ARTÍCULOS

Adiós al último pavero

JAVIER PÉREZ ANDRÉS

Martes, 7 de marzo 2006, 01:00

EL SEÑOR Ambrosio nos dejó este fin de semana. Ambrosio era el último pavero de Valdepolo, que es como decir la patria de los paveros de León. Valdepolo es un pueblín de los Payuelos donde están las lagunas de Gento y Sentiz, no muy lejos de San Miguel de Escalada, la joya del mozárabe hispano que, por estos pagos de Rueda, los paisanos siguen llamando El Priorato. Ambrosio me hablaba de todo esto cuando rayaba los 90 años, a pocas semanas de la Navidad del 2001. «Me dicen que estoy mayorín, y mira...». Entonces, el señor Ambrosio hacía sonar la lata que tenía en sus manos y silbaba. La piara de pavos le contestaba a coro alborotada y le seguía como un ejército a su capitán. Mientras, Ambrosio sonreía y me demostraba que, de mayorín, nada. Porque Ambrosio Andrés Caso, que nos dejó este fin de semana pasado, era un hombre bueno que, cuando le entraron las canas, puso en práctica una teoría, que según él, «venía en las Sagradas Escrituras» y que decía que el hombre, cuando se hace viejo, debe retomar el camino que emprendió en su juventud. Y él siempre quiso criar pavos, como había visto hacer de niño a los suyos. Cuando regresó a su pueblo lo hizo, ya lo creo que lo hizo. Fue el mejor criador de pavos, el pavero que alegró los últimos san simones en los otoños de Sahagún de Campos. Desde que Ambrosio y sus pavos ya no ganaban todos los premios y se lucían en la fiesta de San Simón facundina, San Simón ya no es San Simón. Ambrosio se jactaba de tener tantos pavos en su piara como años cumplía. Y es que el tío Ambrosio fue todo un icono en la comarca. Gracias a él supimos muchos que la carne de pavo mató la hambruna en la posguerra y que de los pavos vivieron algunas familias de Valdepolo, Villaverde La Chiquita, Villamuñío, Gradefes, Quintana de Rueda o Sahechores. Ambrosio relataba las cosas como solo lo hacen los paisanos que saben hablar con juicio, sin gastar palabras sin sentido y colocando en cada frase un mensaje. Ambrosio narraba y sentenciaba a la vez. Y, en medio, te regalaba versos de memoria para terminar lamentándose en el recuerdo de la desaparición de los paveros, aquellos que salieron muchas veces y muchos años, con grandes piaras de pavos, siguiendo la vereda de cañadas y cordeles camino de Santander y Bilbao para vender los pavos en Navidad. El último pavero de Valdepolo no se ha ido del todo. Somos legión los que valoramos su aportación a la pervivencia de una estampa del medio rural no exenta de cierta visión de futuro. Tal vez sea el momento de recordarle en el mobiliario urbano, que así llaman a las estatuas que recuerdan en las plazas a los grandes hombres. Porque, no me cabe la menor duda, que Ambrosio lo fue. Y, tal vez, cuando pase el nublo de la gripe aviar dichosa, igual se le ocurre a alguien retomar el viejo sueño de Ambrosio, y apostar por la cría de pavos. Por cierto, una carne con demanda y una tradición rentable que se puede recuperar.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad