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Domingo, 3 de septiembre 2006, 03:29
Domingo, 17 de septiembre: La coronación de la FuencislaEsta historia requiere del lector unas buenas dosis de imaginación para visitar un paisaje que ya no existe y que apenas puede intuirse. Situémonos en la hoy calle General Santiago, junto a la oficina del Inem, mirando hacia la Base Mixta, cuyas tapias habrá que derribar con la mente para entrar en la antigua Dehesa y conocerla a fondo, sin prisa pero sin pausa.
La Dehesa de Segovia tenía aquí su vértice norte, pues estaba delimitada por la Casa Grande de Ortiz de Paz (después Regimiento de Artillería), el convento de San Antonio el Real, la carretera de La Granja, el camino de Valdevilla, la estación de ferrocarril y la ermita del Cristo del Mercado. En total, unas veintitrés hectáreas de praderas, arbolado y eras para la trilla regadas por el arroyo Clamores, que descendía desde el puente de Valdevilla en dirección a Cantarranas. A partir del siglo XV se llamó Real Dehesa de Enrique IV, porque el monarca castellano estaba enamorado de esta reserva natural única que podía contemplar desde las ventanas de su casa de campo, luego convento de San Antonio 'el Real'.
A pesar de las construcciones que se fueron levantando desde el siglo XVIII, la Dehesa conservó su belleza hasta bien entrado el XX. Mariano Sáez Romero la describe en su callejero de 1918 cuando menciona el camino de la Maestranza, que partía de la actual calle General Santiago y terminaba en la carretera que une la de La Granja con la de San Rafael (avenida de Juan Carlos I), junto al edificio matriz de la Base Mixta, la llamada Maestranza de Artillería, fundada en 1802: «Es un hermoso sitio, muy poblado de árboles (...) Por este camino, en una bifurcación, se halla la fuente de la Dehesa, en una pintoresca explanada con bancos de piedra para los paseantes, lugar de grata complacencia, en tardes soleadas y calurosas», apunta.
El primer edificio que salpicó el terreno de la Dehesa fue la Casa Laboratorio de Mixtos, obra de Francesco Sabatini, a finales del siglo XVIII. Después se construyó la Maestranza de Artillería (1802), y entre ambas, la plaza de toros (1803). De finales del siglo XIX y principios del XX son el inmueble que albergó las dependencias de la Electricista Segoviana (junto al Espolón), la cárcel provincial, la fábrica Klein y el ventorro de Villa Ángela. El franquismo levantó con posterioridad las viviendas de Larrucea y el cuartel de la Guardia Civil, trazó la avenida de José Antonio y soterró el Clamores. Fueron las últimas intervenciones. Ahora, la transformación urbana que se avecina ha acabado en este mismo 2006 con la Casa de Mixtos y el edificio de la Electricista, dos inmuebles que, a pesar de todo, debieran haber permanecido como testimonio de una época de la que cada vez quedan menos vestigios, máxime cuando la nave de la planta eléctrica fue ideada como estación del tranvía a La Granja que quiso establecerse en 1886 y que nunca llegó a colmo.
En este Campo de la Dehesa en el que confluían nueve vías pecuarias se celebraba a finales de junio la feria de ganados, de gran tradición y prestigio, que congregaba un número elevado de comerciantes, tratantes, chalanes y gitanos que acudían con su ganado caballar procedentes de otros pueblos y provincias. La feria, anterior a Enrique IV y con vigencia hasta la segunda mitad del siglo pasado, formaba parte del programa de festejos de San Juan y San Pedro. El Ayuntamiento ponía a disposición de los comerciantes pastos gratuitos en varias cercas. José Losáñez lo describe en 1861: «Vense allí mezclados el atezado gitano con el lujoso caballero. Uno haciendo volar un moribundo rocín, otro trocando una cabalgadura semisecular por otra medio derrengada y regateando si ha ser dos pesetas o cuatro cuartos el precio nivelador de la diferencia». Y continúa: «Los valencianos que venden horchata de trufas; los pilluelos que corren y juegan, y se apedrean, y a veces rompen la cabeza al más pacífico transeúnte; los ciegos, los tullidos que con un brazo seco o una pierna al hombro atormentan los oídos de feriantes y espectadores La Dehesa en aquellos días no es una parte de Segovia , es una liorna, es un babel, es un infierno».
