Como a Augusto Monterroso con su dinosaurio, al despertar los paraísos seguían ahí. Esperándonos. En realidad no se han movido nunca. Y, a pesar de las restricciones, los cuatro escenarios que aquí presentamos han seguido burlando el enclaustramiento durante todos estos largos meses. La ... Costa del Azahar, con su capital Peñíscola; la siempre cercana cornisa cantábrica y su modernista Comillas; la magia de Lanzarote y su 'satélite', la contigua isla de La Graciosa; el paisaje desértico, casi lunar, del Cabo de Gata.
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Los tópicos y los vademécum que manejan la agencias de viajes aseguran que el castellano busca en su tiempo de ocio todo lo que no tiene en la Meseta. Básicamente disfrutar del sol, tal vez un buen chiringuito en el que dejarse mecer por el runrún de las olas, mientras maldice tener ese sonido a no menos de 300 kilómetros de casa el resto del año. Y por eso, no suele darle pereza alguna el ir a buscarlo cuando tiene ocasión.
La primavera asoma. Y, con la llegada del verano y del calor, se multiplican también las ganas de volver a esos escenarios en los que todos hemos sido felices muchas veces. Añoranza de vivencias que la mayoría descartaron, muy a su pesar, en 2020, el año en el que nos robaron demasiadas cosas. Puede que a algunos amantes de estos parajes les dé todavía algún reparo sacar las maletas del arcón y pensar en hacer una reserva para las próximas semanas. La nueva vida que ha traído el coronavirus también exige otras formas de distrutar del ocio. Pero en estos cuatro escenarios nunca se encontrarán con playas 'estabuladas' o trozos de arena gestionados por metros cuadrados.
Quizás las palabras del presidente de la Agrupación de Empresarios Turísticos de Peñíscola, Francisco J. Ribera, hablen también por el resto: «Nada, o casi nada, volverá a ser igual que antes de esta pandemia. Lo oímos decir por doquier. Será difícil que cuando todo esto pase, podamos dejar atrás los cambios a los que nos hemos visto obligados a adaptarnos. Pero si hay algo que sí tengo claro, lo que esta pandemia no logrará, será que perdamos nuestro interés y las ganas por disfrutar siempre que podamos de unas merecidas vacaciones o de una simple escapada aprovechando cualquier puente. La pregunta que muchos entonces se plantearán es ¿A dónde?».
De momento, a estos cuatro puntos cardinales. Podrían ser otros muchos. Los castellanos gustan también de perderse por Galicia, Asturias, el resto del Levante, las Baleares o la costa atlántica andaluza. Importa poco el destino.
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El color rojo intenso de las paredes de una típica casa montañesa del siglo XIX destaca en el coqueto cogollo del centro de Comillas. El hotel Marina de Campíos es el proyecto vital de una familia vallisoletana, los hermanos Pedro y Jaime Mateu, homenaje a una madre de la tierra y a una infancia en la que la amplia saga del clan se desparramaba por las calles y playas de escenario tan señorial. Pioneros del turismo vallisoletano en una zona que hoy es destino habitual de sus paisanos, bajo el espíritu materno de pertenencia al lugar surgió la idea de adquirir la casa y hacer un proyecto de hotel. «Este año cumplimos 20 años –se enorgullece Jaime Mateu–. Fue un espacio que tratamos de diseñar con gusto para diferenciarnos en una villa con clase pero a la que le faltaban hoteles singulares».
No le falta razón. Hay una amplia oferta en esta localidad en la que puede disfrutarse de algunas de las mejores propuestas modernistas del arquitecto Antonio Gaudí (el Capricho, el palacio de Sobrellano o la Universidad Pontificia) o su omnipresente cementerio gótico, presidido por un sobrecogedor Ángel Exterminador, y obra de otro arquitecto aventajado del modernismo catalán como fue Lluís Domènech i Montaner. Pero no hay apenas hoteles con encanto como este Marina de Campíos, que ha hecho un esfuerzo por mejorar su calidez, que incluye una terraza, 'El jardín del Turco', en el que los Mateu anuncian que «sonará el piano bar en esta temporada», que ya se anuncia.
