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«Hasta luego, Mari Carmen». Es lo que dice Belén Esteban cuando quiere dar carpetazo a un tema. Bendita sea, ella que puede. Los demás hemos de seguir aguantando a Mari Carmen, a la tía Enriqueta y hasta a Peláez, el de contabilidad. Y, lo ... que es peor: a nosotros mismos, a nuestros errores y sus consecuencias.
Pero no todo el mundo está dispuesto a asumir los resultados desastrosos derivados de sus actos. Desde luego, John Stonehouse no lo está. Por eso se larga, desaparece y renace convertido en otra persona. Y esta historia real, que sucedió entre finales de los sesenta y principios de los setenta, se puede ver en Filmin en forma de miniserie de tres capítulos.
Stonehouse es un miembro del parlamento británico que tiene un prometedor futuro dentro del Partido Laborista. Pero al tipo, un narcisista incompetente de manual, le gusta meterse en líos. Demasiado, incluso para un político: espía (malamente) para Checoslovaquia, se involucra en negocios de dudosa legalidad y le es infiel a su mujer con todo lo que se le ponga por delante, secretaria incluida. En resumen, lujuria y codicia. O, como decía mi abuela, «A todos los tontos les da por lo mismo». Y si hay un actor que haga estupendamente de un tonto que se cree listo es Matthew Macfadyen. Aunque no lo sea ni por asomo. Tonto, digo.
A Macfadyen, viejo conocido, lo hemos visto encarnar al apesadumbrado Mr. Darcy en la versión de 'Orgullo y prejuicio' de Joe Wright, protagonizar la divertidísima 'Un funeral de muerte' o convertirse en el servil y torpe Tom Wambsgans en 'Succession'. Es un actor capaz de darle entidad a lo que le echen y, en 'Stonehouse', vuelve a explotar su vena tragicómica sin esfuerzo aparente, algo que le viene como anillo al dedo al personaje, un tipo tan inútil, relamido, pagado de sí mismo y cobarde que es capaz de despertar un aborrecimiento profundo, pero también cierta conmiseración.
Stonehouse va haciendo malabares, intentado vivir con normalidad lo que no lo es y echando las culpas de sus desgracias a los demás hasta que comienzan a acuciarle las deudas, la prensa saca a relucir sus calamidades, el MI5 empieza a sospechar y sus negocios farfulleros y ruinosos son investigados por la policía. En ese momento, no ve mejor salida que fingir su muerte en una playa de Miami y comenzar una nueva vida en Australia. Detrás, deja tres hijos que no saben si son huérfanos, una mujer (interpretada por la gran Keeley Hawes, esposa de Macfadyen en la vida real) que pasa del más profundo dolor a la estupefacción al darse cuenta de que su marido no era la persona que ella creía y una secretaria-amante (Emer Heatley) que está dispuesta a reunirse con él al otro lado del mundo.
El morbo de contemplar cómo Stonehouse va directo hacia al abismo hace que la serie se vea rápidamente. Quizás demasiado, ya que los acontecimientos se atropellan al comprimirse en solo tres capítulos. Pero las actuaciones de Hawes, Macfadyen y Heatley son extraordinarias, así como la de Kevin McNally, que interpreta al primer ministro Harold Wilson: sus conversaciones con la también diputada laborista Betty Boothroyd (Dorothy Atkinson) son desternillantes. Al fin y al cabo, 'Stonehouse' es una tragicomedia tan increíblemente idiota y rocambolesca que solo se puede contar echando mano del sarcasmo y del humor más ácido. Y, en ese negociado (y en el de políticos grotescos), los británicos no tienen rival.
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