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FERNANDO REY
Viernes, 24 de febrero 2006, 01:00
CAE en mis manos (o mejor ante mis ojos, vía Internet) un estudio de L. Jean Lauand sobre el comentario de Santo Tomás de Aquino al conocido proverbio de un desengañado rey Salomón: «Los tontos son legión» (Eclesiástico, 1, 15). Esta frase, en manos del minucioso analista dominico, un auténtico relojero de precisión de la psicología humana, ofrece mucho juego. No me resisto a su jugosa evocación. El aquinate distingue más de veinte formas de tontería. Las más importantes son las siguientes. El «estulto» o «insipiente», aquel que dimite del uso de su razón y no actúa movido por la inteligencia, sino por la pasión. Su modelo: el asno, incapaz de desviarse lo más mínimo de sus deseos instintivos. El «estólido», que es la persona insensata que no relaciona el efecto y sus causas, de modo que no es capaz de gobernar los acontecimientos de su vida. Metáfora: la oveja. Varias formas de tontería cursan con un inquietante fenómeno de parálisis. El tonto es un ser paralizado, inmóvil, previsible: así sucede con el «torpe» y también con el «estúpido», palabra que procede de la latina 'stupor' (Santo Tomás no conocía nuestra palabra equivalente: 'pasmado').
Otras variedades de la tontería remiten a una preocupante falta de sensibilidad. Esto ocurre con los «fatuos», que son aquellos que tienen embotado el corazón y la inteligencia. El sabio, por el contrario, es el que «saborea» las cosas y sus causas, discierne los «sabores» de los «saberes», aprecia las delicatesen, es un 'gourmet'. También los «obtusos» se oponen a los sutiles, capaces de penetrar con su mirada el alma de las cosas. Los fatuos y obtusos son comensales constipados (y además, pretenciosos, al menos los primeros). Santo Tomás también recuerda otras categorías, como los «crédulos», superficiales y precipitados a la hora de creer cualquier cosa; los «inanes» o «vacuos», que tienen la cabeza vacía, hueca, sin cerebro; los «idiotas» o «inexpertos», que son tontos por no cultivarse (idiota es quien solo conoce su lengua materna), etcétera.
La verdad es que el muestrario impresiona. Me inclino a pensar que más que personas sabias y tontas, rígidamente diferenciadas a lo largo de nuestra vida, todos somos sabios o tontos según las ocasiones (quizás me equivoque: ya el santo dominico observó que los tontos creen que todos son de su misma condición). Y posiblemente todos nos hagamos el tonto a veces y, al hacerlo así, quizás exhibamos una cierta sabiduría. Pero, desde luego, son sutiles las distinciones de Santo Tomás.
Somos «estultos» cuando nos negamos a aprender más o ir al fondo de las cosas; somos «obtusos» cuando no saboreamos la dulzura de lo que aprendemos y somos no sé qué cosa cuando nos falta corazón para hacer lo que debemos.
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