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SORAYA DE LAS SÍAS
Domingo, 20 de agosto 2006, 02:40
Federico Acitores Cabezudo aprendió a tocar el órgano ibérico cuando estudiaba en el seminario de Valladolid. Entusiasmado por el engranaje que se escondía detrás de aquella mole de madera y tubos de la que salían aquellos acordes y melodías, asegura que su interés por el instrumento fue a más, hasta el punto de trasladarse a un pequeño pueblo de Barcelona, Collbató, a los pies de Montserrat. Allí llega como alumno del maestro Gabriel Blancafort, que durante cinco años le contagia su pasión por el órgano y le enseña los entresijos de su funcionamiento.
Aprendida la lección, Federico siente la necesidad de reencontrarse con sus raíces, con el fervor de la Virgen de Valdesalce o la tradición de los encierros taurinos de San Roque, y regresa a su localidad natal: Torquemada. Apuesta por este rincón cerrateño para fundar su propio taller de organería, para instalarse en un modesto local, donde comienza a recibir los pedidos y encargos de iglesias y monasterios que quieren recuperar joyas de siglos anteriores, anquilosadas por el desuso o la expoliación.
A medida que el negocio prospera, las instalaciones se van quedando pequeñas y se traslada a una nave del polígono industrial, con amplios espacios y nueva maquinaria que le sirven para otorgar otro rumbo al negocio. «Se podría decir que somos una empresa familiar, quince artesanos que han aprendido aquí el oficio compaginando su trabajo para fabricar todas las piezas del instrumento, puesto que somos uno de los pocos talleres donde los órganos son construidos íntegramente», señala Federico Acitores, que lamenta que el oficio carezca del respaldo de las instituciones a la hora de poner en marcha ciclos formativos o estudios especializados que ayuden a mantenerlo de cara al mañana. «La situación ahora puede ser favorable, pero hay que pensar en el futuro. En Francia o Alemania existe una rama de Formación Profesional específica donde los alumnos realizan prácticas y aprenden con un maestro a fabricar y restaurar viejos instrumentos. Pero no es de extrañar que esto suceda en esta zona de Europa, ya que la mayor concentración de órganos del mundo está en Alsacia, donde la cultura musical se vive de forma muy diferente a España», explica.
A pesar de las dificultades que imprime ser prácticamente autodidacta, el trabajo no falta. Templos religiosos, conservatorios de música y particulares siguen demandando órganos ibéricos al taller Acitores. «El órgano más grande que hemos construido ha sido el del santuario de Gemma en Barcelona, con tres teclados, 3.000 tubos, nueves metros de altura, 12.000 kilos de peso y cerca de medio millón de euros de presupuesto», detalla.
Las cifras dan una clara idea de la laboriosidad que entraña su fabricación, para la que han sido necesarios dos años de trabajo y más de cuatro meses para su montaje definitivo en el templo. «Se fabrica en el taller, se colocan todas las piezas y se afina. Se desmonta, se embala y se transporta con sumo cuidado», apunta el maestro, que ironiza sobre cuál es la parte más costosa y difícil del proceso. «Después de veinte años, ya no sé si es más complicado dibujar los secretos -la caja donde van colocados los tubos-, estar pendiente de todo el montaje o pensar en el diseño del órgano en función del entorno y del cliente. Creo que me inclino por lo último, paro lo que cuento con la ayuda de mi mujer, Ana de la Cruz».
Lo que sí parece tener seguro es que ha merecido la pena apostar por su tierra, por Torquemada, a la que algunos entusiastas de la música empiezan a conocer no solo por su tradición de pimientos, sino por ese taller artesanal en el que se taladra madera, se dibujan secretos y se afinan tubos para devolver a numerosos templos, santuarios y conservatorios la magia armónica de siglos pasados. Próximo pueblo: Hornillos de Cerrato
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