo y San Ildefonso en la capital zamorana.
Pero la catedral zamorana esconde más secretos, como la momia de una desconocida Santa Benigna. Se trata del cuerpo momificado de una niña que en documentos antiguos figura como Santa Menina, es decir, Santa Niña. Otro misterio sin resolver es el lugar oculto donde reposan los restos de los comuneros castellanos, que durante cierto tiempo estuvieron en la capilla de San Pablo. Y por supuesto, no hay que olvidarse de las figuras profanas labradas en los asientos del coro con representaciones sorprendentes y de quien cierto estudioso escribió: «Son las esculturas mas obscenas, satíricas y picarescas en su genero, y que rebosan un odio y desprecio contra los frailes y monjes (...)». ¿Alguien da más?
castillaoculta@hotmail.com
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