Burgos es sinónimo de patrimonio, naturaleza, gastronomía, vinos e historia; pero también lo es de minería. O al menos lo fue durante mucho tiempo. No en vano, son muchas las explotaciones mineras que durante años marcaron el devenir económico de varias zonas de la provincia, ... que hoy intentan revivir el legado histórico que dejaron tras de sí. Ese es el caso de la comarca de Juarros, que durante más de un siglo latió al ritmo de los picos, las palas y los carros y que ahora ofrece una ruta perfecta para hacer en familia.
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A pesar de que la historia de la minería en esa zona se remonta muchos siglos, lo cierto es que la explotación de minas fue siempre puntual y desordenada hasta la década de 1840. A partir de entonces, varias empresas, en su mayoría con capital extranjero, comenzaron a sondear y explotar de manera sistemática las diferentes vetas de carbón localizadas y se levantó toda una infraestructura a su alrededor para hacerlas rentables. Lo fueron, por cierto, durante algún tiempo.
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Sin embargo, la dificultad para transportar el material (nunca se construyó un ferrocarril) y la competencia de otros territorios hicieron que la actividad minera de Juarros fuera decayendo a partir de los años 20' del siglo pasado. Aún así, las últimas minas echaron el cierre definitivo en los 70', dejando tras de sí un interesante patrimonio industrial del que hoy puede disfrutarse siguiendo el sendero minero, una ruta circular de apenas diez kilómetros que aúna naturaleza e historia minera.
El sendero, que coincide con el PR-BU-56, parte de la localidad de San Adrián de Juarros y llega hasta Brieva, dos pequeños pueblos que en el siglo XIX confiaban en la todavía floreciente industria minera.
Apenas se sale de San Adrián, en el horizonte se dibuja la torre del pozo de San Ignacio, que se pasará por alto. Ya habrá tiempo de disfrutar de su historia en el camino de regreso. Y es que, el camino de ida se desvía enseguida hacia el sureste, por un sendero cómodo y bien señalizado. No se tarda mucho en encontrar la mina del Conde, primero de los restos de la industria minera. Se encuentra algo apartada del camino, y su boca fue cegada tiempo atrás con una enorme losa de hormigón. Allí, varios paneles cuentan la historia de la mina antes de que el camino se abra de lleno hacia un prado en el que las vacas suelen pastar con parsimonia, ajenas al paso del tiempo.
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Tras atravesar el prado, el camino se dirige hacia el valle del Solachón, que conecta directamente con Brieva. Antes, eso sí, hay una parada obligada en el mirador que se erige sobre el valle. Arranca entonces un descenso que busca el curso del río, a cuya vera aparecen nuevos vestigios de la historia minera de la comarca. En apenas un puñado de metros, y en mitad de un fastuoso robledal, se erigen las bocaminas del Traversal y de la mina Esmeralda. Muy cerca de allí también se encuentra el antiguo molino de Brieva y, más allá la pequeña, pero coqueta, ermita de las Nieves, un templo del siglo XVIII que marca la entrada al pueblo en compañía de la surgencia de agua que brota del subsuelo para conectar con el Solechón.
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Tras un merecido alto en la localidad de Brieva, arranca el camino de regreso a San Adrián, que se dirigirá hacia el noroeste siguiendo el curso del arroyo de Salgüero en busca de una antigua calera, utilizada durante décadas para obtener cal. Poco tardará el paseante en encontrar los restos de la mina Armonita antes de que el camino vire de nuevo hacia el sur y comience a picar hacia arriba. Superada la parte más exigente -que no lo es mucho-, aparecen los pozos de la mina Escalera y de San Lorenzo, cegados con una enorme losa de hormigón. Un poco más allá se divisa la escombrera de la antigua mina El Buey, penúltima parada del sendero minero.
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La última es el pozo de San Ignacio, quizá el resto minero más espectacular. No en vano, es una de las pocas minas que aún conservan parte de la maquinaria utilizada antaño para explotar las minas. La torre que se eleva sobre la bocamina marca el perfil en el horizonte y da muestra del potencial que llegó a tener la explotación del subsuelo de Juarros. Desde allí se otea ya San Adrián, punto final de una de las rutas más interesantes de los alrededores de la capital provincial.
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