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Cuando se pregunta sus porqués a estos hosteleros, la palabra que más repiten es «paraíso». Y además por partida doble, ya que a la oferta de playas se añade la cercana montaña de los Picos de Europa. Una de las imágenes que quedan grabadas en la retina de la mayoría de los visitantes se produce cuando levantan la vista desde cualquier playa cercana y ven como telón de fondo los intimidantes 'dientes de sierra' de la montaña. Toda Cantabria en un 'click'.
Gran parte de esta región es un parque natural. A 600 metros del Marina de Campíos está la doméstica playa de Comillas. A apenas tres kilómetros se sitúa el parque natural de Oyambre, con su gran playa, una media luna de más de tres kilómetros, cuya terraza-bar 'El Pájaro Amarillo', rinde homenaje a una gran aventura. La de cuatro aviadores que, en junio de 1929 aterrizaron de emergencia en Oyambre en un trayecto Nueva York-París. No les alcanzó el combustible debido al peso añadido del primer polizón de la historia. En el Archivo Histórico de Comillas se custodian imágenes del gentío de lugareños que se acercaron a conocer un aterrizaje que les situó en los anales de la aviación.
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Comillas puede ser la puerta de entrada a múltiples sensaciones que tienen a la naturaleza como aliada. Playas y acantilados que se desparraman hacia la cercana San Vicente de la Barquera. Áreas de montaña en los parques y valles del Saja, Nansa, antesala de losPicos. Treking, bicicleta, senderismo, surf, submarinismo... «Lo difícil de esta ilimitada oferta es elegir», reconoce Jaime Mateu, practicante activo de varias de ellas.
Por si faltaba algo, la oferta cultural se completa con el Camino de Santiago (costero) o el Lebaniego, que cruzan la villa. Y pueblos que son museos en sí mismas como Santillana del Mar. Sin olvidar que en la cercana Altamira y sus cuevas (Museo Nacional) está la capilla sixtina del arte rupestre. Demasiado para un solo viaje. Un paraíso lo bastante cercano como para disfrutarlo en cómodos plazos.
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Peñíscola presume de ser uno de los destinos de turismo familiar que con mayor determinación se preparó durante el primer estado de alarma para aquello de la 'nueva normalidad'. «Nadie titubeó en adaptar la seguridad de sus instalaciones y de su personal conforme a los protocolos establecidos, buscando además en las certificaciones una garantía de calidad y seguridad», presume el presidente de su Agrupación de Empresarios Turísticos y director del Gran Hotel Peñíscola, Francisco J. Ribera. ¿El resultado? El 95% de la oferta estuvo disponible en el atípico verano 2020.
A los pies del promontorio que domina el Castillo del Papa Luna, el hermoso casco histórico de la capital de la Costa del Azahar, es el mejor mirador para sus 10 kilómetros de playa, certificados con Bandera Azul. El 90% de su oferta ha sido reformada en los últimos 5 años. Esos enormes arenales garantizan «espacios abiertos y la escasa masificación que evita adoptar medidas drásticas de control de aforos», insiste Ribera. Para completar a esta naturaleza, se pueden disfrutar las nuevas marcas gastronómicas 'Castellón Ruta de Sabor' o 'L' Exquisit Mediterrani', en los que el producto local y de proximidad son las estrellas en cada plato.
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El Palacio de Congresos y el propio Castillo Templario del Papa Luna volverán a acoger esta temporada multitud de eventos escénicos y musicales de toda índole, consolidados y reforzados a partir de este 2021 por la reciente adhesión de Peñíscola al Circuito Cultural del Instituto Valenciano de la Cultura, y que permitirá disfrutar de nuevos festivales y espectáculos. Los Museos Municipales, como el Museo del Mar, seguirán acogiendo a pleno rendimiento y con cita previa. Sin olvidar las iniciativas privadas, como el Museo de la Magia (Magic Museum) auspiciado por el conocido ilusionista Yunke y que desde hace cuatro años se instaló en pleno casco antiguo del proyecto Ciudad en el Mar.
En cuanto al ocio nocturno, la gran mayoría de establecimientos han reconvertido su actividad en simples bares con amplias terrazas, de funcionamiento diurno, y amenización 'lounge', lo que permitirá al visitante poder seguir disfrutando de una copa en ambientes tranquilos, en los que ha primado por encima de todo una selecta oferta de coctelería o sorprendentes cartas de combinados.