Chamberí
El vértice sureste de la Dehesa, en los altos de la misma, se conoce de antiguo por el apelativo de 'Chamberí'. Así se llamó el ventorro que hasta hace pocos años hubo junto a la carretera de La Granja, y así ha llegado a nuestros días, aunque cada son menos los que lo utilizan. Se desconoce el origen de tan singular denominación, si bien pudo ser el mismo que el del Chamberí de Madrid, quizá relacionado con la patria chica de la adolescente reina María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V, nacida en Chambèry (Francia). Sáez subraya que, al igual que el Chamberí madrileño y el Chambèry francés, el de Segovia es un lugar alto, elevado y dominante donde, en el año 1901, se hicieron las primeras plantaciones promovidas por la Fiesta del Árbol.
En Chamberí también tuvo la Gimnástica Segoviana su primer campo de fútbol, inaugurado en junio de 1932. Emocionantes fueron en la etapa republicana los duelos entre el equipo 'chamberilero' y el también segoviano Racing Club, que disponía de un rectángulo de juego en las traseras del ventorro Jauja, en la otra punta de la Dehesa. Después de la guerra, el 'stadium' de Chamberí fue destinado a parque de automóviles y maquinaria.
Los toros
«-¿Qué haces aquí? ¿No entras á ver la corrida?
-Sí; estoy esperando á mi mujer y á su primo, que vienen solos en un coche.
-¿Cuernos! ¿Solos en un coche?
-Veníamos los tres, pero yo me he adelantado con el objeto de tomar las entradas. Ya ves, hay que obsequiar al primo, porque es un joven muy amable, y además todos los días la está haciendo regalos á mi mujer.
-¿Y te gustan a ti las corridas?
-Muchísimo; sobre todo, la suerte de 'recibir', me encanta. Pero allí viene el coche; hasta después.
-'Asta' luego, Márcos».
Dice el cronista de 'La Tempestad' que este comentario es un diálogo «tomado al vuelo» desde la Plaza Mayor a la de toros en los prolegómenos del festejo taurino de las Ferias y Fiestas del año 1882. Con la sorna que caracteriza el semanario joco-satírico, el periodista encabeza el relato de una tarde de toros vivida con intensidad. Solo tres años después, en 1885, los carteles anuncian la participación del mítico Lagartijo en la corrida del 16 de junio; la plaza de toros de la Dehesa se dispone a vivir una larguísima etapa de esplendor en la que pasarán todas las figuras del toreo: Lagartijo, Frascuelo, Lagartijillo, Cocherito de Bilbao, Joselito, Belmonte, Marcial Lalanda, El Niño de la Palma, Victoriano de la Serna, Manolete
Los toros fueron el gran entretenimiento de los segovianos que vivieron a caballo entre el XIX y el XX. La España de Mérimée estaba todavía muy viva, pero para entonces el coso taurino segoviano ya acumulaba a sus espaldas una trayectoria de casi cien años. Sáez Romero asegura que la plaza de toros empezó a construirse en el año 1802, a iniciativa de la Sociedad Económica de Amigos del País, que gozaba del privilegio de organizar corridas para sufragar obras de embellecimiento de la ciudad. Aunque los trabajos comenzaron, nunca terminaron, pues solo se levantaron las paredes del recinto.
La edificación del coso conllevó el traslado de las corridas de toros enmaromados que tenían lugar en la Plaza Mayor; no obstante, a lo largo del XIX siguieron celebrándose festejos de este tipo frente al Ayuntamiento, especialmente con motivo de un acontecimiento político o de la visita de algún miembro de la familia real. Relata Mariano Sáez que la Plaza Mayor se cerraba con tablas, carros y asientos voladizos, y ya con el alcalde y la autoridad en el balcón del Consistorio, se daba la señal de comienzo. Al toro se le sacaba por la calle Toril, hoy San Frutos, y se le ataba a un poste de madera que había en el centro de la plaza. Poco antes de iniciarse la fiesta, el ruedo se llenaba de aficionados, que se dedicaban a increpar al astado. Los que tenían cogida la cuerda la aflojaban para que el animal siguiese a los espontáneos que se acercaban; cuando iba a embestir o había peligro, tiraban fuertemente de la maroma para evitar el daño, lo que no siempre se conseguía; el delirio popular, eso sí, estaba garantizado. Las corridas de este tipo tuvieron todavía mucho éxito en el tercer tercio del siglo, según el periodista Vicente Fernández Berzal. La última se celebró en 1888, tras la canonización del beato Alfonso Rodríguez.
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