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Quién más y quien menos saltó de alegría ante la perspectiva de ver a Cate Blanchett dirigida por Alfonso Cuarón en una serie. Qué buena mezcla. Qué pintaza. Qué ganas. Y qué poco duró la alegría: el resultado de la colaboración se presentó en el ... festival de Venecia, y desde allí ya empezaron a llegar las malas críticas. Pero, no por estar avisados, la decepción ha sido menor. Porque 'Disclaimer', la serie de Apple TV, demuestra que no siempre las cosas salen bien cuando están hechas por los mejores. Sobre todo, si ellos están convencidos de que los son.
'Disclaimer', adaptación de una novela de Renée Knight, tiene un punto de partida atractivo: una documentalista de gran prestigio, Blanchett, ve cómo su familia y su profesión se ven amenazadas por la aparición de un libro, 'El perfecto desconocido', que cuenta un episodio macabro y tenebroso de su vida y que ha sido publicado por un profesor retirado, Stephen Brigstock, que perdió a su único hijo hace tiempo y cuya mujer también ha fallecido. La historia es la base perfecta para que Cuarón ponga sobre la mesa temas como los linchamientos públicos, la cancelación, la manipulación de la verdad, la mentira, la hipocresía y la distorsión de la realidad. Hasta ahí, todo bien.
El problema surge cuando Cuarón piensa que él es un AUTOR (con mayúsculas, sí), que las series son un género menor y que no tiene suficiente con rodar un buen 'thriller', sino que ha de crear una obra compleja y profunda. Pero lo único que consigue es embarrar la narración contándola a través de tres voces en off distintas (la del autor del libro, la de la protagonista y la de una narradora), cargarla de sobreexplicaciones y relatar lo mismo una y otra vez, como si el espectador medio, ese que ve la serie desde el sofá mientras se toma un sándwich mixto para cenar, no fuera capaz de encajar las piezas del puzle sin ayuda. Y lo que ocurre es que ese espectador, cuando llega a un final supuestamente epatante, ya está aburridamente interesado: apenas le importa lo que es verdad y lo que no, o las razones por las que Brigstock ha publicado el libro, solo lo justo para poder acabar su cena en paz.
Las ínfulas de Cuarón, amén de su desprecio por el sándwich mixto, están presentes hasta en la forma de vestir la serie: la fotografía de Emmanuel Lubezki, colaborador habitual, y de Bruno Delbonnel, es elegante, pero resulta un tanto pretenciosa, y hasta manida, como la manera en la que fotografían una de las líneas temporales de la narración. Porque el asunto se cuenta en el pasado (los hechos que recoge el libro) y en el presente, y parece que eso es algo que también hay que dejárselo meridianamente claro al espectador, no se vaya a confundir. Y, probablemente, lo más doloroso de todo sea ver a Cate Blanchett desatada en algunas escenas, a Sacha Baron Cohen convirtiendo al marido de la protagonista en un pobre hombre y a Kevin Kline caricaturizando a su personaje de Stephen Brigstock. Todos se comportan como si no fuera posible coger un teléfono, o tomarse un café, para deshacer el entuerto. Con lo fácil que es. Y con lo fácil que hubiera sido que Cuarón hubiera rodado una serie, y no una «película de siete horas», según declaró. ¡Autor, autor!
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