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Este privilegiado mirador se completa con una amplia oferta de actividades por la naturaleza, como senderismo o rutas ciclo-turísticas, que ponen un poco más de relieve en su patrimonio paisajístico. Ahí esperan la Marjal de Peñíscola, o el Parque Natural de la Sierra de Irta. Antesala del sorprendente interior montañoso de Castellón. Lo más parecido a una 'Cantabria' mediterránea y que puede visitarse a escasos kilómetros.
Cada vez es más difícil estar en un lugar donde no haya nadie. Pero aún siguen al alcance algunos que no están masificados y ofrecen espacios aireados. Almería y su Cabo de Gata es uno de ellos. Un auténtico parque de atracciones de la diversidad, dentro de un ambiente de escenarios abiertos, casi desnudos y sin edificios de más de dos plantas. La punta más oriental del país está acostumbrada a reinventarse. Hace 50 años era la provincia más pobre de la comunidad más deprimida. Una puerta abierta al avance del desierto en la que solo había reparado Sergio Leone para poner a Lee van Cleef y a Clint Eastwood a cabalgar por Tabernas como si fuera el desierto de Nuevo México. Nacían los 'spaguetti western'.
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La siguiente revolución vino de la tierra. Níjar, municipio al que pertenece Cabo de Gata, empezó a experimentar con la agricultura ecológica. Hoy, sus 2.000 hectáreas la convierten en la primera potencia de productos ecológicos de Europa. Y la tercera revolución vino de la gestión del territorio, convertido hoy en un parque natural en el que poner el 'termómetro' a la gestión sostenible de los recursos.
Toda esta evolución impregna la historia de la familia de Paco García, presidente de la Asociación de Hosteleros del Cabo de Gata. Abandonó una brillante carrera como ejecutivo de ventas en el sector del automóvil para volver al negocio familiar de hostelería en San José, capital del Cabo de Gata, y liderar a una nueva generación de profesionales con «una visión nueva que nos ha removido a todos. Y con la que vamos a tratar de poner orden en el territorio», explica. García es el promotor de ConfortySabor, el proyecto más ambicioso del Cabo de Gata, en el que su familia reunió un hotel (MC San José), alojamientos (Hostal del Cabo), una casa de lujo (Villa Singular) y un restaurante (Casa Pepe). Y a los que ahora se añadirá una finca-cortijo típica de la zona (Maltés del Fraile) que quieren convertir en referencia para eventos familiares, sociales y empresariales.
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Estos nuevos profesionales apuestan por «un turismo con identidad muy local, con una gastronomía muy apegada a la tierra» y centrada en los clientes nacionales, que son mayoría. Cabo de Gata fue uno de los destinos que menos sufrió el parón de la temporada 2020. Y todos llegaron atraídos por sus paisajes, playas y pueblos, huérfanos de excesos, cuya fotografía es para Paco «una suma de cumbres volcánicas en las que el sol, tras rozar el mar, se reflejan en sus paredes creando una irreal burbuja de luz».
En la zona están esperando a esos turistas del 'menos es más'. Incluso en el silencio desnudo del único desierto peninsular hay mucho donde elegir. Desde aquellos que buscan playas como las de Mosúl, los Genoveses... a pueblos como Rodalquilar cuya mina vivió su particular quimera del oro y hoy reúne a artistas e intelectuales que defienden su legado. Pero también el hipismo de Las Negras o el toque elitista de Agua Amarga.
Pero, si hay una fotografía que suele ganar todas las quinielas de 'mi rincón favorito' (también la de Paco García y la de quien suscribe este texto) es la de La Isleta del Moro. Atrévanse algún día a ponerle también su propia equis.
Todo el sector hotelero sabe que solo sobrevivirán aquellos negocios que generen la máxima confianza entre sus clientes. Una característica que une a estos cuatro destinos es que han logrado sortear, con un impacto muy inferior a la media, las restricciones sanitarias en la temporada 2020. Eso augura un 2021 de progresiva conquista de la normalidad. Pero seguirá basándose en un refuerzo de esas garantías sanitarias, con medidas como las que siguen:
Prevención
La mayoría de estos hoteles ofrecen kits de prevención en sus habitaciones (mascarillas, geles, guantes, toallitas), además de la posibilidad de hacer auto check-in (operaciones de registro sin necesidad de contacto físico).
