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Desconcertada, siento cómo me caen dos lagrimones mientras veo el capítulo final de 'Endeavour'. Y eso no es posible. La cosa no es para tanto. Total, otra serie más de detectives ingleses, de reparto más que solvente, de factura impecable, de estructura clásica y de ... episodios autoconclusivos. No es poco, desde luego, pero ya lo hemos visto antes. Entonces ¿por qué sigo moqueando?
'Endeavour', que está completa en Filmin y que se ha convertido en la serie más vista de la plataforma, está compuesta por 9 temporadas de capítulos de hora y media de duración, y es la precuela de la serie 'Inspector Morse'. En ella asistimos a las andanzas de un joven Endeavour Morse (Shaun Evans), un policía que, junto al inspector Thursday (Roger Allam) investiga los crímenes que se producen en Oxford, lugar en el que hay más muertos por metro cuadrado que en Cabot Cove. Hasta ahí, todo bien. Territorio conocido.
Pero 'Endeavour' es engañosa. Porque lo de menos es resolver los casos. Lo importante es que comienzas a esperar la llegada de la siguiente temporada como quien está deseando que llegue un puente para largarse tres días a la casa del pueblo de sus abuelos, a ese lugar en el que, entre muebles anticuados y tapetes de ganchillo, siempre es posible encontrar refugio, calor y hasta un poco de consuelo. Y, sobre todo, porque lo que quieres es volver a ver interactuar a esos dos tipos tan distintos entre sí: Endeavour Morse, amante de la ópera y de los clásicos, es obsesivo, metódico, culto, especialista en criptografía (que se apellide Morse no es gratuito) y un tanto arrogante, mientras que Fred Thursday es un inspector de los que han gastado suela pateando la ciudad, pragmático, noblote y familiar.
Entre pupilo y tutor, como entre la serie y el espectador, se va forjando un vínculo de silencios y emociones contenidas. Y, sobre todo, de lealtad. Porque, en un mundo de descreídos, es raro encontrase con dos hombres que sostienen una amistad sólida, sobria, a prueba de balas.
Junto a ellos, personajes tan bien dibujados e interpretados como los protagonistas: en la casa familiar de los Thursday viven Win, que le prepara a su marido un sándwich distinto según el día de la semana, y sus hijos: Joan, con la que Morse tiene una química especial, y el desnortado Sam. En la comisaría, el flemático y sarcástico forense DeBryn, el superintendente Bright y Strange, el patoso pero simpático compañero de Morse.
En 'Endeavour' no solo recorremos la universidad, las bibliotecas y las calles de Oxford, llenas de prestigio, encanto y aroma victoriano, sino casi una década de la historia de Inglaterra, en concreto de 1965 a 1972, años en los que el país experimenta grandes cambios políticos, sociales y culturales, y que nos permiten ver el contraste entre una generación que aún permanece anclada en el esplendor del imperio y otra que viste minifalda y se enchufa al pop y a las guitarras eléctricas. Pero, en esta temporada final, también hay cambios en los personajes: Bright se retira y Thursday se va a otro destino. Morse vuelve a quedarse solo, con la única compañía de los crucigramas y los discos de ópera.
Sin la más mínima muestra de cursilería, ya que seguimos hablando de sobriedad, de contención y de hombres que se dan una palmadita en la espalda como muestra máxima de afecto, la temporada de final 'Endeavour', de tan solo tres capítulos, te va llevando de la mano hasta que la emoción de la doble despedida (entre Morse y Thursday, entre el espectador y la serie) te desborda. Y, mientras suenan los últimos acordes de la banda sonora, una delicia compuesta por Barrington Pheloung, te descubres a ti misma secándote los ojos llorosos y diciendo «No, ¡qué va! Es por la alergia».
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