CULTURA

Gótico sureño en pequeñas dosis

La editorial Lumen reúne todas las narraciones cortas de Flannery O'Connor, que encabezó con Faulkner y McCullers una forma de mirar la América profunda

M. LORENCI

Lunes, 9 de enero 2006, 01:00

La obra de Flannery O'Connor (1925-1964) constituye una de esas felices rarezas literarias que hará las delicias de quienes la frecuenten. Tan poco conocida como apreciada, la narradora estadounidense contó siempre con el respeto y el favor de los mejores escritores y la crítica de su tiempo. Su no muy extensa obra -murió con 39 años- ha conocido una desigual difusión en nuestro país, pero ahora, para regocijo de sus lectores, la editorial Lumen ha reunido en un único volumen todos sus cuentos. Para sorpresa de los propios editores, en apenas un mes se han agotado dos ediciones.

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Comparada con William Faulkner o Carson McCullers, con quienes forjó lo mejor del denominado 'gótico sureño', O'Connor está considerada como una de las más grandes narradoras norteamericanas del siglo XX. La comparación con Faulkner se justifica en su descripción del carácter y la vida en el sur de Estados Unidos, pero también se compara a esta escritora con Franz Kafka, por su propensión a lo grotesco.

Prologado por Gustavo Martín Garzo, uno de sus mejores valedores en España junto a Esther Tusquets, que la introdujo en los setenta, 'Cuentos completos' suma 842 páginas que reúnen tanto los relatos que O'Connor publicó en vida como los que dejó inéditos, muchos de ellos nunca traducidos al castellano. Brilla en ellos el genio lúcido y atormentado de una escritora a quien se reconoce con unanimidad su maestría en el cuento, género que cultivó sin desmayo desde su adolescencia hasta su prematura y trágica muerte.

El insondable sur

Los villorrios y parajes del sur de Estados Unidos, en especial de su Georgia natal, son los escenarios de estas narraciones, que dibujan un mundo decrépito, en ruinas, abandonado y sumido en una pobreza ancestral y en el que imperan la violencia y el odio. Tema recurrente en su obra, marcada por su catolicismo activo, es la tensión entre el mal y la gracia divina. «Soy católica como podría ser atea», decía la escritora para justificar sus fuertes convicciones. «Escribo para un auditorio que no sabe lo que es la gracia y que no la reconoce cuando la ve. Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que las historias son duras, sin esperanzas, brutales», dejó escrito.

A la sordidez de la miseria, los conflictos raciales, el asfixiante peso de la religión y la frustrada lucha por la libertad, se sobrepone en los cuentos de Flannery O'Connor una extraña belleza que parte de una íntima exploración moral de la condición humana. Su obra se conforma, en esencia, con dos novelas, 'Sangre sabia' (1952) y 'Los profetas' (1960), y la treintena de relatos que recogen las colecciones 'Un hombre bueno no es fácil de encontrar' (1955) y 'Las dulzuras del hogar' (1965), publicada con carácter póstumo y contribución definitiva a su consagración como escritora.

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Nacida en Savannah (Georgia) el 25 de marzo de 1925, hija única de una acomodada familia de ascendencia irlandesa, Flannery O'Connor estudió en el State College femenino de Georgia y en la Universidad de Iowa, en la que se licenció en Ciencias Sociales. Casi toda su vida transcurrió en Milledgeville (también Georgia), donde su familia se instaló por la enfermedad del padre. Los O'Connor poseían allí una granja en la que la Flannery alternó la cría de pavos reales con la literatura.

Se forjó como narradora en la Universidad de Iowa, en los cursos de escritura creativa de Paul Engle. 'Sangre sabia', su primera novela, llevada al cine por John Houston en 1978, la convertiría en una escritora de culto. Un año antes de publicarla sufrió el lupus eritematoso, una enfermedad inmunológica que afecta a la sangre y a los huesos y que había sufrido su padre.

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Este mal marcaría su existencia, condenándola al uso de muletas y acabaría finalmente con su vida. Murió el 3 de agosto de 1964 a consecuencia del lupus que consumió sus últimos diez años, en los que peregrinó a Lourdes y a Roma, donde fue recibida por el Papa Juan XXIII.

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