Limpieza
Desde la limpieza constante de filtros de los aires acondicionados, a la reducción de textiles y su lavado a más de 70ºC, a la protección de mantas y almohadas en armarios o la revisión constante de toda superficie de contacto (pomos, griferías, lámparas, perchas, secadores de pelo...)
Tecnología
Hoteles como el Marina de Campíos han invertido en domótica, máquinas de ozono, sistemas de desinfección.
Formación del personal
Los hoteles han sometido a su personal a cursos en desinfección de la covid-19 como el que organizó la Asociación Nacional Española de Empresas de Sanidad Ambiental. Además de intensificar los turnos de atención y medidas de desinfección en las habitaciones y espacios comunes.
Cuidado y atención del entorno
El esfuerzo por transmitir seguridad no se ha limitado a los alojamientos. Peñíscola mantiene una plantilla de 50 informadores que, por turnos, orientan a los visitantes sobre medidas sanitarias a lo largo de sus 10 kilómetros de playas.
«Lo nuestro con el Palacio Ico fue un flechazo. Conocimos este edificio en nuestros primeros viajes a Lanzarote en 2005. Desde ese momento, todos los años veníamos de vacaciones a la isla para disfrutarla, normalmente en la espectacular playa de Famara, y siempre visitábamos este edificio, atraídos por su belleza. Por entonces, el palacio era una tienda de mobiliario asiático cuyo patio se podía visitar. Un día decidimos que la rutina en Madrid nos estaba exprimiendo y, aunque Madrid nos encanta y siempre que podemos volvemos, necesitábamos tomar decisiones. Al ver lo rápido que crecía nuestra hija, nos apetecía dar un cambio de vida para que ella pudiera disfrutar al aire libre el mayor tiempo posible. Es así como empezó nuestra búsqueda del lugar idóneo en el que empezar nuestra nueva vida. Como apasionados viajeros que somos, recorrimos el mundo, de Australia a Costa Rica, en busca de nuestro nuevo hogar, pero no encontrábamos lo que buscábamos. Finalmente decidimos probar en Lanzarote, esa isla que nos fascinaba y a la que siempre volvíamos».
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Nadie mejor que el resumen vital de los hosteleros salmantinos Eduardo Riera y su mujer Sonsoles, para explicar lo que se esconde en el hotel Palacio Ico, en Teguise (Lanzarote). Algo tuvieron que ver para darse cuenta de que ese iba a ser su lugar en el mundo, después de recorrer literalmente el globo en busca de ese sueño. Este luminoso palacio de 1690, situado en el centro de la colonial Teguise, fue comprado hace 40 años por la artista suiza Heidi Bucher. Entonces era una ruina de 800 metros cuadrados. Lo arregló a su estilo y, tras su muerte, su hijo y empresario, Índigo Bucher, lo puso al servicio del proyecto de Eduardo y Sonsoles.
El Hotel Palacio Ico, «mantiene toda su esencia impregnada del alma artística de Heidi», recuerda Riera. A finales de 2017 abrió las puertas. Desde entonces tratan de que sea un lugar emblemático, «no sólo por su belleza y el respeto a los espacios originales, sino por ser un lugar de referencia artística y cultural». César Manrique, el artista lanzaroteño más internacional, incluyó en 1973 este inmueble en su obra 'Lanzarote, arquitectura inédita'.
Y, del resto de la isla, ¿qué decir? Punta del Papagayo, el Parque de Timanfaya, los Jameos del Agua manriqueños o ese 'satélite' cercano de la isla Graciosa. No solo Enrique y Sonsoles encontraron su lugar en el mundo. Cuando José Saramago huyó del mundanal ruido, también lo encontró aquí. Y a Pedro Almodóvar le cambió su forma de ver el color en su cine porque «nunca había visto colores tan dramáticos en la naturaleza». Aunque visitar Lanzarote es cualquier cosa menos un drama.
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