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En la ficción hay diferentes formas de abordar la vida y la obra de una figura pública: mientras que unos optan por una mirada angulosa y poco convencional (es el caso de Pablo Larraín, capaz de convertir a Pinochet en un vampiro en 'El Conde'), ... otros prefieren realizar un biopic al uso. Esta opción, más tradicional pero no por ello menos efectiva, es la elegida por la miniserie de Netflix para hablarnos de Bernard Tapie, un tipo carismático y controvertido que acaparó titulares en Francia a finales del siglo pasado.
La narración de 'Tapie' comienza en 1997, con el protagonista ingresando en la cárcel mientras los presos corean su nombre. ¿Qué le ha llevado hasta ahí? Esa es la pregunta a la que responde la serie, que relata el auge y caída de un hombre que se convierte en una de las 20 fortunas más grandes de Francia en los 90 y acaba encerrado.
Bernard Tapie, hijo de un fontanero que nace y crece en el extrarradio de París, no quiere repetir la vida de su padre. Es un buscavidas ambicioso y listo, pero, sobre todo, cree en él. Comienza probando suerte en la canción, donde obtiene un relativo éxito, pero nunca llega a triunfar como piensa que merece. Es entonces cuando dirige sus pasos hacia los negocios y, tras encadenar varios fracasos (incluido el matrimonial), acaba encontrando el camino correcto al comprar empresas en liquidación judicial. Tapie está en el lugar adecuado en el momento justo: son los 80, los años del pelotazo, de Gordon Gekko, de la Trump Tower, de los 'yuppies', de las hombreras, del exceso, de la ostentación. Y Tapie comienza a hacer dinero.
Bernard Tapie es uno de esos casos donde el físico corresponde a la personalidad: tiene una presencia llena de energía, un rostro carnoso, una boca exagerada, grandes ojos negros y curiosos. Y Laurent Lafitte, actor encargado de darle vida y al que conocemos por sus papeles en 'Elle', 'Pequeñas mentiras sin importancia' o 'La última lección', guarda un gran parecido con él. El personaje es extraordinariamente lucido, y Lafitte hace un gran trabajo, tanto como Joséphine Japy, la actriz que interpreta a su segunda esposa, Dominique, la mujer que se deja llevar por la arrebatadora personalidad de Tapie y que le apoya casi incondicionalmente.
El atractivo y la verborrea de Tapie no solo seducen a quienes tiene cerca, sino incluso al mismísimo presidente de la República, hasta el punto que lo hace ministro. Pero el de Tapie no es el único caso de empresario metido a político; también es el de Berlusconi, con el que coincide en varios aspectos: los dos comienzan como cantantes (el italiano, de vocalista en la orquesta de un crucero), los dos entran en política y se aprovechan de su poder para enriquecerse y los dos acaban siendo dueños de sendos clubes de fútbol: Tapie, del Olympique de Marsella; Berlusconi, del AC Milan. Curiosamente, sus equipos respectivos terminarán enfrentándose en una final de la Champions League, con victoria gala. Y será el fútbol el que lo lleve de la gloria a la desgracia, ya que Tapie será condenado y encarcelado por amañar la compra de un partido de la liga francesa, aunque lo cierto es que podía haber acabado allí por todo tipo de corruptelas y fraudes.
Tapie es, en definitiva, un hombre que vivió cien vidas, y la serie de Netflix da buena cuenta de su compleja personalidad hasta en los títulos de los episodios: si el primero se titula, atinadamente, 'Pasaporte al sol' (canción compuesta e interpretada por Tapie en sus inicios como cantante), el séptimo y último capítulo se llama 'Queredme, por favor'. En el fondo, era lo que un narcisista como Tapie quería: dinero y fama, sí, pero, sobre todo, admiración y cariño. Como todos.
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