El desfiladero de Pancorbo, paso obligado durante siglos entre la meseta castellana y la llanada alavesa, se erige como un lugar ideal para establecer un sistema defensivo. Y es que, cualquiera que quiera atravesar la zona, debe hacerlo siguiendo el curso del río Oroncillo, quedando a merced de cualquier ataque lanzado desde los farallones que circundan el desfiladero. Así lo entendieron nuestros antiguos y así lo corroboró el ministro de la Guerra, que en 1793 ordenó levantar en el sector occidental del desfiladero el fuerte de Santa Engracia, un lugar ideal para visitar con la familia y disfrutar al mismo tiempo de la naturaleza y la historia.
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Ya el propio desfiladero de Pancorbo es un reclamo en sí mismo. La belleza del entorno es innegable y son numerosas las rutas que recorren la zona, algunas de las cuales tienen las ruinas de la fortaleza como destino.
Quizá, la más accesible de todas ellas, pero no por ello la menos espectacular, nace del mismo núcleo urbano de Pancorbo, enfilando un camino asfaltado que parte rumbo noreste salvando un desnivel por momentos muy importante. Tras dejar a un lado un mirador con fantásticas vistas, tanto del desfiladero como del valle de Miranda, el trazado continúa en dirección norte hasta que acaba el camino asfaltado y comienza un sendero que accede directamente a la fortaleza. También se puede alcanzar ese punto ascendiendo de manera directa desde el pueblo, pero en este caso, el camino es mucho más empinado y exigente.
En todo caso, una vez arriba se nos desvela el gran secreto. Allí, bailando con la caprichosa orografía del terreno, se alzan las ruinas de una fortaleza con mayúsculas, dotada en su día de todo lo necesario para defender la plaza en tiempos de guerra. Unas ruinas que a lo largo de las últimas décadas han sido consolidadas y puestas en valor, con la creación de senderos y la instalación de numerosos paneles informativos que permiten al viajero hacerse una idea de la imagen que ofrecía el complejo.
Y es que, lo que hoy se puede ver no es sino una pequeña sombra de lo que fue en su día la fortaleza, uno de los grandes bastiones defensivos del norte peninsular en los siglos XVIII y XVIII.
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Su existencia se remonta a principios de la década de 1790. En aquel momento, España miraba de reojo a Francia, envuelta como estaba en un proceso revolucionario que amenazaba con propagar su mecha por toda Europa. Ese temor hizo que el Ministerio de Guerra ordenara en 1793 la construcción de una fortaleza en Pancorbo, situada frente al antiguo castillo Santa María. Un año después arrancaron unas obras tan ambiciosas como complejas que se prolongaron durante tres años, dando como resultado una plaza fuerte. Muy fuerte.
No en vano, el complejo contaba con todo lo necesario para aguantar un asedio durante meses: polvorín, cocina, establos, aljibes, almacenes y una innumerable lista de instalaciones proyectadas para acoger hasta 3.575 personas en su interior.
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