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Daoiz, Velarde y el cincel de MarinasEl escultor de San Millán
Daoiz, Velarde y  el cincel de MarinasEl escultor  de San Millán
SEGOVIA

Daoiz, Velarde y el cincel de MarinasEl escultor de San Millán

C. A.

Domingo, 30 de abril 2006, 02:00

El retrato de Aniceto Marinas (1866-1953) apareció en la portada de EL NORTE el 16 de julio de 1910, el día después de la inauguración del monumento a los héroes. Una crónica de José Rodao ensalza en el diario las virtudes del escultor de talla internacional nacido en el barrio de San Millán de Segovia y autor de numerosas estatuas urbanas.Recientes todavía los sucesos del 2 de mayo de 1808 en Madrid y las muertes de los artilleros Luis Daoiz y Pedro Velarde en la defensa de la capital frente a la invasión napoleónica, las Cortes de Cádiz decretaron en 1812 que junto al Alcázar de Segovia, entonces sede del Real Colegio de Artillería, debería erigirse un monumento que perpetuara la memoria de los dos capitanes. Pero el siglo XIX no fue muy propicio: guerras civiles, conflictos coloniales, sucesivos cambios de régimen, un incendio en el Alcázar Cien años pasaron hasta que los propios artilleros decidieron retomar el compromiso con motivo del primer centenario de la gesta, recién subido al trono Alfonso XIII y en un periodo de aparente estabilidad tras la pérdida de las últimas posesiones de ultramar.

Los fastos de la efemérides tuvieron lugar en torno al 2 de mayo de 1908. La colaboración entre el Cuerpo de Artillería y el Ayuntamiento de Madrid permitió la celebración de una serie de actos castrenses y religiosos que sirvieron para rescatar la memoria de la guerra de la Independencia. La organización no dejó de lado lo acordado para Segovia casi un siglo antes y encargó al escultor Aniceto Marinas la elaboración del monumento a los recordados héroes. El 6 de mayo, el Rey Alfonso XIII colocaba la primera piedra en la plazuela que el Ayuntamiento segoviano acababa de dedicar a su esposa, la Reina Victoria Eugenia, con motivo de su boda dos años antes.

La ciudad vivió aquel día una jornada muy intensa. El monarca llegó en tren acompañado del el presidente del Gobierno, Antonio Maura, el ministro de la Guerra y toda la cúpula militar, y entró en el recinto del Alcázar aclamado por la multitud, según 'La Correspondencia Militar'. Tras poner la primera piedra del futuro mausoleo, el Rey descubrió las lápidas que transformaron las calles de la Canonjía Nueva y Vieja en Daoiz y Velarde, así llamadas en lo sucesivo. Todo, pues, tiene su explicación y su origen.

Pero Alfonso XIII traía una buena nueva debajo del brazo. El Estado asumió la promesa de devolver al Cuerpo de Artillería el Alcázar recién restaurado que perdiera tras el incendio de 1862 y el soberano aprovechó el ágape que los artilleros ofrecieron en la Academia para comunicarles la decisión. Los aplausos y los vivas apenas dejaron escuchar sus últimas palabras: «Estoy seguro de que todos gritaréis conmigo: ¿Viva España!», concluyó.

Según Quirós Montero, el contrato con Marinas se firmó en enero de 1909. El Ministerio de la Guerra liberó 80.000 pesetas para pagar al escultor, que ya era académico de Bellas Artes, y le hizo entrega de 32 toneladas de bronce como materia prima. El Ayuntamiento y la Diputación Provincial también colaboraron con aportaciones propias.

Mientras, se convocó un concurso para la construcción de los dos cuerpos sobre los que debía apoyarse la estatua, el primero de sillería de granito y el segundo de piedra, obra que se adjudicó a Toribio García de Andrés porque presentó la oferta más ventajosa: 68 pesetas el metro lineal de zócalo y 29 pesetas el metro de peldaño, tal y como consta en el Archivo Municipal. Curiosamente, en el momento de iniciarse la cimentación aparecieron varias sepulturas en el subsuelo, con toda seguridad correspondientes a la cripta de la antigua Catedral de Santa María, emplazada en ese mismo lugar.

El gran día

El cincel de Aniceto Marinas trabajó sin descanso durante todo el año de 1909 y parte del 1910. Finalmente, el monumento a Daoiz y Velarde fue colocado sobre el basamento realizado por Toribio García trece días antes de la inauguración, prevista para el 15 de julio de 1910. El propio Marinas dirigió la instalación de la escultura que refleja los episodios más sobresalientes ocurridos en 1808 en la defensa del parque de Monteleón: Luis Daoiz, al pie de un cañón, trata de rechazar al enemigo; junto a la puerta del parque aparece Velarde, ya herido de muerte, y un grupo de mujeres y chisperos que avanzan hacia el lugar de la pelea. En la parte posterior está representado el pueblo armado, y en la cima, la matrona España recoge los cuerpos de los dos artilleros moribundos.

El periodismo nacional se volcó para informar detalladamente del acto de inauguración. EL NORTE DE CASTILLA envió a un redactor y los semanarios gráficos a sus mejores reporteros. Alfonso XIII regresaba a Segovia, esta vez en compañía de su tía, la infanta Isabel. Hacía calor, pero la ciudad no escatimó esfuerzos y organizó un amplio programa de festejos que se prolongaron durante cuatro días. El soberano presidió en la avenida de la estación el desfile del Regimiento de Artillería de Sitio junto al primer ministro, José Canalejas, y el alcalde de Segovia, Pedro Zúñiga. Después, un carruaje escoltado por los alumnos artilleros a caballo lo llevó hasta el Alcázar. Tras revistar a las tropas, subió a la tribuna, engalanada con gallardetes y medallones. Cuando el joven monarca -el Rey solo tenía 24 años- descorrió las cortinas con los colores nacionales, sonaron las campanas de las iglesias y una batería ejecutó una salva con 21 disparos desde la Cuesta de los Hoyos. «Fue un instante de sublime emoción que no hemos de olvidar los que tuvimos la dicha de presenciarlo», relata el coronel de Artillería Eduardo de Oliver-Copóns en su libro 'El Alcázar de Segovia' (1917).

En el interior de la fortaleza, don Alfonso asistió a la bendición de la capilla y entregó los reales despachos de oficiales a los nuevos tenientes en una ceremonia que se desarrolló en el Salón del Trono. Acto seguido, los artilleros obsequiaron al monarca con un almuerzo en la Academia al que asistieron trescientos comensales. En el transcurso del banquete se anunció la concesión de la Cruz del Mérito Militar al escultor Marinas.

Segovia se preparaba con entusiasmo siempre que recibía una visita real; al menos, eso pretendía la autoridad competente. El bautizo del monumento a Daoiz y Velarde se desarrolló en medio de un ambiente de fiesta que el Ayuntamiento y la Cámara de Comercio se encargaron de organizar con esmero. La noche anterior, la Diputación Provincial acogió un baile de etiqueta para la llamada 'alta sociedad'. También se iluminó la fachada del Consistorio con luz eléctrica, o sea toda una novedad en una ciudad pobrísima. El mismo día 15 por la noche se celebró una verbena junto al nuevo monumento y a la mañana siguiente la Sociedad Económica de Amigos del País entregó a Marinas el título de socio de mérito. Hubo fuegos artificiales, gigantes y cabezudos, bailes populares y, como no, una corrida de novillos en la plaza de toros, la diversión por excelencia del pueblo llano. Desde la prensa se pidió a las mujeres que lucieran mantilla y engalanaran los balcones con banderas españolas. Han pasado casi cien años, que no son pocos.

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